Viviendo en el borde

Yusimí Rodríguez

HAVANA TIMES, 7 de abril — En nuestro país resulta fácil y común rozar los límites de lo ilegal, coquetear incluso con la delincuencia.  Se ha convertido en práctica común violar lo establecido para sobrevivir.

Conozco a Pavel desde la infancia y siempre nos hemos llevado bien aunque nuestras vidas sean muy diferentes.  Yo nací y me crié en un barrio de Víbora Park, y me gradué de una carrera universitaria.  El nació y se crió en un solar de Centro Habana, y se graduó de tornero en una escuela de oficios.

Generalmente asociamos la palabra solar con marginalidad, delincuencia, problemas.  Pero Pavel es una persona con muy buenos modales, a quien nunca he escuchado decir una mala palabra, ni he visto involucrado en una bronca.  De hecho, en mi infancia solía visitarlo en el solar dónde vivía, y aunque este era de los que tenía baño colectivo, las personas eran extremadamente amables y serviciales entre ellos. A mí me trataban como una princesa.  Aquel baño que usaba todo el mundo siempre estaba limpio.

Mi amigo Pavel es un padre de familia, que vive de su trabajo… y de otras cosas.

Entre finales de los noventa y principios de los 20…, cuando la mayoría de los equipos de video en el país era VHS, Pavel fue mensajero de un banco que alquilaba películas.  Esto era un negocio ilegal.  Cuando le pregunté por qué, me respondió que por la posibilidad de que la gente alquilara películas pornográficas y documentales que hablaban contra el gobierno.

En la calle la policía paraba a todo el que veía con una mochila grande y le pareciera sospechoso.  “La desventaja de los cassetes de VHS, me explica Pavel, es que hacen mucho bulto”.  Pero el problema no eran las películas porque estas podían ser de su propiedad, sino que lo cogieran con el listado de títulos para que los clientes escogieran, así como de las personas que habían alquilado películas y cuando debían devolverlas.  Alguna gente tiene una libreta. “Si te cogían, te decomisaban las películas y te ponían una multa de mil pesos o más”.

Pavel regresaba todos los días de su trabajo y salía a recorrer las casas de sus clientes, bien distantes unos de otros, así es que debía pedalear bastante.  Una de esas noches regresaba a la casa con su mochila llena de cassetes que le habían devuelto y otros que no había podido alquilar cuando vio venir una patrulla directo hacia él.

Rezó porque no lo pararan y siguió como quién no tiene de qué preocuparse, pero se sacó la lista del bolsillo con disimulo.  Por suerte, lo tenía todo en una sola hoja de papel. La patrulla se detuvo delante de él y los dos policías le pidieron el carné de identidad.  Le preguntaron qué llevaba en la mochila. “Películas”, respondió Pavel con toda sinceridad.

“Qué bien, dijeron ellos, ¿y la lista?” “¿Qué lista?, preguntó Pavel con toda la inocencia del mundo, estas son películas que me prestaron unos socios y otras que me grabaron”.  Pero los representantes de la ley no le creyeron. Primero revisaron la mochila y después le pidieron que se recostara al carro para registrarlo.

Un solar de La Habana. Foto: Eladio Reyes

Para ese entonces la lista se había convertido en una pelotita de papel y Pavel aprovechó el momento de apoyarse en la patrulla para soltarla.  Los policías le registraron cada bolsillo y le hicieron quitarse medias y zapatos.  “La tienes bien escondida”, le decían.  Al cabo de media hora tuvieron que rendirse y dejarlo ir.  El salió pedaleando despacio.  Cuando la patrulla se perdió, regresó a recuperar su lista.

“Pero ser mensajero no es tan buen negocio como tener tus propias películas y alquilarlas”, me cuenta.  Eso lo logró entre el 2002 y el 2003; su tía que vive en el extranjero le mandó un montón de filmes y otros los grabó aquí.  Una de esas tardes, cuando ya estaba en la puerta del solar con su mochila llena de películas, dispuesto a salir a trabajar, se parqueó una patrulla ante él.

Bajaron dos policías que le pidieron el carné de identidad y le preguntaron qué llevaba en la mochila.  Como de costumbre, él respondió con sinceridad y la abrió para que comprobaran.  En ese momento recordó que había dejado la lista en la casa.  Eso era bueno.  Lo malo era que su mujer venía bajando las escaleras para alcanzársela, justo cuando le preguntaban qué hacía con todos aquellos cassetes.  “Son míos, oficial, el problema es que estoy separándome de mi mujer, y como las películas son mías, me las llevo”.  Habló alto para que su mujer lo escuchara y ella pasó junto a él como si no lo conociera.

Pavel me cuenta todo esto con la mayor naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo violar las leyes y burlarse de la policía.  Pero lo más asombroso es que a mí me parezca divertido y ni me pase por la cabeza regañarlo, decirle que lo que ha estado haciendo está mal.

Debería hacerlo porque soy mayor que él.  Sin embargo me doy cuenta de que encuentro lógico que luche y se gane la vida.  Los sueldos aquí no alcanzan, las cosas escasean y se encarecen.  A fin de cuentas, ¿cuál es el delito que está cometiendo?  Las películas son suyas, no las robó; no obliga a nadie a alquilarlas.

Además no son porno, ni documentales prohibidos.  Pero… ¿Y si lo fueran?

Creo que una persona adulta debe ser libre de decidir lo que quiere ver, y que los intereses del gobierno no deberían determinar lo que es ilegal y lo que no lo es.  Lo único que realmente me impide hacer lo mismo que Pavel es que no soy tan valiente… o tal vez, que no tengo dos hijos que mantener.

Dicen que a la tercera va la vencida y en muchas oportunidades este dicho se cumple.  Pavel había tenido suerte las dos veces anteriores que lo paró la policía.  En esta ocasión iba en la bicicleta con su mochila llena de películas y también llevaba la lista en el bolsillo, cuando lo llamó un individuo que caminaba por la acera con el consabido uniforme.

Enseguida se metió la mano en el bolsillo para deshacerse del papel, pero ahora no iba a funcionar.  “Yo sé que tú alquilas películas”, le dijo el oficial.  Pavel sudó frío antes de que el hombre terminara de hablar: “¿Tú tendrás algo bueno por ahí que me alquiles, compadre? Las que tengo en la casa las he visto diez veces”.

“¿Pero y si hubiera sido una trampa, Pavel? ¿Y si te hubieran decomisado las películas y hubieras tenido que pagar una multa?”, le pregunto.  “Nada. La hubiera pagado y después hubiera seguido con el negocio.  Es lo que hace todo el mundo, hay que vivir”, me dice.

No está alquilando películas en este momento porque casi todo el mundo tiene DVD y nadie alquila cassetes de VHS. “Lo bueno de los discos de DVD es que no hacen bulto; cuando tenga los míos, seguro que vuelvo al negocio”.  Mientras sigue yendo todos los días al trabajo y cumple con todo; pero espera que le aparezca alguna cosita extra.  Casi estoy segura de que no será algo del todo legal.