Venezolanos en Perú: Del «videojuego» al emprendedurismo

Por Gonzalo Ruiz Tovar y Rosmery Cueva Sáenz (dpa)

HAVANA TIMES – «Yo decía que estar allá (en Venezuela) era como vivir en un videojuego en el que no puedes pasar de nivel porque te faltan truquitos», rememora en un restaurante de Lima Sofía Silva, profesora de inglés que forma parte de los más de 150.000 venezolanos que han emigrado al Perú por la crisis.

«Voy a la universidad pero no tengo dinero y debo conseguirlo. Pero nadie tiene dinero, ¡rayos!. Bueno, entonces voy a trabajar, pero no tengo cómo ir, no hay transporte. Entonces voy a caminar, no, no puedo, me van a robar», continúa. 

Silva, de 20 años, no soportó más. Hace dos meses decidió salir del país con su novio, Aurelio Coppola, un violinista de 25 años. Después de evaluar varias opciones, el Perú fue el destino elegido.  

«Aquí lo vimos muy estable y necesitábamos eso en nuestras vidas desesperadamente», dice Silva. «El Perú era el que más oportunidades de crecimiento tenía», agrega Coppola.

Silva y Coppola son hijos de la Revolución Bolivariana. Eran niños cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999. No conocían otro sistema. Su percepción del mundo se limitaba al socialismo del Siglo XXI. 

«No conocemos a otro presidente (salvo a Chávez y Nicolás Maduro). Es la primera vez que estamos en una sociedad abiertamente democrática y capitalista y nos encanta», comenta Coppola. 

En la isla Margarita, Silva estudiaba idiomas y su pareja era profesor universitario con el bagaje que le daba haber pasado por el famoso sistema de fomento musical juvenil de Gustavo Dudamel. 

Los ingresos de los dos no alcanzaban, ni siquiera sumados a la jubilación de la madre de él, con quien compartían casa. El estancamiento era absoluto, no había futuro y los intentos de Coppola por pelear por salidas democráticas fueron derrotados.

Ayudados por familiares y amigos, el aeropuerto fue la puerta de escape. «Pasamos un mes (en Lima) asustadísimos porque se nos estaba acabando el dinero y dijimos ‘¿qué vamos a hacer?'», rememora entre risas el músico. 

«Hice cosas que nunca había hecho, como tocar mi violín en una plaza», cuenta. Estaban dispuestos a trabajar en lo que fuera. No sería extraño: en la Lima de hoy es frecuente hallar por ejemplo a algún ingeniero venezolano sirviendo como mozo. 

Y fue ese oficio el que primero se atravesó en el camino. Pero la suerte ayudó y, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, hoy ambos trabajan en su profesión.

«Cuando estaba tocando en la calle pasó un periodista y me hizo una entrevista. Eso lo vio una persona de la ONG Quijote Para la Vida y me contactó para formar una orquesta infantil», indica. 

Silva se postuló para profesora en un instituto de inglés y logró la plaza. Las charlas con los futuros jefes fueron en inglés, por lo que éstos no notaron su acento extranjero. 

La pareja dice no haber experimentado la xenofobia de la que se habla, aunque admite que quizás se deba a que su situación les permite moverse en zonas de clase media, donde la presencia masiva de extranjeros preocupa menos que en los sectores populares. 

Lo positivo de la crisis, dicen, es que los obligó a buscar nuevas vías. «Me pregunto si hubiera tenido el valor de salir a buscar qué hay afuera si no me hubieran dado el empujoncito al cerrarme todas las puertas. Nos hacía falta ver mundo», dice la profesora. 

Coppola afirma haber descubierto cosas como, por ejemplo, que sus compatriotas no eran muy adictos al trabajo y la crisis los está acostumbrando a vivir ese emprendedurismo tan frecuente en países latinoamericanos que no tienen los recursos energéticos del suyo.

Pero tienen nostalgia y preocupación por los que siguen allá: «mi madre no quiere irse de Venezuela, pero tampoco puede quedarse, es peligroso», dice Coppola. A Silva le inquieta su hermano de 14 años, campeón en olimpiadas de matemáticas pero sometido a una educación a la que ella percibe ve de mala calidad y adoctrinante. «Los cuadernos vienen con retratos de Chávez», sonríe irónica. 

Pero al mismo tiempo no pueden hacerse mayor ilusión de traerlos. «Es que si traes a alguien piensas ¿y vas a dejar al resto allá? Todo el mundo está pasándola mal», agrega la joven. 

Coppola y Silva son caras positivas de la inmigración venezolana al Perú. No les ha tocado vender golosinas en calles o en el ómbibus, ni han tenido que apiñarse entre varios en un cuarto, como les toca a muchos de sus compatriotas.

El hospital psiquiátrico Noguchi de Lima reportó que al menos tres venezolanos llegan por día por ayuda para la depresión, fenómeno que saltó a la luz esta semana cuando un venezolano de 28 años intentó suicidarse lanzándose a un tren, en una escena que grabada en video se tornó viral. Sobrevivió, pero perdió una pierna.

El Gobierno del Perú, duro adversario del de Venezuela, entrega ventajas a quienes llegan de ese país, como el permiso temporal de trabajo, lo que estimulado la migración. El documento no garantiza el éxito, pero sirve para paliar la decepción frente a lo que esos emigrantes consideran la quiebra de un sistema.