Veinte años de éxitos y retos para el cine cubano independiente

Considerar el significado de la producción audiovisual cubana independiente en las pasadas dos décadas es imprescindible para entender cómo llega el cine cubano a 2020.

Por Pedro R. Noa Romero (IPS-Cuba)

Fotograma de ‘Juan de los Muertos  Foto: Tomada de rtve.es

HAVANA TIMES – Cuando se miran retrospectivamente los más recientes 20 años del cine producido en Cuba, salta a la vista que las palmas se las lleva el cine independiente o alternativo, por encima del respaldado ciento por ciento por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Aunque hay que señalar que el organismo estatal no ha estado ajeno y ha propiciado -en cierto modo- la relevancia de esta “otra” filmografía, que llega a 2020 con muy buena salud y nuevos retos.

Si tuviéramos que marcar un punto de partida en el ascenso del cine independiente, tendríamos que remitirnos a los primeros días de noviembre de 2000, durante los cuales el ICAIC organizó la Muestra Nacional del Audiovisual Joven.

Su objetivo primordial era visibilizar a un grupo de realizadores menores de 35 años de edad, quienes habían realizado sus obras –casi todas cortometrajes- por los más diversos motivos y con los más increíbles recursos económicos.

Una característica particular de aquellos jóvenes es que habían aprendido los rudimentos del lenguaje y experimentado con géneros no contemplados en la ortodoxia cinematográfica: el video clip, la publicidad, el video arte, las grabaciones de bodas, quinces y cumpleaños, etc.

La organización de la Muestra no fue una necesidad surgida entre los bisoños creadores, sino un reclamo del Instituto, el cual estaba haciendo lo imposible por mantenerse con alguna actividad productiva después del periodo de crisis de los años noventa. Una etapa marcada por la ausencia de un grupo importante de realizadores, que habían decidido residir en el extranjero, y el fallecimiento de dos de sus figuras cimeras: Tomás Gutiérrez Alea (1996) y Santiago Álvarez (1998).

Esta situación propició que la nueva hornada de jóvenes creadores se sintiera alentada, atendida, por la industria, y que muy pronto pasaran a formar parte de ella. Un ejemplo de lo anterior es Lester Hamlet (Casa vieja, 2010, Fábula.2011, Ya no es antes. 2016).

Otros, como Carlos Lechuga (Melaza. 2012, Santa y Andrés. 2016) o Carlos Machado Quintela (La piscina. 2011, La obra del siglo. 2016), continuaron filmando mediante la aplicación a programas internacionales de ayuda al cine (1).

Igualmente, en lo que va de siglo ha surgido un buen grupo de directoras, quienes han tenido la Muestra como plataforma de lanzamiento y promoción. Como casi todos los debutantes, han comenzado con el cortometraje, tanto en ficción como documental; pero algunas ya han realizado largometrajes mediante los sistemas de producción alternativos. Vale destacar a Jessica Rodríguez (Espejuelos oscuros. 2015), Patricia Ramos (El techo. 2016) y, muy recientemente, Heidi Hassan y Patricia Pérez, codirectoras de A media voz (2019), ganador del Premio al Mejor Largometraje en el 32 Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, Holanda, y el Coral en idéntica categoría en el recién finalizado 41 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Estos reconocimientos de A media voz pueden considerarse el ápice de otra tendencia del cine independiente nacional: el producido fuera de las fronteras por cubanos residentes en el exterior, con temas vinculados o no a la realidad de la isla; pero interesados en mostrarlo al público de su país de origen. Un aspecto que lo diferencia de lo ocurrido en décadas anteriores, en las cuales la producción no era abundante ni era habitual la retroalimentación que acaece en estos momentos, ya sea – nuevamente– a través de la Muestra Joven y/o, en menor medida, por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Pienso ahora mismo en For Dorian (2014) y Un traductor (2018) de Sebastián y Rodrigo Barriuso; Otra isla (2014), de Heidi Hassan; Lejos de La Habana (2014), de Maikel G. Ortíz; El último país (2018), de Gretel Marín Palacio; o Los lobos del este (2017), de Carlos M. Quintela.

A tono con este ambiente creativo, aparecen compañías como Producciones de la 5ta. Avenida, integradas completamente por jóvenes, la cual no solo consigue financiamiento para sus filmes, sino que también los coloca en festivales internacionales sin subordinarse completamente al ICAIC, y hasta ganan importantes premios. El más significativo: Juan de los Muertos (Alejandro Brugués. 2012), merecedor del Premio Goya de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España a la Mejor película Iberoamericana.

Sin embargo, no todo ha sido “color de rosa” para el audiovisual independiente cubano. El mayor reto (y no el único) que han tenido que sortear durante estas dos décadas es el reconocimiento y las facilidades jurídicas para hacer sus películas dentro del país Esta necesidad se hizo cada vez más apremiante con el auge y la presencia progresiva del audiovisual alternativo en la programación anual, así como por el reconocimiento nacional y extranjero que iba acumulando.

El problema se convirtió en tema de discusión en diferentes foros. Un primer planteamiento sobre el asunto quedó plasmado en el documento anexado al Informe del VII Congreso de la UNEAC, de la Comisión de Cultura y Economía, bajo el título “Propuestas para una renovación del cine cubano”. Después sería tópico principal de una mesa debate, realizada en octubre de 2010, durante la III Muestra Temática del Cine Pobre “Humberto Solás”, en La Habana.

Le siguió el evento teórico del Premio Caracol de la UNEAC 2013, con la sesión: «¿Hacia dónde va el cine cubano?». De igual modo, la Segunda Semana de la Crítica Cinematográfica, organizada por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, tuvo el panel “El audiovisual cubano de hoy. ¿Qué crisis, en qué cine?” Y al año siguiente estuvo presente en la Muestra Joven ICAIC, con el título “El futuro es hoy. ¿Cambiará el cine cubano?”.

El asunto alcanzó dimensiones mayores cuando la Comisión Permanente para la implementación y desarrollo de los Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución, surgida a partir del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, comenzó un proceso de diagnóstico y reestructuración de la labor del ICAIC en 2013, con el objetivo de adaptarlo al nuevo contexto en que se estaba desenvolviendo el país.

Según una escueta nota aparecida en la sección “Noticiero ICAIC”, en la última página de la revista Cine Cubano (2), el instituto era el primero de las grandes instituciones artísticas que se sometía a la labor de diagnóstico. Es este el momento de la creación y puesta en marcha del Grupo de Trabajo permanente, también conocido como G-20, debido a la cantidad de sus integrantes, el cual estaba conformado por creadores cinematográficos pertenecientes a todas las generaciones.

Al contrario de ocasiones anteriores, en que los cineastas habían hecho un frente común en defensa del cine como proyecto cultural de la nación (3), la convocatoria era libre y abierta a todo aquel que quisiera formar parte de los debates. Los interesados podían participar de las asambleas con voz y voto, y la prensa –aunque no siempre estuvo presente– tenía entrada y derecho a conocer todo lo que estaba ocurriendo. Cada documento elaborado por el grupo gestor era sometido a aprobación por la asamblea, modificado y aprobado allí mismo.

El documento inicial, surgido al calor de ese primer encuentro y considerado el Acta de Nacimiento, es muy importante por el nuevo concepto de cine cubano que contiene:

“Entendemos por cine cubano el producido a través de mecanismos institucionales, independientes, de coproducción con terceros o de fórmulas mixtas, y como cineastas, a todos los creadores, técnicos y especialistas cubanos de estas artes e industrias que realicen su trabajo dentro o fuera de las instituciones, sean cuales sean sus estéticas, contenidos o afinidades grupales” (4).

El documento donde dejaban claro por qué se constituían como un grupo independiente a la Comisión estatal que hacía el diagnóstico sobre el funcionamiento interno del ICAIC, cuáles eran sus líneas de trabajo y sus aspiraciones, fue discutido en la tercera Asamblea y entregado el 11 de junio de 2013 a Rafael Bernal, Ministro de Cultura en ese momento.

Finalmente, en 2014, como parte de las actividades de la XIII Muestra Joven ICAIC, aparecía en el diario del evento –Bisiesto– un artículo firmado por Magda González Grau, una de sus principales promotoras, con informaciones sobre lo que había estado ocurriendo con los esfuerzos del G-20, los cuales, aparentemente, llegaban a algunos resultados:

“El pasado 29 de marzo en Fresa y Chocolate, con la participación, como invitados, de Roberto Smith y Ramón Samada – presidente y vicepresidente del ICAIC, respectivamente– se informó del trabajo terminado y se discutió fuertemente sobre la pertinencia o no de asumir las cooperativas no agropecuarias para legalizar las productoras independientes. La propuesta se aprobó por unanimidad.

Hoy, once meses después, está listo el Diagnóstico de los problemas del cine cubano y del ICAIC y las políticas para resolverlos. El documento fue presentado a la Comisión de Implementación de los Lineamientos. Lo preside la idea de la promulgación de una ley cubana que ordene, regule y garantice el desarrollo del cine y el audiovisual en el país…

Ahora solo queda esperar…” (5).

¡Y hubo que esperar! Cuatro años después, Ramón Samada, en funciones como Presidente del Instituto, anunciaba en diferentes eventos públicos –el 3er. Congreso Nacional de la Asociación Hermanos Saiz, el Premio Caracol de la UNEAC y el 3er. Encuentro de la Crítica cinematográfica, todos en La Habana– los cambios que se iban a producir en el ICAIC a partir de finales de 2018 y el siguiente año.

El 27 de junio de 2019, se publicó en La Gaceta Oficial no. 43 de la República de Cuba el Decreto Ley No. 373/2019 “Del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente”, con el cual se intenta dar respuesta a una buena parte de las preocupaciones de este sector, a partir de los planteamientos emanados del G-20.

Pero, para comprobar su efectividad, habrá que esperar –quizás– otros 20 años. (2020)

Notas:

1.- Hasta directores bien asentados dentro de la industria estatal han empleado los mecanismos de producción independiente. Tal es el caso de Fernando Pérez y su más reciente obra: Insumisas (2018).

2.- Joel del Río: “Noticiero ICAIC”. Cine cubano no. 188, abril- junio de 2013, p. 134.

3.- Considero que el caso más significativo ocurrió alrededor del estreno manipulado de Alicia en el pueblo de Maravillas (1990, Daniel Díaz Torres). Ese fue el pretexto para intentar disolver el ICAIC dentro de una institución audiovisual que contendría el ICRT, ECITVFAR y otras instituciones. El proceso quedó refrendado a través de un acuerdo del Consejo de Ministros y un Decreto Ley. La reacción de los creadores y trabajadores en general del ICAIC fue protestar ante la decisión gubernamental. Se creó un grupo de 18 directores, en representación de todo el Instituto, el cual fue bautizado por Ambrosio Fornet como “el Soviet del ICAIC”. Después de muchos encuentros entre cineastas y personalidades del Gobierno cubano, se logró detener la fusión y se produjo el regreso de Alfredo Guevara a la dirección del ICAIC.

4.- S.A.: “Acta de nacimiento”. La Gaceta de Cuba no. 4, julio- agosto de 2013, p. 16.

5.- Magda González Grau: “Once meses después, la unidad…”. Bisiesto. Temporada XI, Capítulo 4, 4 de abril de 2014, p. 3.

One thought on “Veinte años de éxitos y retos para el cine cubano independiente

  • Del control no se va a librar el cine independiente mientras no cambien los mecanismos burocrativos y se censuren peliculas y documentales en certamenes de cine. Hace poco hubo un gran despido de trabajadores del ICAIC relacionado con una deuda de una pelicula.

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