Por Osmel Ramírez Álvarez
Hasta aquí llegó en 1948 el Doctor Antonio Núñez Jiménez en una de sus expediciones espeleológicas y descubrió los restos aborígenes más antiguos de Cuba y el Caribe insular (más de 6 mil años). Recientemente se encontraron otros, al parecer de mayor data, en la provincia de Matanzas, pero su confirmación definitiva todavía no ha sido esclarecida. En el Museo Municipal de Mayarí se encuentran expuestos algunos de los objetos encontrados.
La cueva en sí son varias cavernas en una pared vertical de un monte que es cortado por el lecho de un río, que actualmente corre subterráneo frente a ella, pero queda su margen completamente cubierto de piedras redondeadas por una fuerte corriente pretérita. Por eso oficialmente se le nombra Farallones de Seboruco. A 200 metros, corriente abajo, el río se descubre, e igualmente, a una distancia similar hacia arriba emerge con un agua cristalina sin igual.
Se abren inicialmente en grandes salones que se unen y es sitio habitual de campistas desde tiempos pasados, lo cual se evidencia por un escrito proselitista en sus paredes, vestigio de la campaña presidencial de Ramón Grau San Martín, a finales de los 40 del siglo XX. Pero normalmente las escrituras son recuerdos de campistas y nombres de enamorados enlazados en corazones, hechos con tizas de carbón, que dañan los restos pictográficos de los aborígenes.
Actualmente siguen siendo muy frecuentes en verano las excursiones de grupos familiares, escolares y de jóvenes en general que unen la experiencia en la cueva con el baño en el río, llamado Seboruquito. Incluso muchos paquetes turísticos, promovidos por los cuentapropistas como alternativa para promover sus casas de alquiler, incluyen ese itinerario en viejos todoterrenos americanos marca Jeep.
De octubre a abril es menos concurrido el lugar y por eso es utilizado por delincuentes para esconder los animales robados para sacrificarlos o pedir rescate a sus dueños. Existe claramente un gran abandono por parte de las autoridades y se impone un mayor control y vigilancia de ese sitio tan importante.
No solo los delincuentes hacen daño, también los campistas, que sin control se hallan a libre albedrío en ese Edén sin dueño y no pocas veces afectan visiblemente el entorno. Desforestan los alrededores y hacen fogatas dentro de la cueva que a veces se propagan peligrosamente con el guano de murciélago acumulado en el suelo.
La cueva y sus alrededores claman por ser mejor protegidos y explotados. Es perfecta para fomentar el campismo, con instalaciones y facilidades a los visitantes, mediando para ello proyectos conservacionistas que minimicen el impacto ambiental. La propia Academia de Ciencias, que tiene su filial en las montañas aledañas, podría desarrollar proyectos conjuntos.
Numerosas especies de plantas y animales, algunas endémicas, como la Polimyta venusta, tienen sus poblaciones alrededor de la cueva y están visiblemente contraídas por el desarrollo de obras estratégicas aledañas, hidráulicas y mineras, sin regulaciones ambientales públicamente conocidas o, al menos, “percibidas”. Otras simplemente están por estudiar. Y hay una riqueza paisajística verdaderamente paradisíaca escapando del disfrute de aquellos que apreciamos las bellezas naturales y culturales como un bien insuperable.
Sin lugar a duda un lugar digno de ser visitado y de ser mejor atendido por las autoridades municipales.
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