Rosa Martinez
HAVANA TIMES, 16 abril — Ayer me levanté tempranito como siempre, pero parece que estuve más ágil que de costumbre, pues a las 6 y 50 ya estaba en la parada para ver si cogía la guagua de las 7:00 am y me ahorraba el ajetreo de la botella o los 2 pesos del coche.
Mientras esperaba me encontré con Raúl, un vecino que admiro y respeto por su inteligencia, profesionalidad y la forma de relacionarse con sus familiares, vecinos y amigos. Él fue uno de mis profesores en la Universidad y aunque vivimos muy cerca siempre he conservado alguna distancia, pero después que se jubiló su compañía me es gratificante.
En solo segundos pensé, Raúl, sin ser internacionalista, Héroe del trabajo o combatiente, es un hombre ejemplar. Fue siempre muy trabajador y sacrificado, para él no había días feriados, cansancio o enfermedad que le impidieran cumplir con su labor profesional, tarea sindical o deberes partidistas, sin mencionar su activismo en la cuadra.
Afortunadamente se acercaba el transporte y se detuvieron mis pensamientos, tenía que montarme a como diera lugar, debía llegar temprano hoy, mis estudiantes me esperaban en el primer turno de clases.
Cuando me involucraba en batallar para abordar el ómnibus, mi vecino refunfuñaba y mientras se alejaba, decía “un rutero a esta hora, es increíble”.
Me aparté del tumulto, no sabía cómo hacerlo, pero debía preguntarle rápido, o la guagua me dejaría a mí también: “¿Profe, qué pasa, no tiene el peso para pagar el rutero? -los ruteros no cuestan 20 centavos sino un peso- yo tengo menudo, ¡vamos!
Pensé que él sentiría vergüenza. Miró la guagua que se iría si nos demorábamos, imagino que pensó en los kilómetros que le esperaban hasta la casa de su hija, y muy tranquilamente accedió.
Saqué diez pesos del bolso y se los di para que pagara por los dos; cuando me fue a entregar el vuelto le dije que por favor se quedara con él, pero me miró duramente… Quise insistir alegando que lo dejara para su regreso, y dijo con rectitud: “Te dije que no”.
Cuando vio la tristeza en mi rostro, dijo más suavemente: “Rosita, gracias, mi niña, pero yo tengo dinero en la casa, solo que en estos momentos no tengo un billete pequeño”.
No lo molesté más, a lo mejor era verdad, a lo mejor no. Debe ser muy difícil para él, como es para muchos trabajadores cubanos, decir que no tienen un centavo.
Aunque es una situación recurrente entre los que trabajamos para el Estado, si no tenemos familiares en el extranjero, o si no hemos cumplido misión internacionalista, no deja de ser bochornoso que durante 25 días del mes estemos arrancados, como decimos por acá.
Sí, porque el salario solo alcanza para cinco días, y eso si no compras otra cosa que no sea comida, porque si compras alguna ropa o algún par de zapatos, necesitarías al menos tres salarios para eso, y comerías… ¿Quién sabe?
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