Travestismo-transformismo en Cuba: una historia intermitente
Texto y Fotos por Néster Núñez (Joven Cuba)
HAVANA TIMES – Aquella noche las bandadas de pájaros estaban más alborotadas que nunca en el parque Vidal de Santa Clara. Era un viernes de inicios de 1994 y en el cine Camilo acababan de proyectar el filme Fresa y Chocolate. Recuerdo que salí casi arrastrando la mochila, con las emociones tocadas. El abrazo de Diego y David y la música de José María Vitier aún me conmovían.
En los portales y en el parque el ambiente era efusivo. Se comentaban con pasión las escenas, la gente reía y vi que alguno se secaba una lágrima. El tren a Matanzas tenía retraso y, a falta de algo más interesante con qué llenar la espera, varios amigos de la universidad seguimos como zombis a la multitud, sin saber a dónde iba. Terminamos en El Mejunje.
De El Mejunje había escuchado cosas ambiguas. Que si un antro, que si la trova buenísima, que si homosexuales y lesbianas. Suficiente para entrar con unas cuantas alarmas activadas, más cuando vi, barba junto a bigote, a dos hombres besándose. Sonreí, creo, no escandalizado sino nervioso. Yo tenía 18 años, era un mundo diferente a lo que se veía en las calles. Después empezó el show. Unas mujeres supermaquilladas con vestidos extravagantes imitaban a artistas internacionales con gestos cursis y exagerados: no me gustó para nada. Me fui de El Mejunje sin saber que aquello era un show de travestis. Una época de cambios de mentalidad en medio de la gran crisis económica.
“El primer espectáculo de transformismo en El Mejunje ocurrió en 1992. Fue un homenaje en memoria a Fredy Mercury, un suceso bien importante porque Silverio y la dirección de El Mejunje abrieron una puerta en una época donde en este país había mucha homofobia, mucha transfobia, e incluso, el transformismo estaba codificado y penalizado también. Ese es el valor que tiene que por primera vez en una institución se pudo, tuvieron el valor de hacer ese espectáculo, pero no es la cuna del transformismo. En realidad, es una de las cunas”.
La que habla es Kiriam Gutiérrez, mujer trans, activista y actriz de prestigio. Han trascurrido más de treinta años desde aquella vez en El Mejunje, pero, siendo sincero, no siento que haya logrado comprender la esencia del transformismo como arte. Kiriam, sin embargo, deja a un lado mi pregunta sosa y comienza a contar la historia de ese movimiento; algo, coincido, mucho más necesario.
“Aquí en La Habana, por ejemplo, desde el año 1986 se abrió la casa de Anaya y eso duró hasta los años 88, 89… Es una cosa que no se puede olvidar. De hecho, la primera generación de este movimiento de transformistas nació ahí, en casa de Anaya. Después existió la Güinera, sobre el que grabaron un documental muy bonito que se llama Mariposas en el andamio…”
“Incluso antes de 1992 había transformistas que se iban con el grupo de moda Avances, de Raúl Castillo, a los campismos Las Caletas, Los Cocos, Puerto Escondido… Supuestamente eran actores cómicos, pero no eran eso, eran transformistas que se mezclaban con la moda y la pasarela. Lo que pasa es que, institucionalmente, pasaban como cómicos, pero no, era transformismo lo que se hacía”.
A la conversación se suma Norge Espinosa con su sapiencia sobre las artes escénicas y el mundo. Estamos a la sombra, en una terraza de La Habana, pero mientras habla recuerdo mi país reducido de estudiante universitario, las botas que usaba, el pelo que empezaba a crecer, el hambre y los apagones. Después de estudiar no quedaban energías para viajar de la universidad a la ciudad, mucho menos cuando al regreso de madrugada tendría que caminar cerca de 10 kilómetros. Quedaba tomar alcohol malo en el club de los estudiantes, bailar, el que sabía, o sentarse a descargar en cualquier jardín con una guitarra. El movimiento de artistas aficionados era fuerte, pero tenía sus temporadas. Así que la mayoría de los estudiantes estábamos aislados, ajenos a las mil realidades distintas que existían más allá de nuestros propios muros.
“La figura del transformista no existía dentro de la evaluación artística, había actores que eran comediantes, intérpretes musicales, y El Mejunje logra visibilizar la existencia de los transformistas al tiempo que visibiliza a las personas enfermas de VIH Sida, que estaban encerrados en el sanatorio de Santa Clara, el segundo que se abre en el país, y que no tenían ningún espacio fuera de ese lugar para hacer sus interpretaciones artísticas” —dice Norge.
“En ese primer período del tratamiento, cuando las personas eran diagnosticadas con el virus, desaparecían de la vista del público y de repente no se sabía qué pasaba con ellas. Fue por la acción cultural que estas personas lograron salir algunos fines de semana a El Mejunje. Hacían pequeños monólogos, sketch, y poco a poco apareció la figura del transformista. De hecho, la primera compañía que tuvo El Mejunje, la Compañía Futuro, con Samanta William Fox, la presentadora, eran personas que venían del sanatorio y que encontraron un estado de rehabilitación que iba más allá de la rehabilitación en salud. Volvieron a la realidad y a la vida social gracias al transformismo”.
“Un poco diferente a La Habana, porque dentro del sanatorio de Los Cocos esas personas transformistas sí lograron hacer sus espectáculos, celebrar el 14 de febrero, cumpleaños colectivos, 28 de septiembre… —dice Kiriam—. Y, muy importante, venían figuras de primer nivel: Annia Linares, Rebeca Martínez, Mirtha Medina, Lourdes Torres… Hubo en el sanatorio un movimiento muy fuerte, muy valiente, un poco distinto a lo que sucedió en Santa Clara”.
En esa época me trasladaba constantemente entre Santa Clara y mi tierra de origen, Matanzas. De Santa Clara conocía la terminal de trenes y la de ómnibus, los cines y el estadio de pelota, el coppelia y las hamburgueseras donde te anotaban el número de carnet de identidad para que solo consumieras una vez por día. En Matanzas, mis excompañeros de preuniversitario, que estudiaban en la escuela de formación para el turismo, me hablaban de los dólares, de la prosperidad y del jineterismo que se había extendido por todo Varadero.
Una vez, viajando entre las dos ciudades, a mi lado se sentó un muchacho muy gracioso, muy amanerado y con ínfulas de conquistador. Yo seguía siendo adolescente, aunque ya no tan inseguro, y le dejé claro mis límites, que entonces él respetó. En un momento de la conversación me dijo: “Yo trabajo en un hotel de Varadero, en la parte de animación”, y me mostró un álbum de fotos. La mayoría eran muy malas, tomadas desde lejos, pero en los pocos retratos que había lo que vi eran mujeres. “Esa soy yo —me dijo—. Hacemos un show de travestis. Mi nombre artístico es Mariah Carey”.
Recordé entonces aquel espectáculo de El Mejunje del que me fui casi al inicio, y me di cuenta de lo ingenuo que había sido. Las dudas me comían por dentro: ¿Te sientes mujer o te vistes como una solo por arte? ¿Lo que haces le gusta a la gente? ¿Qué gracia tiene doblar la voz de otro artista? Casi las mismas preguntas me rondan cuando converso con Kiriam. Como aquella vez, las pospongo. Hay datos de más valor en el aire:
“En febrero de 1995 se hace el primer festival de la canción travesti, en el teatro América, con mucha guerra de por medio. Fue uno de los días más importantes de mi vida, porque las mujeres trans pudimos acceder al América desde nuestra identidad. Nos hicimos fotos afuera, entramos al teatro y la policía no pudo llevarnos. La paradoja es que los policías estaban ahí para cuidarnos. Ese fue un día muy significativo para nuestra comunidad. No se puede dejar morir la historia”.
“Además —dice Norge—, es una historia que está contada por pedazos, de modo muy intermitente. Muchas de las personas que la protagonizaron están fuera de Cuba, otras no están, y no siempre son llamadas para contar su experiencia. Yo creo que los testimonios individuales importan mucho, porque no están registrados en ningún lugar”.
Entonces me arriesgo otra vez con la pregunta sosa: desde el punto de vista de un espectador novato, ¿qué puede esperarse de un show de transformismo?
“Primero, sorprenderse —afirma Norge— y reconocer que lo que está viendo, si está bien hecho, es arte. Mucha gente va con el prejuicio de “son maricones vestidos de mujeres” y todo lo demás, pero después descubren que están frente a personas que se han entrenado para esto, que han creado una idea, un rostro, un cuerpo, y no pocos de esos espectadores primerizos terminan convirtiéndose en asiduos, en admiradores de las figuras que aparecen en escena”.
“El transformismo requiere mucho entrenamiento y rigor, no es salir a escena a doblar una canción con una peluca y un vestido de brillos. El arte todo es una ilusión, pero el transformista tiene que ser una ilusión a doble o tercer nivel. Tienes que hacer que el público crea que eres mujer, que eres una figura extraordinaria en muchos sentidos”.
“El público que va a un centro nocturno no es el público que va a una sala de teatro, te puede elogiar, subir a ponerte un billete en el escote o te puede rechazar abiertamente. Tienes que estar preparada para ser siempre el centro de atención, para seducir desde el primer momento, un golpe de efecto que mantienes durante el tiempo que dura una canción o el personaje que has inventando. Hay transformistas que utilizan el humor, dialogan, bajan a las mesas… O sea, esa que tienes en el escenario no es ni Kiriam ni Mirtha Medina, es una identidad que tú te vas inventando, es una figura extraordinaria con la cual mantienes un tipo de diálogo único esa noche. Y te digo, es muy difícil mantener aquella ilusión cuando estás tan en primer plano”.
A partir de las palabras de Norge hago un recorrido mental que va desde el último show de travestis que presencié en Las Ruinas, el lugar de preferencia en Matanzas de la comunidad LGBTI, hasta mi etapa de trabajo como fotógrafo con Teatro El Portazo, cuyo director, Pedro Franco, incluía personajes femeninos interpretados por hombres en sus puestas en escena. La chismosa, la miliciana, la madre del héroe, la patria… todos ellos hombres travestidos… El transformismo traído y elevado al lenguaje del teatro musical, político… Recordé todo el tiempo que dedicaba en el camerino Yasiel Muñoz a convertirse físicamente en su personaje, Dalia La Pinareña. Comprendí entonces el arte que hay detrás. Cuando Maya Sierra (Juan Luis Prado) pisa el escenario, te absorbe el drama, el conflicto que representa, no te pasa por la mente que sea un hombre “disfrazado”.
“En el transformismo cabe todo —dice Kiriam—. Hay muchos lenguajes, diversidad de caracteres, de imagen, incluso de interpretaciones. Toda esa primera generación de transformistas, hablo de 1986 al 94, todas eran diferentes. Tomaron nombres de artistas reales que algún momento ellas caracterizaron. Otras crearon un personaje que en la misma noche podía hacer a Yuri o a Annia Linares, a Mirta Medina, a Maggie Carlés o a Isabel Pantoja. Muchas empezaron con nombres de esas artistas y en la medida que evolucionaron en sus performances, cambiaron a nombres propios. Por ejemplo, Imperio se llamó primero Tanya, después Annia Linares, hasta que terminó siendo Imperio e interpretándolas a todas. El transformista debe tener conocimiento de lo que es el teatro, de lo que es un escenario, de los movimientos y desplazamientos, del diálogo con el público.
“Yo tenía la base de cursos de teatro y me nutrí mucho de talleres que he tenido con grandes actores de Cuba, previos a películas y filmes, donde me he podido meter porque yo adoro, y para mí es una de las cosas más grandes que hay en la vida, seguir superándome, estudiar, preguntar, saber. Una ejecución es una obra dramática, y como tal, sé que se divide en tres: presentación, desarrollo de conflicto y clímax. No puedo salir desde que empieza la canción dando patadas y piñazos, sino que la obra dramática tiene un in crescendo y eso se basa en el estudio de lo que vas a interpretar”.
“En Cuba, por suerte, hay personas que ya se pueden ganar la vida gracias al transformismo. Han logrado, porque ha sido una batalla dura, que se les reconozca. Algunos son muy admirados en su propio espacio y el público va a verlos en particular”.
A estas alturas de la conversación con Kiriam y Norge, ya siento que me he reconciliado conmigo mismo y con el transformismo en cuestión, pero me intriga una nimiedad más, la cuestión de las propinas en el escote… Kiriam asiente y sonríe antes de responder:
“En un inicio las transformistas no cobraban. Te hablo de los años 1987, 1998. Era todo muy clandestino y en las casas no se cobraba la entrada, pero había otras casas fiestas que sí cobraban, pero era muy poco, cinco pesos cubanos, si acaso. Como manera de retribuir el espectáculo se comenzó con eso de poner propinas, lo que también es una costumbre importada de otros países donde a los strippers y a los bailarines se les da propina. Ya se ve de todo, un poco de especulación y morbo, digo. Ahí también se ve la rivalidad entre artistas. Este es mejor porque le pusieron más, tú sabes. Muchas veces no se basan en la ejecución o en el nivel artístico, sino en el gusto particular de los espectadores…”
El sol ha caído sobre la terraza habanera, pienso que mi curiosidad les ha robado bastante tiempo a Kiriam y a Norge, pero él no considera agotado el tema:
“Ahora está pasando una cosa fea en Miami, que tiene que ver con la llegada a ese lugar de prestigiosos transformistas que tuvieron una carrera muy importante en Cuba. Ellos se están presentando, por ejemplo, en una discoteca insigne como El Azúcar, y hay una ola de rechazo, porque hay personas que los acusan de haber sido partidarios del régimen revolucionario, de haber actuado en las galas contra la homofobia, etc. Eso está demostrando las fisuras que tiene también una comunidad como esta, que debería ser muy unida”.
“Sobre ese rechazo en Miami a las figuras que están llegando ahora porque estuvieron vinculadas en algún momento al Cenesex, te diré algo —añade Kiriam—. Hasta el año 2009 el transformismo en Cuba se ejercía en fiestas clandestinas. No fue hasta la aparición del proyecto Bravísimo, del maestro Carlos Reyes, donde se autorizó que los transformistas se integraran a espectáculos de variedades. Después de eso fue a través del Cenesex, desde su proyecto HSH, después fue Red TransCuba, para dar un poco de aparente legalidad al transformismo en los lugares del Estado…
“Todas las transformistas que quisieran llegar [a estos espacios] tenían que pasar por el Cenesex, integrarse a esta red; era obligatorio. Muchos establecimientos exigían el diploma o certificado, carta, respaldo, de que trabajabas en ese proyecto o que pertenecías a esa red. Desgraciadamente era así, y aún es así. Había que pasar por los cursos y graduarse como promotoras o facilitadoras de salud para poder trabajar.
“En el año 2014 se hizo la única evaluación donde se evaluaron a nueve transformistas. Entre ellos, yo fui la primera mujer trans evaluada por el Ministerio de Cultura y por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas como, y es paradójico decirlo, actor transformista de un proyecto. Ahora llegan a Miami y las quieren vetar, censurar por haber pasado por el Cenesex, y esa era la única opción para poder trabajar. Ahí te das cuenta de que también existe la manipulación política en el arte. Es muy triste que con la misma arma que te quieren matar aquí, te maten en Miami”.
“Yo creo que el transformismo, como arte al fin y al cabo —dice Norge—, puede servir para sanar esas fisuras, para decirles a todas las personas que comparten ese código que, si se hace arte con sinceridad, si se tiene un origen en el cual hemos compartido el mismo dolor, pues deberíamos ayudarlos a pasar a otro grado de trabajo, de rigor, de profesionalidad, aprovechando lo que hemos vivido”.
El sol se oculta, es inevitable, y la conversación termina. Me voy con la seguridad de que entre los cientos de historias individuales aún por contar, saldrían muchas otras obras de teatro, muchas películas, y se llenaría un libro completo sobre el transformismo en Cuba. Como siempre y en todo, hay más preguntas que respuestas. Sin embargo, hoy se me antoja que las estrellas se travestirán en lentejuelas tintineantes sobre el oscuro vestido de la noche.