Tiempo de vacaciones y parques infantiles

Rogelio Manuel Díaz Moreno

HAVANA TIMES — En este tiempo de vacaciones, uno da los paseos que no suele dar en otras épocas del año. Aunque uno mismo, de hecho, no esté de vacaciones, aquí tenemos a un Rogelito que es un primor y merece todo lo bueno que esté a nuestro alcance.

De esta manera, decidí llevarlo ayer al parque de diversiones La Isla del Coco. Este parque se construyó en el área donde estuviera antaño el llamado “Coney Island”, en el municipio de Playa, de la capital cubana. Está cerca del Palacio de las Convenciones y del círculo social y playa de La Concha. Por la ubicación de este parque, podemos llegar a él con facilidad. Apenas unas tres paradas en una guagua con un servicio milagrosamente bueno y ya estamos allí.

Esta instalación, de tecnología china, fue inaugurada hace varios años. Se montaron en esta un gran número de aparatos mecánicos, varios de ellos no vistos antes en Cuba. En sus primeros tiempos, lo que más me impresionaba de ella eran las aglomeraciones. También se rompieron rápidamente varias de las atracciones. Sin embargo, habíamos ido recientemente varias veces a la playa de La Concha, y nos percatamos que el parque ya no está tan congestionado y que la mayoría de los aparatos estaba en funcionamiento. Ante el interés de Rogelito, preparamos entonces el paseo para el pasado sábado.

A eso de las diez de la mañana entramos, entonces, en la bella instalación. La adquisición de los boletos es algo engorrosa, porque los distintos aparatos tienen sus propios boletines, aunque solo haya dos precios distintos. Los niños pagan cada aparato con un boletín y los adultos con dos. La fiesta siempre va a salir cara, al final, y eso que no compramos ninguna chuchería.

El aparato de los platillos voladores nos deleitó grandemente, pues no gira demasiado rápido y uno tiene la libertad de establecer la altura mediante una palanca dentro de su carrito. Los carritos más apegados al suelo de la Ruta Fija le gustaron mucho a Rogelito. La montaña rusa local no es nada del otro mundo, si la comparamos con otras de los grandes parques del mundo, pero para nuestro pequeño charco proporciona una dosis suficiente de adrenalina.

El parque, a pesar de su origen, está bastante acriollado. De hecho, Isla del Coco es el mundo de historietas creado por nuestro Jorge Oliver. Las figuras del Capitán Plan y sus amigos y el malvado pero gracioso Rui La Pestex adornan los caminos y placitas dentro del parque. A ellos se unen otros personajes cubanos, como los de la saga de Elpidio Valdés. De hecho, los caballitos del carrusel tienen la estampa del simpático Palmiche.

La mayoría de los aparatos que montamos nos proporcionó una agradable diversión. Solo el Pulpo Elefante me hizo pasar un mal rato. Nunca daría yo un buen cosmonauta, pues esas rápidas rotaciones me provocan un fuerte mareo. Apenas atiné a afincarme bien con las piernas y un brazo, a estrechar a Rogelito con el otro brazo y cerrar firmemente los ojos, con la cabeza baja, hasta que el endemoniado traste paró de girar.

En el parque existen también los más modestos cachumbambés y columpios tradicionales pero, bajo un inclemente sol, atraen poco la atención de los visitantes. Sí se combinan eficazmente las ofertas estatales con las de los privados, con los consabidos castillos inflables, camas elásticas, ponies, carritos y vendutas de juguetes y bisuterías. El encargado del castillo inflable aquí retratado hace gala de una generosa flexibilidad con el acceso y el precio, y se ganó un comercial gratuito de mi parte en este trabajo. Un soberbio cangrejo cuestiona al advenedizo vecino, pero sin abandonar el fondo de su cueva.

Al regresar a la casa, me percaté de lo agotador que me había resultado el paseo. Por su parte, Rogelito no dio la menor muestra de cansancio y, más bien, aspira a repetir y ampliar la experiencia.