Sobrevivir Tapachula: Testimonio de un emigrante cubano
Cuando el avión despegó en Holguín, Leo* sabía que era domingo, que era 27 de agosto de 2023, y que tenía miedo…
Por Melissa C. Novo (El Toque)
HAVANA TIMES – Cuando el avión despegó llovía terriblemente sobre Holguín. ¿Era el lamento del país? ¿Una señal? Pero para quien ha subido con una pequeña mochila a bordo y la ha colocado debajo del asiento y luego ha abrochado con fuerza el cinturón que sobresale en su sitio, junto a la ventanilla o en el pasillo, no hay vuelta atrás.
No importó el precio del vuelo, 1 400 dólares, y no importará la distancia que resta para aterrizar en Managua, las turbulencias, la incertidumbre; tampoco, el viaje posterior. Honduras, Guatemala, el cruce del río Suchiate y el desembarco en Chiapas. No importará la entrada irregular país por país cuando arriesgar lo que no se tiene es todo lo que queda. No importará Tapachula, casi a los pies del volcán Tacaná, el chile, los tacos con frijoles, los papeles de regularización, el trabajo, la espera y, otra vez, la incertidumbre. ¿Quién abandona un país sin saber con certeza que llegará al destino que busca?
Cuando el avión despegó en Holguín, Leo* sabía que era domingo, que era 27 de agosto de 2023, que tenía miedo, que todo aquello le provocaba mucho dolor y que huir del país, alejarse del país, era en lo único que podía pensar. No sabía, sin embargo, cuánto tomaría su travesía ni cuánto tardaría en llegar a Estados Unidos. Aún no lo sabe. Sabe que lleva un mes en el estado de Chiapas, ayer territorio maya, hoy una trampa a cielo abierto de emigrantes.
A Managua llegó de madrugada, luego de una escala en República Dominicana. La noche siguiente abordaría un auto. Dice que fue seguro, que todo estaba mucho más organizado, pero que la trayectoria fue larga y agotadora, “prácticamente extenuante”. Durante el recorrido se encontró con otros cubanos, viajaban en grupos numerosos, iban algunas parejas, otros con niños pequeños. Hace un año, pasaron por allí, por rutas similares, unos 300 000 cubanos. Ahora se reactiva un camino poderosamente hostil y, al parecer, con muchas menos garantías.
Hubo tramos en los que Leo debió caminar por la selva hasta llegar a unos autobuses en los que se juntó con más cubanos. Pasaron por Tegucigalpa. Vieron desde lejos las luces de la ciudad en la noche. Paraban en lugares determinados para ir al baño y para comprar alimentos. A Guatemala llegaron de día e hizo una estancia de 24 horas en un motel. Les dieron de comer, descansaron, recobraron energía para poder llegar en la noche a la ribera del Suchiate. Una vez en México, los montaron en taxis hasta las rentas y hospedajes que cada cual tenía dispuestos para sí.
La convivencia en condiciones precarias, en un país ajeno y con personas a las que acabas de conocer, es difícil. Las rentas han subido mucho en Tapachula, también los alimentos y los servicios. Lo primero que hacen los cubanos, que hizo Leo, una vez en territorio mexicano fue ir a la oficina de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). Allí consiguen un salvoconducto que les permite moverse en Tapachula sin peligro a ser apresados o deportados.
La cola, que en México se llama fila, era bastante extensa cuando él llegó —pero días después se pondrá más “caótica”—. Entró en un área en la que había varios locales, le dieron una boleta que llenó con sus datos personales —dirección en Cuba, correo electrónico, etcétera— antes de dirigirse a otro cubículo en el que tuvo que mostrar el pasaporte a una persona sentada detrás de una computadora. Le hicieron pocas preguntas y lo pasaron a otro local. Allí, finalmente, le entregaron el salvoconducto. Mientras Leo avanzaba en el proceso, no dejaba de ver a cubanos y a haitianos, sobre todo. Leo dice que no se considera un emigrante económico. Huyó de la isla porque tuvo problemas con la Seguridad del Estado y eso le dijo a otra autoridad que en la Comar aplicaba encuestas anónimas a los cubanos sobre sus motivos para abandonar el país.
La estancia en Tapachula y la ruta por Centroamérica partiendo desde Nicaragua se debe a que muchos cubanos prefieren esperar sus procesos de parole o aplicar a una cita de CBP One en territorio mexicano. Leo ha visto personas que llegan y en cuatro o cinco días han volado a Estados Unidos, pero otros llevan meses en Tapachula. “El ambiente que se respira entre los cubanos acá es de mucha expectativa, pero también de desconcierto. Hay una atmósfera de incertidumbre que crece”.
Se han producido disturbios, ha habido enfrentamientos entre cubanos y haitianos, han intervenido las autoridades policiales y han prohibido, desde mediados de septiembre, que los cubanos con algún tipo de permiso para presentarse en la frontera sur estadounidense viajen por vía aérea. La autorización para volar se tramitaba en el Instituto Nacional de Migración (INM). Leo estuvo en una concentración de emigrantes que protestó por la medida. Estuvo gran parte del día, bajo el sol, sentado en la acera, junto a niños en brazos de sus madres. Pero la realidad no cambió y nadie conoce con certeza si cambiará. Emprender un viaje por carretera sería más peligroso y, por supuesto, más caro.
Muchos cubanos en Tapachula, como Leo, están viviendo hacinados. Depende de la solvencia económica de cada cual vivir en condiciones mejores. Las rentas más humildes tienen un costo de 2 000 pesos mexicanos mensuales (unos 114 dólares) y tienen que pagar cada quincena. Leo pudo conseguir la renta porque un hermano había estado ahí antes y le dijo las señas. Viven cuatro cubanos y dos hondureños. “Me han marcado mucho las historias y la filosofía de vida de los hondureños —dice Leo—. Me percaté de que uno de ellos procede de los estratos sociales más bajos, se refugia en Tapachula y busca mejores condiciones de vida. Huye de la violencia en Honduras, de las pandillas; pero a los hondureños los discriminan en México y los discriminan en Estados Unidos. Algunos quieren aplicar mediante CBP One, pero sobre todo les interesa establecerse en México”.
En la renta, dice Leo, están “muy apretados”. Él, como otros, duerme en el suelo sobre un colchón. Tienen un ventilador y una cocina de gas. No tienen televisor ni refrigerador ni Internet, por lo que prácticamente tampoco tienen información. Tienen que comprar garrafones de agua porque en México la que llega por las tuberías no es potable. Compran de vez en cuando un poco de hielo, para enfriar el agua. Cocinan entre varios y pagan la comida entre todos. La renta es “bastante céntrica” y eso le ha permitido a Leo no tener que gastar dinero en taxis o transportes públicos.
Todos los días a las diez de la mañana Leo intenta coger una cita en CBP One, y eso hacen casi todos los cubanos. Pero la suerte dependerá de la calidad del teléfono. Quienes tienen móviles más defectuosos se agrupan y utilizan un solo celular compartido. Algunos gritan de alegría cuando alcanzan una cita y se toman unas cervezas. Otros solo hablan de la esperanza, de la expectativa y de la esperanza. “Todo gira en torno a la espera de la cita”.
Hay carencias de fuentes de trabajo en Tapachula para el alto volumen de migrantes. Muchos cubanos viven de las remesas que les envían sus familiares desde Estados Unidos. “Uno de los escenarios más impactantes que encontré —dice Leo— fueron las grandes colas de cubanos en las afueras de los bancos o en los establecimientos que reciben dinero de Western Union”. Dice Leo que las personas pueden estar en una cola desde temprano en la mañana hasta entrada la tarde y que hace un calor insoportable.
Leo observa un “impacto en la economía” de Tapachula debido a la llegada de miles de cubanos; piensa que sobre todo ha crecido el volumen de dólares en circulación. Pero también ha visto a cubanos y cubanas que trabajan en bares, en la construcción, donde no pagan nada bien, pero se subsiste. Otros pocos tienen puestos de vendutas o van por las colas ofreciendo agua, bocaditos. Leo se ha encontrado en alguna esquina a algunos que pregonan café, “igualito que en Cuba”. Cuando se haya cumplido casi un mes de la llegada de Leo a Tapachula comenzará a trabajar como jardinero.
Leo es católico. La Iglesia le ha prestado ayuda. Una vez, terminada una misa, lo invitaron a desayunar.
En Tapachula ha vivido muchas tensiones, pero no se ha sentido inseguro. “Es una ciudad bastante tranquila y te encuentras a muchas personas hospitalarias. Incluso cuando he caminado y he paseado en la noche con amigos hasta ciertas horas de la noche, lo hemos hecho sin sentir presión, sin problemas”.
“Yo vine con la esperanza y la certeza de que las cosas fluyeran bien, pero la vida me ha demostrado que eso nunca sucede exactamente así. Una cosa es lo que uno piensa y prevé, cómo uno vislumbra un panorama, y otra lo que encuentras en el escenario, en la realidad. Otras personas, en otro contexto, hicieron una estancia en Tapachula menos traumática y lograron su objetivo sin tantas complicaciones. Pero ese no es el escenario actual. Muchos cubanos estamos ahora en una especie de limbo migratorio, en una encrucijada. Es como si hubiésemos caído en una trampa de la que nos resulta muy difícil salir. Aun así, lo que prevalece en la mentalidad de la mayoría de quienes estamos acá es no regresar a Cuba. Para una gran parte se trata de cuestiones económicas, de huir de la vida miserable que cada vez más se vive en la isla, y otros tememos la represión política”.
Lo que se ha dado en llamar migración —”a falta de una palabra mejor o de un nivel más alto de piedad”, como bien dijera Brodsky—, y este tipo de migración en específico, resulta una especie de martirologio cubano; una inscripción histórica de la desesperación o de un destino que pareciera maldito. La gente se sigue yendo, las historias de triunfo de quienes llegan los inspiran y les dan fuerza para escapar de una realidad inviable. Lo seguirán haciendo, a pesar de los costos, a pesar de las fronteras; y las fronteras, sabemos, como ha escrito Recee, son intrínsecamente violentas, engendran violencia sistemática contra las personas. Un nivel más alto de piedad para lo que se ha dado en llamar migración, para Leo y para cada migrante que huye. No es una petición extraordinaria.
*Leo es un nombre ficticio para proteger la identidad del migrante.