Silverio desde lo alto

Fotos por Néster Núñez

Fotos y Texto por Néster Núñez (Joven Cuba)

HAVANA TIMES – Íbamos a llegar al Pico San Juan, el punto más alto de la cordillera del Escambray, pero el plan sufrió retrasos y no lo logramos.

Queríamos subir por el ejercicio en sí, por poner a prueba nuestros cuerpos y nuestra voluntad, por la vana hazaña —que infla el ego— de sentirnos en ese momento los tipos más elevados en muchos kilómetros a la redonda; y también porque subir lomas hermana a las personas y porque Silverio, el organizador, el líder, el promotor de la iniciativa, cumplía al día siguiente sus primeros 76 años, y era su deseo pasarlo por todo lo alto.

El Silverio del que hablo es Ramón, a quien veía habitualmente desandando los adoquines de Santa Clara o entre los bancos y ladrillos graffiteados de El Mejunje, disfrutando un concierto de La Trovuntivitis, o de un show de transformismo, organizando festivales, haciendo teatro y un sinfín de otras cosas, pero jamás subiendo y bajando lomas en el monte. Cuando dije mi preocupación a Orlandito, me respondió: «Tú estás loco. Silverio subió El Turquino para celebrar su 70 cumpleaños. Para él, esto es pan comido».

Orlandito sabe lo que dice porque lleva cerca de tres décadas muy cerca de Silverio, atendiendo el Bar Tacones Lejanos desde los tiempos en que no se bebían tantas marcas de cervezas importadas ni el «Yomempingo» actual, sino la guarfarina destilada en las casas a finales de los 90 y los vinos artesanales de mangle rojo, arroz o plátano tan frecuentes de encontrar en Santa Clara. Aunque Orlandito ya no bebe, cargó en su mochila dos botellas de wiski que terminó brindando entre abrazos y agradecimientos a cuanto guajiro nos topamos en los senderos. Además, fue el primero en lanzarse a las pocetas de los ríos y caminó junto a Silverio buena parte del tiempo, como un hijo atento a su padre.

No es que hiciera mucha falta porque el paso de Silverio es firme, rítmico, y en su respiración apenas se nota el esfuerzo. Camina como mismo habla: despacio. Más que por los años, porque se siente en paz consigo mismo, supongo, consciente del mucho bien que ha hecho durante los 40 años de El Mejunje y en su profesión anterior como maestro.

Aunque su camisa a cuadros hace que parezca un burócrata en desgracia, destronado y vomitado a los campos del olvido, no hay nada más lejano de la verdad: es exitoso en lo que hace, es querido, admirado, y logra que las cosas funcionen. Además, tiene muchas de las cualidades que desearíamos ver en un administrador, en un funcionario público o en un político decente.

«Yo creo que el éxito está en saber cuándo uno se equivocó, no decir “Yo soy el más sabio”, ni nada de eso. La gente a veces me dice una cosa y piensa que no lo estoy oyendo, pero después veo que tiene la razón y eso me ayuda. Lo otro es reconocerlo: Mira, tú me dijiste aquello, y lo estamos haciendo».

Es la primera noche en el modesto motelito de Cuatro Vientos. Fuimos a pasar el apagón en su cuarto y terminamos recibiendo esta lección de liderazgo. «El éxito también está en darle la oportunidad a la gente, para que no se pongan a decir Yo soy un incomprendido, yo soy muy bueno en esto y lo otro… Ah, sí, está bien, yo voy a ver si es verdad: el miércoles aquí no hay nada, ese espacio es tuyo: haz. Ya entonces te lo quitas de arriba y esa persona se dará cuenta de si tiene o no la capacidad de hacer».

Carlitos es otro de los del grupo. Bajista, rockero, con la espalda y el pasado un poco jorobados. Se baña en pantalones en el Salto del Rocío, se sube de primero a la mata de ciruelas y la sacude para que caigan y ahorrarnos tiempo. Desde su propia experiencia me deja ver al líder paternal y también exigente que es Silverio: «Yo mismo, yo soy un quemao de la vida», dice. «Un día le hice una propuesta y él me dijo: Alante Ifá. Y cuando tiene que regañarte, te pone el bafle. Pero te pone un bafle tan lindo que tú entiendes las cosas, las comprendes, y si no cambias eres un ignorante y no vas a triunfar en lo que sea que estás haciendo».

Después de salir a hablar por teléfono unos minutos, porque con el apagón casi no hay cobertura, Silverio entra y retoma la conversación casi donde mismo la había dejado: «La gente me dice “El Mejunje ya no es lo mismo”. Claro que no puede ser lo mismo: es El Mejunje de ahora. Pregunta a esos que están ahí qué es El Mejunje para ellos, qué les aporta. Estos muchachos que están entrando ahora no tienen nada que ver con los de cinco años atrás y no me imagino como serán los que entren dentro de cinco años. Van a tener otro ritmo, otros conceptos, otra manera de ver la vida. Creo que el éxito también está en avanzar en el tiempo, en mantener la esencia del proyecto, que es la inclusión, y a la vez lograr que no se estanque, que se renueve.

»Los guetos nunca me han funcionado. Al show de transformismo de los sábados van muchos heterosexuales. Se sientan y disfrutan y comparten, es así. Como igual los rockeros van a la trova y los gais van al espacio de los viejos… Se fue haciendo todo ese entramado, la gente se fue uniendo, mezclando, y se logró una cosa que es muy plural. Cuando vas al Mejunje se ve la diversidad».

Para confirmarlo está entre nosotros Leo, operador de luces, un tipo sensible que fue a Charco Azul para encontrarse con el pasado de su familia, trasladada, deportada a Pinar del Río cuando la limpia del Escambray. También viajó en el grupo Eliecer, transformista. Su personaje se llama Jennifer, me dice, me muestra fotos que guarda en el teléfono. El glamour del vestido, la peluca y las lentejuelas contrastan muchísimo con las botas de agua que trajo para subir y bajar montañas a la par de todos. Habla de los grandes shows de los 90, que hicieron al Mejunje famoso, incluso más allá de las fronteras cubanas.

«Había que tener valor para ir a presentarles un espectáculo de transformismo a los campesinos, y ahora es lo que más pide la gente», dice Silverio. «Qué sentido tenía celebrar la jornada contra la homofobia en El Mejunje, si la gente que va ahí no es homofóbica. Había que sacarlo a la calle, irse para el campo… La cuestión es atreverse, tomar riesgos, por ahí también viene el éxito».

«Yo he dicho que el alma de la nación cubana está en El Mejunje: el bolero, el filin, la trova, no como cosa de museo; están vivos, están formando generaciones». Lo que yo pienso, sin embargo, es que el alma de la nación que encarna El Mejunje va más allá de la cultura: es como la Cuba ideal, la Cuba participativa, inclusiva, próspera en ideas, en experimentos, en resultados, a la que muchos aspiramos. Allí no se aparta la vista de los problemas.

«Santa Clara por la vida» fue un grupo de voluntarios que coordinaron la recepción y entrega de medicamentos a los afectados por la covid 19. Desde El Mejunje también salieron donaciones hacia Pinar del Río, cuando el ciclón, a Matanzas cuando el incendio de supertanqueros, y hacia La Villa Panamericana cuando la explosión del hotel Saratoga. Y todavía se coordina el almuerzo de ancianos en estado de vulnerabilidad, necesitados en extremo. Silverio se concentra en actuar sobre el problema, sin formar aspavientos ni ser demasiado confrontativo, sin llamar la atención sobre sí mismo o los suyos, en silencio, sin escándalos. 

Y lo mismo en la ruta Nengoa, que por Guanayara, que en su propia habitación del motelito, Silverio escucha a la gente. Le gusta conversar, saber honestamente de la otra persona. Es algo que necesita hacer cada cierto tiempo porque así lo dictan sus raíces de guajiro nacido en La Minerva, un lugar que ya desapareció y que nunca fue señalado ni en los mapas municipales. Eso, y pasarla bien, alejado del confort y las desavenencias de la vida cotidiana, sentir el olor de las yerbas y de la tierra mojada, llenarse los ojos de verde y los oídos con el canto de los pájaros, fue la razón más simple y verdadera del viaje.

No subimos al Pico San Juan el día planificado porque pasamos por la sede de Teatro de Los Elementos, una comunidad creativa levantada bajo el liderazgo de José Oriol, otro fundador, creador y aglutinador imprescindible que no ha perdido su esencia, sus raíces profundas alimentadas por las tierras del Escambray. Allí, bajo una ceiba, fueron depositadas las cenizas del actor Alexis Días de Villegas, y Silverio le rindió homenaje. Se escucharon canciones y décimas, se admiró la obra del artista de la plástica Nelson Domínguez y se habló de proyectos conjuntos entre Teatro de Los Elementos y El Mejunje.

Ver a un par de grandes viejos soñar y planificar nuevos modos de enfrentar el futuro nos hizo sentir realmente en lo más alto, sin necesidad de subir a ningún pico. No es hacer más Mejunjes lo que necesita este país, sino multiplicar las prácticas de liderazgo de personas como Oriol y Silverio.

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