¿Se merecen las encuestas la actual crisis de confianza?

Por Paulina Valenzulea y Joao Acharán (latinoamerica21)

El pasado 17 de diciembre Chile enfrentó un nuevo hito electoral: el plebiscito de salida para manifestarse “a favor” o “en contra” de la propuesta de nueva Constitución. A pesar del extenso periodo de prohibición de publicación de resultados electorales que existe en Chile, 15 días antes de un evento electoral, diversas encuestas circularon a través de mensajes privados (incluso redes sociales), siendo difícil para los ciudadanos identificar si se trataba de encuestas reales o inventadas o, en caso de ser verídicas, acceder a las características metodológicas de cada medición, lo que alimentó un clima de desconfianza hacia las encuestas.

Dado el papel protagónico que tienen tanto en el proceso preelectoral como en el postelectoral, es fundamental comprender las percepciones ciudadanas en Chile respecto a las encuestas. ¿Qué piensan los votantes sobre la herramienta principal para desentrañar la dirección, los motivos y el sentido de sus elecciones para la vida pública y colectiva? Considerando que las encuestas señalan las probabilidades de adhesión popular y éxito de futuros alternativos, y –con ello– ayudan a moldar las estrategias de campaña de los contrincantes así como la interpretación sobre lo que se puede esperar el día después de los comicios por parte de los ciudadanos, es importante entender qué piensa la población sobre dichos instrumentos. Ello derivó en un estudio sobre confianza en las encuestas hecho vía correo electrónico a un panel de respondientes habituales, con el propósito de identificar los segmentos más críticos y los factores que inciden en esa descreencia.

Así como ocurre con el actuar y desempeño de varios otros sectores profesionales e instituciones, no solo en Chile, sino en la región, los resultados revelaron que existe una alta desconfianza en las encuestas que se realizan en el país, incluso entre quienes las contestan con regularidad. Encumbradas casi 100 años atrás por los pioneros George Gallup y Elmo Roper como las herramientas que permiten una forma regular y continua de expresión de la voz de los ciudadanos sobre los asuntos públicos y temas de relevancia local o nacional (junto con las cartas a los diarios y legisladores, la presión organizada vía grupos de interés u ONGs, las marchas en la calle y otras formas de protesta y el ejercicio del voto en las urnas), hoy despiertan el resquemor y recelo de esa misma ciudadanía.

La confianza en las encuestas se asocia a la experiencia previa respondiendo encuestas y al interés en política del entrevistado. Coherente con lo esperado, los resultados muestran que aquellos que han respondido encuestas con anterioridad muestran mayor confianza en dichos instrumentos (un 52% confía mucho o algo). Sin embargo, la experiencia previa no se constituye directamente en un antídoto para con la desconfianza, dado que incluso entre quienes responden casi la mitad declaran confiar poco o nada en ellas.

El grado de interés en política también influye en la confianza hacia las encuestas electorales. Si bien los apáticos (quienes no tienen interés en política) suelen mirar los resultados de estas de manera más crítica, lo que se corresponde con el juicio negativo que tienen de todo lo que tenga a ver con el mundo político o electoral, llama poderosamente la atención que exista una baja fe en el desempeño de los sondeos entre aquellos muy interesados en política, o sea: quienes saben de la importancia de la transparencia, la expresión pública y la circulación del conocimiento sobre lo que piensa la ciudadanía. Más de la mitad de los politizados presenta también bajos niveles de confianza.

Al indagar en las razones detrás de la desconfianza, la sospecha de falsificación y/o manipulación de los datos de encuestas aparece como una preocupación relevante: más de un cuarto de los consultados (26.2%) se basan en ese tipo de percepción para negarles credibilidad a las mediciones del pulso popular. Esta percepción se ve acrecentada en contextos electorales en los que proliferan encuestas de origen dudoso y metodología desconocida o difusa. Pero también existe la sospecha alimentada por la incertidumbre sobre las intenciones o uso instrumental y táctico de esos sondeos para fines partidarios, lo que contamina su carácter genuino. Para uno de cada cinco encuestados (19.2%), la sombra de intereses políticos o económicos u otras agendas particulares ocultas también contribuyen al clima de desconfianza hacia las encuestas.

La suspicacia contra las mediciones de opinión pública se manifiesta no solo con relación a la autenticidad de sus resultados, sino también en aspectos técnicos y metodológicos, con cuestionamientos a la precisión, la representatividad y la metodología utilizada. De hecho, para el grueso de los consultados (43.8%) los problemas de diseño contaminan la creencia en los estudios. Este escepticismo en la rigurosidad metodológica resalta la importancia tanto de la transparencia en los procesos implementados por parte de las encuestadoras como de consumidores de datos con mejores herramientas para evaluar técnicamente las encuestas que circulan. 

Estos hallazgos revelan la urgente necesidad de transparencia en los procedimientos de las empresas encuestadoras y en la actualización de las regulaciones vigentes que entorpecen la difusión de los resultados de estos instrumentos, como es el caso del extenso periodo de embargo que se aplica en Chile para la difusión de resultados de encuestas electorales. La restauración de la confianza pública en las encuestas, en un momento en el que la participación ciudadana y la toma de decisiones basadas en datos son tan cruciales, requiere no solo de prácticas más rigurosas por parte de las encuestadoras e investigadores sino también de la adopción de estándares internacionales como los que sugieren organizaciones internacionales como Wapor y Esomar, para extraer lecciones aplicables al contexto chileno.  Abordar estas preocupaciones y promover la calidad y la claridad en nuestras prácticas como encuestadores permitirá mejorar la credibilidad de la investigación en opinión pública y mejorar la comunicación sobre la voluntad popular reflejada en los sondeos.

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