Roma paga a los traidores… pero los desprecia

Miliciana

Por Javier Herrera

HAVANA TIMES – La antiquísima frase se refiere al desprecio a que son sometidos los traidores incluso por sus propios amos. Quien traiciona a su pueblo, familia o sociedad jamás será apreciado por aquellos para los que traicionó.

Aunque el caso que se comenta acá no es el de una traición intencional y consciente los amos al final igual despreciaron a quien lo dio todo por ellos y apostó a sus ideas. Aunque en un principio la protagonista de nuestra historia pudo estar confundida, incluso encandilada por ideales de justicia, es seguro que pasó por momentos de su vida en que debió cuestionarse la ética de su actuar, pero prefirió callar y seguir adelante al lado de los amos que un día eligió.  

Corría el año 1957 y Adela Jiménez era apenas una adolescente de 15 años que cursaba estudios en escuela Normal de Maestros. Mientras en las montañas del oriente del país un joven abogado dirigía un ejército irregular que luchaba contra un gobierno usurpado. Los institutos de estudios eran hervideros de chicos con ideales que se sumaban a la revolución. Adela fue uno de esos jóvenes que se sumó a la ola libertaria imbuida de ideales de justicia y se incorporó a la lucha clandestina que tenía lugar en las calles de cada ciudad de Cuba.

Adela transportó armas, escondió compañeros perseguidos por la policía. Adela transportó parte de los explosivos usados por Sergio Gonzales López, el curita, durante la noche de las cien bombas en La Habana. Adela fue una revolucionaria consagrada a sus ideales.

En 1959 triunfó el movimiento revolucionario y con ello una nueva época de sueños se abrió ante Adela. Ella, estudiante de magisterio al fin, se sumó a la campaña de alfabetización. Adela fue a las intrincadas lomas del Escambray y hasta allí llevó la educación.  En el Escambray conoció al único hombre de su vida y más tarde con él se casó. Adela estuvo aquel 22 de diciembre en el acto donde se declaró a Cuba como territorio libre de analfabetismo. Adela recibió un certificado, junto a dos de sus alumnos, de la propia mano de Fidel Castro, un beso en la mejilla y una caricia en el cabello, lo que constituyó su mayor orgullo durante toda su vida.

Antes de eso Adela ya formaba parte de las milicias revolucionarias y defendió valientemente el territorio nacional durante la invasión de Bahía de Cochinos. Adela fue enfermera durante los combates y allí fue herida por un trozo de metralla que le provocó no poder hijos jamás. Adela reafirmó allí su odio a los enemigos de la revolución.

Adela dedicó su vida al magisterio. Ella educó generaciones. Adela fue profesora de primaria e impartió múltiples asignaturas, pero si algo le transmitió a sus alumnos fue el amor a la patria, a la revolución y por sobre todo a la revolución, y por encima de todo eso a Fidel, su ídolo.

Adela dio el paso al frente cuando se pidieron educadores para alfabetizar al hermano pueblo de Nicaragua. Adela vivió dos años completos en las selvas centroamericana y llevó la luz de las letras a más de cien nicas.

Adela en el 80 lanzó consignas y huevos a los gusanos que renegaron de su amada revolución. Adela participó en decenas de mítines de repudio, incluido uno en su propia casa a su único hermano que abandonaba el país. Adela fue de las más activas en la turba y se negó a entrar a su casa hasta tanto semejante escoria no la hubiera abandonado. Adela acumulaba méritos revolucionarios con cada bocanada de aire que inhalaba.

Adela era una revolucionaria ejemplar. Adela participó en cuanto llamado hizo la revolución. Ella fue presidenta de los CDR, fue la encargada de vigilancia de su CDR durante muchos años, fue coordinadora de estos. Adela fue al cordón de la Habana, recogió café, se movilizó en variadas ocasiones. Ella jamás faltó a un trabajo voluntario un domingo rojo, jamás dejó de ir a un acto en la plaza de la revolución, jamás le falló a una convocatoria de la revolución o Fidel.

Adela gritó “Paredón”, repitió hasta el cansancio “No los queremos, no los necesitamos”, se quedó afónica gritando “pin pon fuera, abajo…”, con orgullo vociferaba “Carter cabrón, acuérdate de Giron”… Adela gritó cada uno de los lemas revolucionarios de moda en su momento, los conocía de memoria y  más, los vivía con ardor visceral.

Adela nunca pudo tener hijos por la herida recibida en Girón. Adela perdió a su esposo y único compañero de vida con apenas 43 años, y nunca se volvió a casar. Con tantas tareas de la revolución no había tiempo para la vida personal. Adela perdió a su hermano en el 80 cuando este decidió marcharse al frio norte contrarrevolucionario y se perdieron la pista definitivamente luego de ella romper sin leer las cartas que le llegaron de él hasta que permutó de casa y ya más nunca tuvo comunicación. Adela comenzó a perder su casa cuando el tiempo se ensañó con la misma y comenzó a derrumbarse por pedazos quedándole solo parte de la cocina y el baño con techo más o menos sin muchas filtraciones.

Adela escribió cartas a Fidel, pero al parecer alguna mano perversa las extraviaba en el camino. Adela escribió a los CDR, al Partido y a la Federación. Adela le envió sus diplomas y medallas a cada institución a la que perteneció, pero al parecer estaban involucradas en actividades más importantes que atender a una anciana de la que nadie se acordaba o quizás alguna mano malvada extraviaba sus cartas.

Adela tampoco tuvo un hijo traidor que le enviara dólares para sobrevivir la crisis. Su hermano murió en el momento en que ella cortó toda comunicación y a estas altura no tenía ni idea de qué fue de la vida de él.  Adela estaba sola… o no tanto: un vecino, mariconcito por cierto, muy contrarrevolucionario, de vez en cuando le llevaba algo de alimentos y le sacaba los mandados de la libreta.

Pero Adela jamás se quejó. Adela sabía que la revolución no se equivocaba y en algún momento serian atendidas sus necesidades, la revolución no abandona a sus hijos… pensaba Adela.

El tiempo lo quiebra todo y el cuerpo de Adela no fue la excepción. Su espíritu no, ese se mantuvo fiel a Fidel hasta el último suspiro.  Adela falleció el pasado 9 de noviembre de 2022 a la edad de 82 años. Nadie fue al velorio, ni un solo dirigente, no hubo coronas del CDR ni discursos recordando su excelsa trayectoria revolucionaria. Solo el mariconcito y su pareja acompañaron el féretro a su último destino. Adela descansa en paz aunque se quedó esperando la respuesta a sus cartas.

Adela se enamoró de un líder y su revolución y por ellos traicionó sus ideas de libertad. Adela traicionó a su pueblo cuando delataba desde sus puestos en los CDR. Adela traicionó a su familia cuando despreció al hermano poniendo a la revolución por encima de los lazos filiales. A mí me gusta pensar que Adela  estaba confundida, que nada de lo que hizo fue intencional, incluso, me gustaría creer que tuvo tiempo de arrepentirse, aunque nunca lo haya expresado. Pero igual, Roma, después de haber consumido su cuerpo, vida y espíritu hasta el quebranto, le pagó como se le paga a los traidores: con desprecio y olvido.

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