Rayas, ¿matar o no?

Fotorreportaje por Caridad

Rayas en las costas de Venezuela
Rayas en las costas de Venezuela

HAVANA TIMES, julio — Caminaba por una playa de Venezuela y a lo lejos vi un tumulto que me llamó la atención. Cuando esto ocurre junto al mar es, generalmente, porque los hombres han sacado un gran pez.

Con la cámara en la mano me acerqué al grupo de mujeres y hombres en el muelle. En toda mi vida había visto una raya, o manta, como quiera que se le conozca. Tampoco es que hubiese llegado a ver semejante cantidad de pescados de cualquier especie.

Los hombres reían agradecidos por el regalo del mar. Pero el exceso de sangre, la cantidad de mantas inertes me conmovieron. Miré a sus ojos y descubrí que son muy parecidos a los ojos humanos.

Cuchillos en manos los hombres sacaban el esqueleto de la raya y en uno de ellos descubrí algo muchísimo más impresionante: un rostro humano.

¿Acaso alguno de los pescadores se habría percatado de este parecido?  Por supuesto que me hice esta pregunta sin ninguna sombra de juicio hacia ellos. Sería demasiado hipócrita de mi parte juzgar a un hombre que mata para ganarse la vida.

Por supuesto que ya pasó la época en que las personas matábamos solo el animal que necesitábamos para consumir en ese momento. Ahora la sociedad es un poquito más complicada. El asunto de comer o no la carne es, para algunos, un asunto moral. Para otros de pura supervivencia.

Rayas en las costas de Venezuela
Rayas en las costas de Venezuela

Cualquiera podría conmoverse hasta el punto de decidir no probar nunca más un pez; hasta el punto de mirar con desagrado a estos hombres que sonríen como si la muerte de otro ser fuese asunto de regar flores o domar colibríes.

Quizá la mitad de estos peces muertos vayan a parar a una de esas fiestas donde se desperdicia la mitad de la comida, quizá se pudran en algún almacén porque al vendedor le conviene más ocultarlas para que vuelva a subir su precio, quizá ayuden a superar la enfermedad a alguien o a mantenerle la salud o todo lo contrario. Están muertas y sería absurdo especular sobre el probable beneficio de su muerte.

A mis ojos lo único claro es la sonrisa en los hombres y las mujeres que los acompañan, quizá  a ninguno le agrade comer esta clase de pez; pero seguramente podrán comprar algún alimento para ellos o sus hijos, o cualquier otra cosa que necesiten.

¿Es justo? No soy quien para hacerme esa pregunta, tampoco es justo que, para que yo pueda escribir este diario, deban ser talados miles de árboles, sin hablar de lo que daña al medio ambiente la fabricación de esta laptop (que no es mía) o la cámara fotográfica (que no es mía), pero igual las utilizo en mi provecho.

¿Y las fotos, para qué las hago? ¿Para exponerlas ante unas cuantas personas que alabarán la “imagen”?  ¿Para denunciar lo que no quiero denunciar?  ¿Para expresar el dolor que no tiene lógica?

¿Y entonces las rayas?

Caridad

Caridad: Si tuviera la oportunidad de escoger cómo sería mi próxima vida, me gustaría ser agua. Si tuviera la oportunidad de eliminar algo de lo peor del mundo borraría el miedo y de todos los sentimientos humanos prefiero la amistad. Nací en el año del primer Congreso del PCC en Cuba, el día en que se celebra el orgullo gay en todo el mundo. Ya no vivo al este de la habana, intento hacerlo en Caracas y continúo defendido mi derecho a hacer lo que quiero y no lo que espera de mí la sociedad.

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3 thoughts on “Rayas, ¿matar o no?

  • En el Periodo Especial cacé cientos de langostas en Varadero para el consumo de turistas. Lo que no sabía entonces es que 16 años después continuaría recordando la matanza con tristeza; y cada día más.

  • Nena, leyendo esto recordé a los tontos de Caleta del piojo, en Guanahacabibes, que se pasaban todo el tiempo pescando o intentando pescar. Lo que los motivaba era el placer de sacar los peces del agua, sacarlos como fuera, con sangre o sin ella. Qué infelices, demostrando su “valía” a costa de la muerte de otros seres.

  • Les contaré algo que también recuerdo. Yo solía ir de cuando en cuando a un pequeño restaurante a la orilla de una playa, en Cuba. Tenían como mascota un carey, al que amarraban con una cuerda. Le echaban comida y le daban suelta por el mar. Como una costumbre, siempre preguntaba por él.
    Un día, respondieron con lágrimas a mi pregunta. En un mal momento, al pedido de un turista, mataron al pobre Carey. Y me impresionó, por eso lo recuerdo, yo que tanto olvido.
    Saludos cordiales.

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