“Quería que me mataran, para acabar con el dolor”

Cristian Meléndez, preso político excarcelado con secuelas por torturas en El Chipote

Lo encarcelaron acusado de organizar unos tranques en Chichigalpa que no existieron, y para obligarlo a confesar le dieron descargas eléctricas

Por Juan Carlos Bow  (Confidencial)

HAVANA TIMES –  “Prac, prac, prac, prac”, escuchó cerca de su oído derecho Cristian Meléndez Meléndez, de 23 años, mientras tenía una bolsa plástica en la cabeza y dos investigadores de la Policía Nacional lo golpeaban para que abriera las piernas. Momentos después una descarga eléctrica recorrió sus testículos y todo su cuerpo. “Quería que me mataran para acabar con el dolor”, pensó. Recluido en El Chipote, este joven preso político sufrió una tortura como castigo por “no dar información útil” a los agentes.

La Policía Nacional lo secuestró el 28 de octubre, en Chichigalpa, Chinandega, y fue golpeado y torturado en las celdas de la estación local, El Chipote y La Modelo. Después de 138 días en prisión, fue excarcelado junto con otros 49 presos políticos, el 15 de marzo.

A Meléndez lo capturaron junto a su compañera, Claudia Campos Monjarretz. Ambos y el joven Gerson Suazo Báez fueron acusados de secuestro, asalto, lesiones, posesión ilegal de armas de fuego y entorpecimiento de los servicios públicos en Chichigalpa. Lo declararon culpable por el último cargo y lo sentenciaron a un año y seis meses de cárcel.

“Me condenaron por obstrucción en la vía pública de un tranque que hubo supuestamente en Chichigalpa, un tranque fantasma, con imágenes que sucedieron en 2012, con testigos falsos”, afirma.

El maltrato comenzó desde que lo detuvieron. “Nos capturaron cuatro patrullas, nos golpearon y nos aventaron a la tina (de una camioneta), y ahí nos iban pegando patadas. Cuando llegamos a Chinandega, nos desnudaron y nos golpearon”, relata. Meléndez recuerda: “decían que nos encontraron una escopeta y gasolina, no nos encontraron nada, ni el teléfono. Nosotros veníamos de una vigilia de protestar porque habían detenido a Gerson”, añadió.

En el rostro no los golpean

El joven estuvo menos de una semana en las celdas de la estación local de la Policía. Fue trasladado a El Chipote, y sufrió un calvario en cada interrogatorio.

“Cuando me sacaban a investigación me golpeaban, pero no tan fuerte, si lo comparás con lo que se te viene después. Me pegaban con sus propias manos o con ‘amansa bolos’, te pegan en el cuerpo, pero no te tocan la cara”, describe.

“En los juzgados tenés que aparentar que estás bien, si estás mal te cancelan el proceso o te posponen la audiencia. Cuando se te pospone es porque estás lastimado y ellos no quieren que salga a la luz”, explica.

Castigo por no delatar

Los policías querían que Meléndez les dijera quiénes financiaban las protestas en Chichigalpa, dónde tenían las supuestas armas y contenedores con gasolina, y dónde quedaban las casas de seguridad. El joven se mantuvo firme en que su única participación fue en las marchas. Su silencio fue castigado con una sesión de tortura.

“Me llevaron a otro cuarto (diferente al de los interrogatorios), que está manchado de sangre. Me esposaron y subieron las manos hasta arriba. Estaba muy nervioso por la sangre y porque no decían nada, estaban en silencio”, recuerda.

“Me pusieron una bolsa en la cara y me comenzaron a asfixiar, además me golpeaban el estómago. Me daban ganas de llorar, un montón de cosas se me vinieron a la mente porque me dispararon cerca del oído”, narra el joven. “Comenzaron a decir que me iban a quitar el short, como no me dejaba y me ponía firme, me golpearon en las piernas y me rompieron el bóxer”. Lo siguiente fue el sonido de un “taser” o pistola eléctrica en su oído. “Se escucha un prac, prac, prac, prac”, asegura. Después recuerda “un gran dolor en toditito el cuerpo. La parte de los testículos me quedó quemada”.

Quería morirse

Meléndez creyó que la sesión de tortura había terminado, pero estaba a mitad de camino. “Me caí de la silla y no me di cuenta que me había orinado. En el suelo me volvieron a poner la bolsa, me volvieron a patear para que me subiera, pero no tenía fuerzas. Entre patadas, ellos me subieron”.

En ese momento, en la mente del joven preso político solo rondaba un deseo: “que me mataran”. “Pensé que, si iban hacer algo conmigo, que lo hicieran de una sola vez para no estar sintiendo el dolor. Que me mataran mejor, para acabar con el dolor”.

Una vez en la silla, los torturadores le pusieron por segunda ocasión el “taser” en los testículos. “Sentí que toda la espina dorsal me la estaban quebrando, una quemazón por dentro de los órganos, la boca, los ojos, en todo el cuerpo. No podía caminar por el dolor en los testículos. Pasé como un mes y medio que me orinaba y no me daba cuenta que lo hacía”.

En El Chipote, los presos podían pedir atención médica. Sin embargo, la atención se limitaba a darles pastillas para el dolor o para dormir. “No atienden lesiones”, según Meléndez.

Su paso por La Modelo

Después de aquella tortura, Meléndez nunca más fue sacado de la celda, hasta que lo trasladaron a La Modelo, a finales de noviembre de 2018. En la cárcel de Tipitapa, Meléndez fue golpeado por custodios y antimotines.

“La primera vez que sucedió algo fuerte fue el 31 de diciembre, a las 12 de la noche, cuando nosotros estábamos cantando el Himno Nacional, dimos un minuto de silencio por las víctimas, cantamos también unas canciones nicaragüenses; primero el módulo 16-1 y después el 16-2. Entonces, llegaron alrededor de unos 80 funcionarios con sus armas, entraron, golpearon a varios y nos amenazaron que si nos movíamos nos mataban”, relata.

Después en enero, durante una requisa general, les botaron todos sus alimentos, lo que generó un altercado con los custodios. “Tras la revisión, cuando volvimos a entrar, nos dimos cuenta que todas nuestras cosas, el queso lleno de jabón, ace o en el suelo, el pan cortado, la leche tirada, los jugos y el agua vaciada en el suelo. Todo lo que era comida destruido”, describe.

“Ese día nos volvimos a levantar, empezamos a patear los portones, a cantar y gritar; ellos (custodios) nos comenzaron a tirar piedras desde afuera, nosotros les tiramos pinol, azúcar, avena. A la hora de llegada, no llego a más, pero ya se venían dando esas cosas”, comenta.

Golpiza de febrero

La peor golpiza que recibió en esa prisión fue el 19 de febrero, durante un traslado de celdas. Unos veinte reos aprovecharon que estaban afuera del calabozo para protestar y cantar el Himno Nacional. “Unos custodios y antimotines nos empezaron a empujar para meternos, pero nosotros les pusimos nuestras banderas (de plástico azul y blanco) como escudos. Uno de los antimotines le pegó un ‘amansa bolazo’ a uno de nosotros, entonces todititos se dejaron venir contra nosotros”.

“Nos empezaron a golpear bastante fuerte, y cerraron el portón porque la gente (otros reclusos) venía para afuera. Cuando querían abrir el portón les pegaban en las manos, pero lograron abrir el portón, ya estábamos bastante golpeados, casi desmayados”, subrayó.

El joven reo resultó con una herida y varios hematomas en la cabeza, la clavícula y los brazos golpeados, un chichón en la frente y moretones en la espalda.

Lesión cerebral

Las palizas dejaron secuelas en el cuerpo de Meléndez. Fuera de prisión, el joven se ha hecho varios exámenes, y un médico independiente le confirmó los daños por las torturas.

Una radiografía reveló que tiene problemas en los ligamentos del hombro derecho; un ultrasonido —examen que se hizo porque vomita sangre— mostró que tiene golpeado órganos como el hígado; y un encefalograma —porque sufre de dolores de cabeza— reveló que padece una “lesión considerable” en la zona derecha del cerebro.

Para la lesión tendré que seguir un tratamiento por seis meses, (tiempo) en que el que se me dará seguimiento para ver si mejora, sino el tratamiento tendrá que ser más fuerte”, explica.

Emocionalmente, Meléndez se siente “feliz por estar afuera”, pero “es un sentimiento encontrado”, dice, “porque a la misma vez” le entristece que sus compañeros de lucha siguen “sufriendo ese infierno” en las cárceles.

Pese a las lesiones, las golpizas, las torturas y el acoso constante en su vivienda en Chichigalpa, el joven mantiene intactas sus demandas de libertad y democracia. “No voy a parar, esto va a seguir, sigo firme en la lucha, y seguiremos pase lo que tenga que pasar. Amo mi país, amo vivir en Nicaragua, pero en una Nicaragua libre para todos, esa es la Nicaragua que quiero para mí y para todos los nicaragüenses”.