¿Qué vamos a hacer con más remesas?

Foto: Sadiel Mederos

Por Miguel Alejandro Hayes Martínez (El Toque)

En noviembre de 2020 la Administración de Donald Trump decidió cerrar el servicio de envío de remesas a través de la compañía Western Union (WU) desde Estados Unidos hacia Cuba. Luego, en enero de 2023, bajo el Gobierno de Biden, se reactivó el servicio de manera experimental únicamente desde Florida. El 2 de marzo de 2023 la fase de prueba dio paso a la normalización. Es posible enviar dinero a la isla desde todos los estados de la Unión (con restricciones de hasta 2 000 USD diarios, aunque no son significativas).

La nueva medida apunta hacia un aumento de las remesas a Cuba, lo cual sería bueno para el incremento en el ingreso de algunas familias y para las políticas recaudatorias del Gobierno cubano. Pero, más allá de lo aparente, ¿cuáles serían los efectos posibles de dicha medida, sobre todo para el poder adquisitivo del ciudadano?

Nunca te bañas dos veces en el mismo agua

El aumento de las remesas a Cuba hoy no va a tener el mismo impacto que pudo haber tenido en 2017 o 2018, porque no es el país de entonces. No lo es no en un sentido poético-filosófico-existencial, sino en sus condiciones económico-productivas y su estado demográfico. Que se aplique la misma política o el mismo shock en escenarios diferentes solo trae un resultado distinto para cada escenario.

En 2018, cuando aún se recibían remesas vía WU, resultaba mucho más fácil para un ciudadano ir a comprar al agro o a las tiendas en CUC (el antecesor de la MLC). En aquel entonces, aunque deficiente, había cierto nivel de abastecimiento por la producción en la agricultura y la ganadería, así como la importación de bienes de consumo, sobre todo alimentos.

¿Y hoy? En 2023, el acrecentamiento de la escasez es visible en los altos precios y su aumento (inflación), así como en las largas colas para comprar y el racionamiento generalizado de la comercialización de productos, que constituyen la mejor evidencia económica de que hay mucho menos para comprar, o lo que es lo mismo, menos oferta que en los años mencionados.

Las estadísticas también lo señalan: la producción agrícola cayó un promedio anual de 7.7 % entre 2016 y 2021. Hay tan poco que ofertar, que se produce la ilusión/nostalgia de que antes había (oferta) suficiente. Vivimos una crisis que también se refleja en el aumento de la desigualdad, el descontento social (con su punto máximo el 11J), la ola migratoria e incluso la situación política que vive el país. En ese contexto, el aumento de las remesas enviadas a Cuba tendría sus particularidades.

Las remesas funcionan como un empujón, una inyección, un shock (si es de gran magnitud el empujón, y si se le quiere llamar con lenguaje más técnico) para aquellos que la reciben. No obstante, en escenarios en los que la oferta es insuficiente, más ingresos para algunos grupos de individuos trae como consecuencia inmediata el aumento de la cantidad de demandantes del bien que escasea.

Por ejemplo, si hasta ahora 1 000 familias de determinada zona geográfica tenían dinero suficiente para comprar carne en MLC, y con el aumento de las remesas pasan a ser 1 300 familias, pues habrá al menos un 30 % más de demanda en esa zona. Así, la lucha social por el acceso al alimento hará que aumenten las colas o el precio de esos bienes en el mercado informal. Ambas opciones son dos caras de la misma escasez.

Para una familia, el efecto positivo del aumento de sus ingresos será contrarrestado por el efecto de la escasez (dado el shock de demanda generado por las remesas) sobre los precios. No quiere decir que de manera individual o familiar no será beneficioso, pero menos de lo que se puede esperar. En un mercado en el que hay poco que comprar, para que la economía mejore y aumente el poder adquisitivo del ciudadano, el hecho de que este tenga dinero no es ni la mitad de la solución.

Al mismo tiempo, al aumentar los precios finales de los bienes de consumo, se fortalece el «aburguesamiento» de los bienes básicos; es decir, se afianza el proceso en el que cada vez más productos básicos son asequibles a personas de más ingresos (así, un paquete de salchichas termina por ser casi un bien de lujo). En consecuencia, aumenta la brecha de accesibilidad que puedan tener a estos bienes los ciudadanos de menos ingresos, lo cual consolida la desigualdad. (Fenómeno que caracteriza la economía cubana hace años, dada la ausencia de ofertas para los bolsillos de menos ingresos).

Se puede concluir que, donde hay escasez de oferta, el aumento de los ingresos de un grupo social reduce los privilegios de compra de los de ingresos medios (e incluso los altos, en algunos casos) y perjudica a los de ingresos bajos. Los estratos sociales de más ingresos tendrán que competir con los nuevos beneficiados por las remesas, y los más pobres perderán más capacidad de consumo. Resulta casi imposible que una asignación desigual de ingresos no tenga un marcado impacto, en términos de desigualdad, sobre la estructura de la sociedad.

Lo que importa importar

El impacto negativo del crecimiento de la demanda, sin que ocurra lo mismo con la oferta, se corrige justamente ampliando esta última. Para ello, el aumento de las remesas parecería ser un buen mecanismo para la reducción de la escasez, pues si el Gobierno recibiera más divisas, importaría más para abastecer las tiendas a las que iría a comprar el receptor de las remesas. ¡Hermoso! Pero…

Hipotéticamente, en el primer día de la nueva política se envían con la WU 10 000 USD de EE. UU. a Cuba. Para simplificar, se puede ignorar la parte que corresponde a WU, por tanto, el Gobierno se queda con esos 10 000 USD.

Luego, el Gobierno toma todo ese dinero y lo gasta en importar… ¿pollo? o lo que sea para vender a los ciudadanos. Si vende los bienes por el mismo costo de adquisición, GAESA no tendrá ganancias. Como esta es una empresa que busca ganancias, y no una organización sin fines de lucro, la empresa militar socialista aplica un margen de hasta el 240 %; es decir, casi 3.5 veces el costo.

Suponiendo que el porcentaje sea «solamente» de 200 %, el valor total de venta de esa oferta será de 30 000 MLC. El hecho se materializa en que el precio de venta de cada bien será tres veces el del costo de GAESA. En ese caso, para que los beneficiados con las remesas (remesados) puedan consumir toda la oferta creada con los 10 000 USD, los remesistas (los que envían la remesa) deberán poner tres veces más dinero (30 000 USD).

Otra situación posible es que el Gobierno solamente invierta 3333.33 USD (un número cualquiera solo para ilustrar el ejemplo) y aplique igualmente un 200 %, para un valor total de ventas de 10 000. Pero en este caso o el anterior (que el Gobierno invierte los 10 000), cuando alguien envía 100 dólares desde EE. UU., el destinatario en Cuba, aunque reciba nominalmente los 100, es como si solo disfrutara 33.33 USD por cada 100. Es decir, los receptores de remesas disfrutan de su dinero en razón inversa al margen de ganancia que aplica el Gobierno al comercializar en MLC productos importados. Porque el que envía la remesa debe pagar al Gobierno el costo de producción o de generar la oferta (importar) más un margen de ganancia, si quiere que su amigo o familiar remesado logre consumir.

Si se tiene en cuenta lo anterior para valorar la reducción de la escasez mediante la importación de bienes financiados con el dinero de las remesas (a lo que es intrascendente si lo hace una empresa estatal, militar o privada), la alternativa no resulta ser útil. Por ejemplo, si se necesita una inversión adicional de 10 millones de USD mensuales para eliminar la escasez de alimentos mediante la importación y estos pueden ser consumidos por los beneficiarios, ello necesitaría que los remesistas transfirieran tres veces ese valor (30 millones de USD). Financiar la lucha contra la escasez a partir de remesas sería un negocio redondo, envidiable.

Lo que sugiere que, si bien las remesas pueden ser teóricamente un factor dinamizador de la economía (en tanto fomenta el aumento de la demanda), en Cuba la remesa tiene un doble papel: financiar el consumo y financiar la creación de (nueva) oferta. En esa circunstancia, la remesa como vía para financiar el desarrollo es mucho menos eficiente que en donde no exista una escasez generalizada.

Se trata de un contexto diferente, incluso sustancialmente, de otros países receptores de remesas, como pueden ser algunos de Latinoamérica. Por ejemplo, en esos espacios socioeconómicos, si existe una oferta suficiente de la mayoría de los bienes y servicios de primera necesidad, las remesas vendrían solo a financiar el aumento del consumo, porque la oferta está creada por los productores y comercializadores privados.

En pocas palabras, emplear las remesas como elemento propulsor, dado el funcionamiento de la economía cubana, es una utopía o un engaño, en dependencia de cuán conscientes sean los que han decidido ese camino económico. Gana el Gobierno, se exprime al remesista y el remesado obtiene una victoria pírrica, y momentánea.

Conclusión: para que las remesas sean eficientes, hace falta una economía capaz de producir.

La divisa necesaria

La alternativa que queda para gestionar las remesas en función de la escasez es que los márgenes de ganancia que saca el Gobierno (hasta 240 %) con su política importadora sean empleados en financiar la industria (si existe) y la producción nacional, de modo que no tenga que actuar como revendedor que cobra por adelantado.

Así que, si aumentan las remesas, el Gobierno cogerá la divisa para pagar deudas, subsidiar el aparato estatal ineficiente, financiar el aparato de represión, costear algún proyecto de los hoteles si es necesario, pero no para desarrollar la agricultura y la ganadería (pensar en la industria son palabras mayores, sobre todo porque está destruida). Los problemas productivos se pospondrán (en el discurso, porque en la práctica no hay evidencia de que sea una prioridad) hasta que haga falta volver a hablar de ellos. La revolución será rentista y parasitaria, o no será. ¡Viva el modo de producción remesista-importador!

Pero siempre se puede dar el beneficio de la duda a la dirección del país. Lo que ocurre es que, aunque decidan financiar el desarrollo con las remesas, es tarde. Ese dinero no alcanza para levantar una infraestructura abandonada por décadas, tal y como lo evidencia una industria que cayó 45 puntos porcentuales en poco más de 30 años, una zafra azucarera vergonzosa, el estado de la vivienda… y, sobre todo, la misma dependencia —casi como si fuera oxígeno— de las remesas es la señal indiscutible de la destrucción interna en materia de generación de riqueza.

El país lo que necesita ahora es un inmenso plan de inversiones para revertir el efecto de la continuidad en el poder. Por lo que las remesas, ni bien administradas, podrían representar un impulso significativo para la economía. La medida regalo de la Administración Biden sería, si funciona, solamente el enésimo parche económico. Otro, mientras el hueco aguante.

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