Piedras y Barcos
Fotorreportaje por Caridad
HAVANA TIMES, 26 julio — ¿Qué puede unir a las piedras con los barcos? ¿Acaso pueden semejarse un objeto que es símbolo del movimiento, del viaje, de nuevos conocimientos; con otro que es sinónimo de anquilosamiento, de perenne estancia?
Un barco y una piedra tienen en común la sabiduría, el mar o, más bien, el agua que lo renueva todo. La piedra está ahí, dispuesta a ser abrazada por el agua del río, del océano; dispuesta a escuchar el murmullo de las estrellas y las tortugas que se reúnen en algún sitio azul; dispuesta a escuchar el murmullo de los ahogados, de los que nunca llegaron al lugar de sus sueños, de los que creyeron escapar de la rueda incomprensible de la vida-muerte.
La piedra callará todos los secretos porque de nada sirve hablar, ella lo sabe y se esconde tras el musgo para disfrazar un poco más la dureza que no tiene, porque es flexible como todo lo que contiene sabiduría.
El barco, construido con los restos de los árboles que una vez estuvieron en la sima o cima de una montaña, meciéndose al compás del canto de los pájaros, aliado a veces de las piedras para endurecer sus raíces. Escuchando a los hombres llorar o reír sus deseos. Mudos y atentos como las piedras hasta convertirse en una armazón flotante que creerá estar siempre en movimiento, siempre en un sitio nuevo; hasta que una tarde los marineros descubren que ya no hay remedio para la madera podrida, ya no podrán “conocer mundo” con este barco y lo dejarán en la arena, junto a las piedras que, silenciosas, le darán la bienvenida.