Pedro Franco: el sublime acto de hacer teatro en Cuba

Texto y Fotos por Néster Núñez (Joven Cuba)
HAVANA TIMES – En el teatro no cabe un alma más, por no decir un cuerpo. El teatro, que tiene una barra en la esquina y carece de lunetas, en su momento fue un bar llamado El Biscuit, una cafetería, un antro en una de las cuatro esquinas más céntricas de la ciudad, al lado de la sede del gobierno y perpendicular a la sede del Partido Comunista de Cuba en la provincia. Cuando entras, le das la espalda a todo eso, literal, y a las miserias cotidianas en sentido figurado, como sucede cuando la luz del cine se apaga (se apagaba) y te entregas (te entregabas) a la ficción, a la fantasía.
Solo que aquí el ambiente es totalmente cabaretero, con los colores estridentes, los grandes carteles, los asientos tipo Pullman, el escenario plástico y desmontable, la cortina de brillos, las luces y las personas que, irremediablemente, terminarán perreando a ritmo de reguetón cuando la función acabe. No hay miedo: Hasta que se seque el malecón; Diablo, qué linda; la totaila; me las voy a llevar a todas pa´ un viaipí; cualquiera sea el estribillo de moda, junto a los Van Van, que no faltan. Eso es lo que te encuentras en la base de operaciones de Teatro El Portazo, un grupo que pensé iba a desaparecer, pero no.
«Antes de irme a México hace dos años y medio, yo estaba en un momento en el que me sentía bastante cómodo a nivel formal, a nivel de búsqueda y de expresión… No era ni siquiera estancamiento, era más bien la plenitud. Pero esa plenitud precisamente me asustó –dice Pedro Franco, el director de El Portazo–. Necesitaba un estímulo lo suficientemente grande que pudiera variar un poco la manera en que yo pensaba el teatro. Algo nuevo que no encontraba en mi contexto inmediato, en la ciudad donde hago teatro, ni con los actores, ni en los medios ni en los modelos de producción y de circulación en los que yo estaba haciendo teatro en ese 2022».
Era un grupo cohesionado alrededor de espectáculos como CCPC, La República Light, la comedia musical Todos los hombres son iguales y el drama Por gusto. Era un grupo que había recibido y distribuido donaciones de medicinas y alimentos durante aquel S.O.S. Matanzas, en la pandemia, y muchos contrajeron el coronavirus ejerciendo esa función. Habían actuado en varias provincias del país; compartían el alquiler y los cigarros, iban al mismo gimnasio… Unos cuantos viajaron a México y otros se quedaron. Con el tiempo, unos cruzaron la frontera hacia Estados Unidos y otros siguieron en el México lindo y querido que en los after shows de El Biscuit homenajeaban con rancheras coreadas en masa por el público, y con los esperadísimos chutes de tequilas, antecedidos por sal y limón para que bajaran más fácil. Lo difícil para todos era lo que se aproximaba tras la escisión: el posible remate del proyecto.
«Yo nunca anuncié que me iba, no pensaba que iba a ser tanto tiempo, y sin embargo México ganó mi presencia –dice Pedro–. Yo había estado en España, en Estados Unidos, en Argentina, en Venezuela… Nunca en México, no entiendo por qué. Me pasé los dos años diciendo: No sé por qué si México está tan cerca, nunca antes estuve aquí. Es una ciudad increíble, un país increíble, una cultura increíble que tiene mucho que enseñarnos. Son unos vínculos que nos trascienden a nosotros y potencian nuestras habilidades para desarrollarnos».

«Estando allá miré lo que había logrado en esos 11 años. El Portazo empezó con un andamio en la azotea del Patio Colonial de la Asociación Hermano Saíz con cuatro artistas aficionados, y en una década evolucionó hasta convertirse en una compañía sólida; tenía una sede teatral y un modo de producción que podía sostenerse. Creo que ese fue un alcance importante. Pero precisamente porque la década había sido tan productiva, yo me decía: ¿Cómo será la próxima?».
La cosa está que horripila y mete miedo de verdad, usted verá como de hambre un ratón se morirá… Muy al principio, como para sintonizar con la audiencia, que es absolutamente grande y nueva, e introducirla en la propuesta discursiva, los actores bailan y cantan aquella infantil del ratoncito Miguel. Después harán lo mismo con la popularizada por La Colmenita: Aquí estamos por pasión, por amor y sentimiento, y porque tener talento es tener buen corazón. Los niños debieran juntarse, al menos de vez en cuando, y juntos hacer un bien, a su manera: jugando. De ese modo gozón ya está Martí sobre las tablas y está la alegría infantil: una muestra de intenciones y de los referentes variados y cubanísimos con los que Pedro engancha y te prepara para lo siguiente.
«Cuando eres un emigrante se hace inevitable dar esa mirada cargada de muchísima nostalgia a todo lo que has logrado, y comparas lo que tuviste con ese volver a empezar desde cero, ese arrancar de nuevo. Cuando te mueves de contexto nadie te conoce, nadie tiene por qué ni siquiera confiar en ti, y eso da una sensación de orfandad terrible».
»En México hice de todo: hóster de restaurante, organizador de fiestas, masajista, bartender, hice de profesor de actuación para niños… Pero hubo dos trabajos que me permitieron desarrollarme, afortunadamente. Uno fue como coordinador del área cultural del Círculo Cubano de México, que existe también en lugares como Tampa, Nueva York, Venezuela, Puerto Rico… Mi función básicamente era programar las actividades que programan en defensa de la identidad cubana, y que puedan aglutinar y aunar a la comunidad cubana de ese territorio. Un trabajo significativo donde se sentía muy útil, muy conectado con toda la historia patria.
“El segundo trabajo, que fue muy utilitario y que todavía hago desde Cuba, es el de coordinador de proyectos de una empresa que se llama Ajedrez, Eventos y Soluciones, que es una importante empresa de producción y de gestión cultural en México. Ahí me relacioné con la industria cultural en México, que era más o menos lo que yo salí buscando.”
“Ahí entendí todo lo que es la producción en su término literal. Aquí se dice que en Cuba no se produce. Sí, en Cuba sí se produce. Aunque, sobre todo, se gestiona. Pero entendí que existe producción ejecutiva, producción operativa, producción logística, de todo… Aprendí el valor de los productores, del pensamiento del productor, sobre la relación necesariamente tensa entre el productor y el creador. Vi cuál era la verdadera responsabilidad y la utilidad del creador en un esquema de producción, en la conformación de un producto para llegar a los públicos. ¿Cómo un proyecto es redituable, sostenible, rentable? ¿O no lo es? No sé si afortunada o desafortunadamente, pero a partir de mi estancia en México yo veo el teatro en números. Es decir, veo el teatro en recursos humanos, en audiencia, en rentabilidad…»
A esas alturas, el público del Biscuit disfruta con el bufo. La mulata ha escuchado las propuestas «seductoras» del mulato y del gallego, y al final dice que ninguno de los dos, que se queda con la China. A esa Yunay nadie la calcula, ¡Ay!, a ella le gustan los yumas. A Pedro Franco la yuma le atrae, le aporta, como a todos, pero no lo compra, por los menos hasta ahora:

—Yo nunca decidí que me iba a ir definitivamente de Cuba… A mí, tendrían que botarme, explícita y tácitamente, aunque nunca pensé que yo fuera un sujeto aplicable al destierro, ¿sabes? Yo no creo merecer tal castigo, no he hecho nada como para eso —dice Pedro, socarrón—. Entonces, yo tengo una responsabilidad, lo asumí hace mucho tiempo, que tiene que ver con mi educación patriótica, y eso es algo que también sé hace mucho tiempo: no soy yo, es mi abuela. Mi utilidad, mi destino (soy religioso), están en Cuba.
»Estando en México tuve miedo de perder el vínculo con la realidad cubana, y eso fue uno de los incentivos más importantes para regresar. Analizando desde allá la crisis, que está en una de sus zonas más duras, yo dije: Bueno, voy a ver qué es, de qué se trata».
Y regresó, para sorpresa de muchos o de pocos. Regresó a trabajar aquí, a vivir aquí, a seguir soñando:
—Lo que me encontré fue… Antes que eso, te digo que no suelo romantizar el pasado, porque creo que eso es una trampa de la memoria. Me gusta ubicarme siempre en el presente con una proyección a futuro. Ahora estoy trabajando para restaurar ciertos tejidos a lo interno de la agrupación, ciertas maneras o procedimientos, estoy haciendo lo que se necesita hacer ahora, sin pensar en lo que tuvimos en el pasado.
«Pero te digo que ahora todo es más hostil. Hoy venía caminando para el trabajo y pensaba que ya no nos caracteriza la alegría. No es que hemos dejado de ser alegres, nosotros seguimos siendo alegres. El fin de semana, por ejemplo, es una gran fiesta lo ocurre aquí en El Biscuit. Pero ya no es eso lo que nos caracteriza, y sí caracterizó a los cubanos en algún punto. Eso quizá es lo más duro, porque me he encontrado con una sociedad triste, una sociedad deprimida, con muy poca capacidad de resistencia precisamente por su depresión, porque no tiene incentivos, no tiene ese areté. La alegría era un gran desbrozador de malezas; ya no.
»En estas nuevas circunstancias, seguir haciendo teatro es una bendición. El teatro es hijo de la crisis. Es algo muy difícil, es un gran sacrificio. Casi es un despropósito. Pero del modo en que yo lo estoy asumiendo es como una bendición, en realidad. Como creador que está a punto de cumplir 40 años y de entrar en mi zona de madurez creativa, si Dios lo permite, puedo nutrirme de este contexto para activar mis resortes artísticos, para canalizar mi visión del mundo, para intentar modificar, desde mi oficio, la realidad de otras personas o la actitud de otras personas.

»Convocar a ensayo, convocar a función, convocar a una audiencia y que ocurra esa relación mientras afuera todo parece distópico, yo creo que es un espacio muy singular en la historia que nos está tocando vivir y lo estoy disfrutando al máximo, intentando que sea provechoso para mí y para los que me rodean».
La distopía de la que habla es la que todos conocemos: los apagones, la de cocinar con carbón, la falta de alimentos y de transporte, los precios de todo, los dólares, la pésima gestión del gobierno, el fin del parole humanitario y de la posibilidad de escapar por esa vía legal y directa. Dentro, en el Biscuit, una actriz declama sus 15 razones para seguir construyendo su propia casa, que es la casa de todos. Después proponen hacer nuevas elecciones. Convocan a escoger entre Antonio Guiteras, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena. Las cruces en las boletas marcan la preferencia por Guiteras, quizás porque estamos en Matanzas o, con mayor probabilidad, porque es el nombre que más se menciona en estos meses de termoeléctricas rotas. Después hay pasarela de héroes. Puro choteo cubano. No queda de otra.
“Hacia el final de la década de los 80, cuando aquello que se decía que Cuba reía, hubo una gran efervescencia de los proyectos teatrales en Cuba. En el 90 todo eso frenó de cuajo, frenó de pronto, no hay esto, no hay lo otro, y se produjo un gran éxodo, y quedaron mis maestros. Por lo tanto, cuando yo llego a la Escuela Nacional de Arte en el año 1999, ellos ya venían curtidos de una década de mucho trabajo y mucha necesidad. Tenían poéticas formadas y consolidadas en esa crisis. Carlos Díaz, Carlos Celdrán y Rubén Darío Salazar son las tres personas que ejercen una influencia real sobre mi pensamiento y sobre mi actitud teatral. Cuando tengo una situación difícil pienso qué podrían hacer ellos, cómo lo resolverían. Por eso acuñé una frase: Mis maestros se forjaron en la crisis. Su legado hacia mí fue su capacidad de resistencia, de resiliencia, su capacidad de no dejarse vencer».
La madre, la novia y el héroe de la ficción de La República Light exponen en monólogos sus puntos de vista. ¿Para qué tanto sufrimiento, por quién, por cuál ideal? ¿El sacrificio de una persona cambiaría algo?
»Yo pasé un taller con un Eugenio Barba, y él decía que el teatro tiene la responsabilidad de sobrevivir, que en el mismo momento en que cualquier forma de poder desarticule un núcleo teatral, ya ese núcleo teatral perdió porque no pudo garantizar su utilidad. Entonces, lo que me parece increíble de mis maestros es que son creadores con 30, con 40 años de trabajo ininterrumpido, y no han podido desarticularlos, no han podido matarles la esperanza ni el gesto sublime, sublimísimo, de hacer teatro».
»Para mí el teatro es utilidad. Yo, martiano siempre: la utilidad de la virtud. Si no, ¿para qué la virtud? ¿Para regodearse en la virtud? Nosotros los teatristas no somos productivos en términos de la cadena de valor. No es que podamos alimentar al pueblo. El verdadero valor productivo del teatro, uno de ellos, es que es un simulador de realidad. En los últimos años yo desarrollé una poética en la que el individuo puede sentirse libre durante un fragmento de tiempo. Pueden entrar en comunión con un grupo de personas y sentir que son, que somos libres en este instante de la obra, aunque afuera imperen las mismas circunstancias de hostilidad. Y yo creo que ese simulador de realidad, sin que tal vez tenga consecuencias reales sobre el individuo, es un valor productivo importante. En función de eso hago teatro, en función de que sea útil para la sociedad o para el público en el que impacta».

Con su fusil en ristre, la miliciana de peluca rosada, ese actor de género fluido, vestido para la ocasión con corpiño y con un pantalón corto verde olivo, pasó por la escena. Con su fusil en brazos y con el quinqué de la campaña de alfabetización, el eterno farol de nuestros guajiros. Buscaba en versos al caballero gallardo, al caballero sin tacha y sin miedo. Su temor era que el caballero hubiese olvidado al buen proletario, que anduviese engordando bajo el traidor amparo de ciertas mesas redondas.
«Retomé CCPC, la República Light porque.. bueno… Primero, mientras haya Portazo habrá cabaré. Eso es una sentencia. Y CCPC yo creo que es un tono importante. A mí me gustaría, cada vez que tengamos que empezar a hacer algo, empezarlo desde ahí. Es como una varilla, como un medidor. Si logramos conectar a una audiencia con este CCPC, bien, que venga lo próximo. Pero es una manera de estabilizar el grupo, de decir “aquí estamos” y proyectarnos hacia el futuro. Por eso es que regresa este espectáculo, más allá que por necesidad de discurso. Aunque es curioso que el discurso de este CCPC no haya muerto, porque la sociedad cubana permanece en este constante bucle histórico».
»Lo otro es que uno romantiza los momentos. El teatro es un arte tan efímero que se desvanece inmediatamente en la memoria. Lo que ocurre hoy ya mañana no será recordado. No tiene por qué ser recordado. No es como el cine. Una toma X queda en la memoria y en un soporte físico real… En el teatro hay que volver, repetir todos los días. Entonces, además de romantizar los momentos, uno romantiza los elencos, romantiza las audiencias. Creo que en la década desde el 2012 hasta el 2022 nuestros elencos alcanzaron un nivel técnico cada vez en progresión. Yo dejé el grupo a cargo de William, que creo que hizo excelente, maravilloso trabajo de supervivencia. Era muy poco probable que El Portazo sobreviviera en mi ausencia y William era la persona que podía hacerlo, no había otra persona en el mundo que pudiera hacer eso, por su autoridad, sobre todo».
En su ausencia, William Quintana reunió un nuevo elenco y dirigió Tango Patéticus. Desde el techo del Biscuit aún cuelgan zapatos viejos que formaron parte de la escenografía. También inició el montaje de El Baracutey, un bufo cubano, la pieza en la que trabajan ahora, otra vez bajo la dirección de Pedro:
«Encontrarme con nuevos actores, mostrarme ante ellos siempre es una fiesta y un descubrimiento para mí. Es difícil también. Son personas que no conocía, que apenas ahora nos estamos conociendo, estamos teniendo nuestro primer contrato marital con las salidas de CCPC. Es su primer espectáculo bajo mi dirección».

«Pero lo difícil no es quiénes son ellos, no son sus individualidades. Lo difícil son las generaciones. Tiene que ver con el año en que nacieron, con las influencias que tienen, con qué tuvieron contacto, cuál es su formación. Y eso es algo que me va a acompañar toda mi vida mientras mantenga este oficio. Es decir, ahora estoy trabajando con personas que nacieron a principios de los 2000. Me imagino que dentro de 25 años estaré trabajando con personas que nacieron hoy. Eso también es un incentivo, por cierto, porque nunca te agotas».
La pionerita danzarina, la mulata, la china, el gallego, la miliciana, la patria que manejó su hoz y su martillo resplandecientes, la madre y la novia bajan por fin de escena. Los fogosos aplausos deben escucharse más allá del parque, en las tres esquinas. Es el mismo sonido de siempre, sacado de las manos de jóvenes que nunca antes habían estado en El Biscuit.
«Nuestro público histórico está en Miami, junto con aquel elenco nuestro. El único que no está allá soy yo. Cuando vemos las visualizaciones de la cuenta de El Portazo en Instagram, tenemos más alcance en Miami que en Matanzas. Tenemos más alcance en Madrid que en Santiago. Eso significa que hubo un desplazamiento de la audiencia, eso no es un secreto para nadie, los vimos irse como mismo ellos nos vieron a nosotros irnos. Estábamos en México y desfiló el teatro cubano por allá, incluso los públicos.

»Entonces, cuando a estos muchachos que están viniendo ahora tú les hablas de Mella, cuando les hablas de Guiteras, de Martí, de Villena, creo que no captan muy bien. A ellos no les dieron esa clase de Historia de la misma manera que nos la dieron a nosotros. El espectáculo de CCPC utiliza elementos del background patriótico de cierta zona de la infancia y de la adolescencia, y al parecer ese no es su propio background. Se relacionan con la Historia de una forma desfasada, no significa para ellos. Es como si les enseñaras una diskman.
»Pero el espectáculo está funcionando incluso con ellos. No lo voy a hacer más light, no lo voy a rebajar. Hay gente que se está encontrando con su primer CCPC de la vida. A veces se les desorbitan los ojos. A veces no entienden. No saben dónde aplaudir. No saben que se aplaude al final de la obra. No saben que el actor puede hablarte, que es una persona… Pero a la hora de la verdad disfrutan, porque la supervivencia antropológica del teatro, durante los miles de años que ha estado vivo, independientemente de qué joven ha estado sentado ahí, es la posibilidad del convivio. Y el ser humano sigue siendo el ser humano, sigue reaccionando a los mismos estímulos y a los mismos resortes siempre y cuando estén bien ubicados.
»Y teniendo en cuenta el éxito de esta tercera temporada puedo anunciar, a modo de primicia, que vamos a sacar una cuarta temporada. Es decir, en el transcurso de este año este elenco tendrá su propio CCPC, donde uniremos el CCPC del 2015 con el del 2018 y con el del 2022. Veremos qué pasa».

Pedro Franco es un líder que sabe lo que quiere y sabe cómo lograrlo. Vive para el teatro con una pasión que ya parece no ser de estos tiempos.
«Después de ser teatrista lo más importante que me ha pasado es coronar a Obbatalá. Yo creo que es… una comunión, es un equilibrio perfecto. Yo creo que es justicia y la armonía. Creo que lo necesitaba. Claro, Él vino a mí, ¿no? Y sí, ha sido muy importante para mi carrera creativa. La fe, quiero decir. Hay un término de teatro que se llama Fe y Sentido de la verdad. Yo estoy muy agradecido de ser un ser humano que encontró la fe, que es un concepto elevado. Es un cambio que transcurre a diario. No sabría explicártelo».