Para los ‘carroñeros’, los derrumbes son buenas noticias
El desplome del edificio ubicado en Zulueta 505 y los vertederos en los portales de Monte y Egido son el campo de acción de los también conocidos como «pirañas» y «comejenes»
Por Juan Diego Rodríguez (14ymedio)
HAVANA TIMES – Los carroñeros de La Habana están de plácemes. Una masa de escombros, ladrillos, hierros y basura se extiende, desde este lunes, en el lugar que ocupaba la fachada del antiguo hotel Vía Blanca, ubicado en el número 505 de la Calle Zulueta. Bastaron tres meses desde la última visita de este diario al inmueble –convertido entonces en un nido de maleantes y borrachos– para que el desplome fuera total.
Ahora, una inusual reja de hierro delimita la zona de derrumbe e impide el paso por las calles que lo rodean. Los residentes del barrio, parados en la acera de la vecina estación de Policía de la calle Dragones, lanzan sus hipótesis: «Pusieron la reja en lugar de la cinta amarilla porque si no la gente pasa, la levanta y sigue su camino». Otros, como los carroñeros y los delincuentes, seguirán «explorando» las ruinas intentando esquivar las cámaras de vigilancia de la estación.
El declive de Zulueta 505 se aceleró en las últimas semanas. «Empezaron los desprendimientos y cerraron una parte, hasta que al final cayó la fachada sobre los andamios y los desbarató», cuenta uno de los albañiles que trabajan en los edificios de la calle. Ahora no se puede avanzar y los vecinos lamentan que las ruinas impidan el paso.
Para los carroñeros, sin embargo, los derrumbes son buenas noticias. Dedicados a desmantelar edificios en mal estado para reutilizar lo que se pueda –cabillas, palos, ladrillos, clavos e incluso el polvo para relleno constructivo–, el oficio ha proliferado en una ciudad que se cae a pedazos. Una aldaba de los años 50 o una bisagra de la época soviética puede acabar en un solar o en un llega y pon de la periferia habanera.
Cualquier esquina de la ciudad da fe de sus «hazañas». Frente a un muro mutilado en la calle Hospital, un vecino traza el perfil del carroñero: «Se llevan cualquier cosa que les sirva en una construcción particular. Venden lo que sea. Las paredes van desapareciendo a medida que se llevan los ladrillos».
No le falta razón. Al muro de la calle Hospital parece que le han ido «rascando» el repello y, finalmente, los ladrillos –enteros y por trozos–. Tanto que, hacia la esquina, la estructura de hierro está desnuda y se bambolea sobre un gigantesco vertedero. «No le falta mucho para caerse», lamenta el vecino.
A los carroñeros se les reconoce por llevar una cabilla o algún pedazo de madera en las manos. No pocas veces son, además, mendigos o buzos –escarban los basureros para comer–. Los portales del edificio ubicado en la esquina de Monte y Egido fueron alguna vez amplios y señoriales. El inmueble funcionó como oficina de la estatal Medicuba y fue abandonado hace pocos años. Ahora, su entrada está alfombrada por un formidable vertedero.
Hurgando en la basura, un «depredador de ruinas» –también los llaman «pirañas» y «comejenes»– explica a 14ymedio los gajes de su oficio. Por culpa del vertedero y de una «pasarela de cabillas» que colocó el Estado a modo de cerca no puede trasegar como le gustaría hacia el interior. El mastodóntico inmueble, prosigue, tiene muchos materiales útiles, pero sacarlos costará trabajo. Cabilla en mano y esquivando dos gruesos «seborucos», el carroñero decide entrar y atraviesa una puerta cuyo umbral es, a pesar de la debacle, una obra de arte.
En pleno centro de La Habana, los edificios notables –casi todos construidos durante la República– son una especie en peligro de extinción. La desidia del Estado y las incursiones de los carroñeros los van «descascarando» hasta que, eventualmente, llega el derrumbe.
El daño es irreversible en la mayoría de los casos. Lo denunciaba este martes el documentalista Jorge Dalton, al conocer el derrumbe de Zulueta 505. «El paisaje doloroso e infeliz de esa zona, es solo una pequeña muestra de los 65 años de un modelo más vencido que un viejo y remendado colchón de muelles, inservible y oxidado, donde todo es desidia, desesperanza, destrucción y desolación», alegaba el creador, que vivió muchos años en La Habana y ahora reside en El Salvador.
En 1995, Eusebio Leal prometió a los vecinos de Zulueta 505 un traslado a mejores casas en Alamar y Habana del Este. Tuvieron que pasar 25 años para que, en 2020 y ante el derrumbe inminente, las nueve familias que vivían allí –niños incluidos– fueran reubicadas.
Cuando este diario visitó la zona, en septiembre del año pasado, los vecinos la consideraban como una suerte de santuario para los criminales. Ni los policías de la estación de Dragones se atrevían a rebasar la barrera de andamios para buscar a los ladrones que usaban las ruinas como escondite.
No obstante, al viacrucis de Zulueta 505 –y de múltiples edificios habaneros– le quedan muchas estaciones, «piedras flojas» que se desploman sobre la gente y vertederos que ya hay que recoger con ayuda de varios camiones. Pero en la tierra de nadie en que se ha convertido La Habana, el carroñero es rey.