Nos sacaron como perros, dicen los desalojados en La Habana
Las tensiones entre la Policía y los ocupantes del edificio no estuvieron exentas de discriminación por distintos motivos, lamentan
Por Juan Diego Rodríguez (14ymedio)
HAVANA TIMES – «Orientales, gays pacientes de sida, ancianos, mujeres con sus maridos, niños y gente que no tiene dónde vivir», así define Yunier, uno de los desalojados de Factoría 70, entre Corrales y Apodaca, en La Habana Vieja, expulsados el pasado 31 de enero por el peligro de derrumbe del inmueble. «A todos nos sacaron como a perros del lugar».
El casi centenar de personas que ocupaba ilegalmente unos 26 cuartos del edificio fueron desalojadas por la Policía y varios funcionarios del gobierno local, asegura Yunier, con maltrato y sin garantías, si bien no todas las versiones de lo sucedido coinciden. «Le dijeron a todo el mundo que buscara, por sus medios, un lugar donde pudieran meterse. Que se fueran para sus provincias. Lo único que pusieron fue un almacén para guardar las cosas en lo que conseguimos un lugar», expone el habanero.
Las pertenencias de los desahuciados podrán quedarse allí solamente un mes, explica Yunier. El joven no olvida cómo, hace alrededor de tres años, el edificio –declarado inhabitable por las autoridades– comenzó a poblarse. «Las personas que íbamos llegando empezaron a poner ventanas y puertas, y a organizar un poco los cuarticos. Casi todos eran de Santiago de Cuba y Guantánamo, aunque había gente de La Habana». Los antiguos habitantes del inmueble, explica, habían sido, con anterioridad, reubicados en albergues.
Según el habanero, ninguno de los que vivían en Factoría 70 recibió un aviso de desalojo. La Policía llegó el 31 de enero, les pidió el carné de identidad a los residentes y los llevaron a la estación de Dragones. «Nos pusieron multas y nos soltaron, y dijeron que iban a ir el otro día, pero se aparecieron (ese mismo día) a las cinco de la tarde», recuerda Yunier.
«Los policías querían acabar antes del amanecer, para que nada de esto se supiera y la gente no se diera cuenta. El que dijo que teníamos que desalojarnos fue un policía de Dragones», asegura el joven. «Llegaron agentes en moto y otros vehículos», además de un superintendente del gobierno de La Habana Vieja que no se identificó. Tampoco dijeron sus nombres otros cinco funcionarios que lo acompañaban.
El desalojo fue tenso, lamenta Yunier. «Nos amenazaron. Dijeron que si no salíamos iban a pasar a cosas mayores». Los homosexuales llevaron la peor parte y sufrieron varias amenazas de los agentes: «Ustedes se callan. Son pájaros y no tienen que opinar en esto». Frases similares recibieron, afirma, las personas que procedían de Santiago y Guantánamo, a quienes se les dijo que «tenían que volver a Oriente».
Ahora a los desahuciados les preocupa el destino de sus pertenencias en el «almacén de mercancías» donde el gobierno local dispuso que se guardaran. «Hasta ahora no ha habido pérdidas de objetos, pero puede haber», alega.
Quien más gana con la partida de quienes ocupaban el edificio es, conjetura Yunier, el presidente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de la cuadra donde se ubica Factoría 70. El habanero lo identifica con el nombre de Santiago, dueño de un hostal y un carro rosado descapotable, con «mucho poder y dinero».
Santiago, quien ofrece a turistas habitaciones en su casona de principios del siglo XX, también brinda servicios de recorridos en su vehículo por La Habana y otras zonas del país. En sus redes sociales, se ve una fotografía tomada a mediados de este enero en que, como fondo a su reluciente descapotable, se erige la derruida fachada de la ciudadela aún habitada, como evidencian las sábanas tendidas en sus balcones.
Yunier, citando un rumor que circula entre los vecinos, atribuye a Santiago la suficiente influencia sobre el gobierno y la Policía local como para acelerar el desalojo. Su objetivo: tener vía libre para ampliar un taller de automóviles que posee en la planta baja del edificio. «Fue él mismo quien puso los materiales para cerrar la puerta de ese edificio, cemento, bloques etcétera. Ahora empezó a guardar otros carros».
Otros residentes cercanos también señalan al deseo de «calmar la cuadra» como una de las motivaciones principales del próspero emprendedor para empujar a las autoridades a actuar. Aunque dentro de la turística La Habana Vieja, el barrio de Jesús María donde se ubica el edificio, no goza de la preferencia de los viajeros debido al mal estado de su infraestructura, apenas beneficiada por las restauraciones, y a su inseguridad.
Del inmueble de Factoría 70, antiguamente un edificio señorial y de tres plantas, quedan paredes ocres y manchadas por la humedad. Dentro de la ruina, las familias vivían hacinadas y con frecuentes tensiones vecinales.
Las lluvias de estos días han azotado todavía más al edificio, ya abandonado, y lo único con algo de color en la zona es la carrocería del descapotable, de un rosado intenso. Los que dejaron Factoría 70 siguen buscando dónde dormir, en una ciudad cada día más áspera para los recién llegados tanto como para los autóctonos. El diagnóstico de Yunier es pesimista. «En Habana no hay donde vivir. No dicen nada. No ayudan a nadie. Nadie te da esperanza».