Nicaragua: El primer año de los 222 excarcelados políticos
Ocho desterrados por la dictadura relatan, en primera persona, cómo viven su primer año en EE. UU, y cómo sobreviven con las secuelas de la cárcel
“Esta no es mi tierra. ¿Qué hago aquí?”, se preguntaba a sí misma María Esperanza Sánchez, mientras veía hacia todas las direcciones de una ciudad de Estados Unidos, pocos días después de ser excarcelada y desterrada junto a otros 221 nicaragüenses, por órdenes de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, el 9 de febrero de 2023. Un año después de esa liberación agridulce, este primer grupo de desterrados sigue buscando su camino en un país que es completamente ajeno para varios de ellos.
El idioma diferente, la necesidad de encontrar trabajo –cualquier trabajo–, conseguir un domicilio –y lograr pagar la renta–, aprender a trasladarse, a reinventarse, poder alimentarse… y –en medio de todo– atender las secuelas físicas y mentales tras meses y años en prisión.
Algunos han logrado reencontrarse con parte de sus familiares en Estados Unidos; otros han tenido que aprender a hacer todo de nuevo y solos: oficios diferentes a los que desempeñaban en Nicaragua, convivir con personas ajenas a su familia, aprender a comunicarse en inglés, iniciar procesos migratorios para lograr la reunificación familiar. En una palabra: lo resumen en “sobrevivir”.
CONFIDENCIAL conversó con ocho exreos de conciencia sobre su primer año fuera de la cárcel y desterrados de Nicaragua. Hay quienes aseguran que, si hubiesen seguido encarcelados, quizás ya hubieran muerto. Los más optimistas esperan ver a Nicaragua libre, pero los más prácticos aseguran que sus necesidades básicas, y luchar para volver abrazar a los suyos, son sus prioridades en este momento. La nostalgia los invade reiteradamente. También las pesadillas de aquellos días y noches de prisión, las torturas, los maltratos.
A través de testimonios contados en primera persona, reconocen que el destierro es duro, pero también significa un nuevo comienzo. Estas son sus historias de resistencia y supervivencia.
“En vez de estar abrumada de que soy vieja, he tratado de ver las oportunidades”
Rusia Evelyn Pinto Centeno, de 64 años, estuvo 460 días en prisión. Fue encarcelada el 6 de noviembre de 2021. Actualmente, vive en Maryland, y trabaja como facilitadora educativa. Su salud resintió la cárcel impuesta por la dictadura. Durante el primer año de destierro, recuperar su bienestar físico y emocional ha sido su prioridad. Instalarse en EE. UU. ha sido desafiante.
Una de las cosas que me tocó vivir aquí, en el exilio, sin jubilación, desnacionalizada, desterrada, confiscada, es que tomé conciencia de que ya soy una persona de la tercera edad. ¡Decime! Yo no me asumía así. Sinceramente no me asumía de esa manera hasta que entré a la cárcel, porque me di cuenta cómo las demás presas me veían: como una anciana.
Yo siempre había estado activa en grupos de pares, iguales a mí. Todos nos veíamos y veníamos de ser amigos desde la juventud, dedicada a hacer cosas por otros. Tomar en cuenta que ahora soy una jubilada, anciana, no había entrado en mí, y caigo en cuenta cuando estoy en una situación de vulnerabilidad, al estar presa. Y luego desterrada.
Es algo que yo he trabajado con la psicóloga. Teníamos que trabajar el afirmarse a uno mismo, poco a poco ir haciendo cosas. El tema del trabajo era importante, precisamente por eso, más que por el ingreso que podría significar. Eso me permitía a mí poder estar activa, poder estar aprendiendo nuevas cosas.
Entre los 222 hay bastantes adultos mayores.Se ha hecho mucho énfasis en eso. De repente como que te volvés a ver y sí. “Yo soy parte de eso”, decís vos.
Me ha ayudado mucho a saber cuáles son mis limitaciones, cuáles son las cosas que debo tener cuidado de hacer, las cosas que no, pero sobre todo, tener la disposición de aprender. En ese sentido me considero una persona de rápido aprendizaje. No tengo problemas con la tecnología. Yo me he conectado bien con los programas, con las distintas tecnologías que hay ahora: redes sociales o presentaciones en línea. Eso me ha hecho sentirme renovada.
En vez de estar estancada, abrumada, de que soy vieja, estoy enferma, estoy exiliada o estar rumiando sobre mis desgracias, más bien he tratado de ver las oportunidades que estar aquí me está ofreciendo, tratar de ser optimista, de agradecer a Dios por todo: por la libertad, por estar viva, por estar bien, por estar con mi familia.
Creo que lo más duro para mí fue que me entró el temor que yo pudiera llegar a tener un deterioro fuerte, progresivo, acelerado de mí, con una enfermedad renal crónica, que puede derivar en una insuficiencia renal al final. Yo estoy en esa etapa previa, estoy en el nivel cuatro. Son cinco niveles. Cuando yo entré (a la cárcel) estaba en el nivel tres.
A mí siempre me lo dijo el doctor: “Usted tiene su presión bien, pero si tiene subidas de presión, el riñón se va a ver afectado. Sí se le afecta el riñón, entramos en la fase de insuficiencia renal”. Eso fue lo que marcó muchísimo mi estancia en la cárcel, porque ese era mi mayor temor.
En la cárcel me tenían en un plan de adulto mayor: me tomaban la presión tres veces a la semana, me tomaban los signos vitales… pero de nada me servía eso. Lo que yo necesitaba eran los exámenes para saber cómo estaban todos los niveles y ajustar las medicinas.
Tras el destierro, los exámenes revelaron que yo había tenido un deterioro mayor en la cárcel: alto el potasio, alta la creatinina… tenía todo desbalanceado. La nefróloga me puso en tratamiento, dieta y un sinnúmero de cosas para poder bajar, si era posible, o mantener estable la función renal. Lo logré.
Después de todos estos meses, he logrado el chequeo constante de la nefróloga, que me está viendo cada cuatro meses, y la última vez que me vio dijo que ya había mejorado la función renal. Esa ha sido de mis mayores preocupaciones, el tema de la salud y, por suerte y gracias a Dios, yo tengo a mi hija, aquí en Estados Unidos, que se había exiliado y con ella me reencontré aquí.
“Mi mayor preocupación es morir aquí”
María Esperanza Sánchez García, originaria de Matagalpa, estuvo 1110 días en prisión. Fue encarcelada el 26 de enero de 2020. Actualmente vive en Houston y trabaja como encuestadora. Desde niña sufre de asma y en la cárcel empeoró. Durante sus primeros meses de destierro, sin seguro médico, atendió su asma con los inhaladores que sus hijos le enviaron desde Nicaragua.
Yo padezco de asma desde los siete años, pero las crisis se intensificaron más cuando estuve en la cárcel. Antes también tenía problemas de presión alta, pero la mantenía estable, y no tomaba medicamentos. Empecé a tomar medicinas ya en la prisión. Ahí tuve muchas crisis de asma. Tuve una que fue muy difícil, que fue en agosto de 2022. Según dijeron ellos (las autoridades penitenciarias), era una crisis de asma. Aunque yo pienso que fue covid, porque a mí no me llegaba nada, ningún medicamento.
Yo no podía respirar, ni sentada, ni acostada; no podía caminar ni dos pasos, ni para llegar al inodoro. Ese fue uno de mis momentos más difíciles, porque sí sentí que me iba a morir en la cárcel con una crisis de asma, entre comillas, pero yo mantengo que eso era covid, porque yo estaba con el tratamiento que me había llevado mi familia, y aun así no me lograban controlar.
La doctora que me atendió en la cárcel estaba pendiente de mi salud, y recuerdo que esa vez yo le agarré su mano y le dije: “No me deje morir. No me quiero morir aquí”. Ella me dijo que iba a hacer lo imposible para que me viera el médico general de (la cárcel) La Modelo. Y así fue. Pero no hubo cambio, porque siempre usaba los spray, las nebulizaciones, y yo realmente lo que necesitaba era oxígeno, y en el penal no había oxígeno, y la directora no autorizó la entrada de un cilindro de oxígeno para mí.
Pasé como un poquito más de un mes cansadísima. Llegaban con mis inhaladores a cada momento, porque yo no podía respirar. Ese fue uno de los momentos en que sentí que ahí me iba a quedar en la cárcel.
También tuve una crisis de hipertensión, que era de la que no da ningún síntoma, porque yo no sentía nada, solamente que la doctora estaba asustada, porque la presión no me bajaba. La doctora me dijo: “Le puede dar un infarto”.
Luego de eso, cuando salimos el 8, porque fue el 8 (de febrero) que nos sacaron de la cárcel, a mí no me dejaron (las autoridades penitenciarias) sacar ni un solo spray. No dejaban que yo los tuviera en mi cama, sino que ellos llegaban a hora específica cuando se acordaban. Y cuando se les olvidaba, yo tenía que estar gritando a la funcionaria, para que me llevara mis spray.
Yo vine a Estados Unidos con crisis de asma y con la presión alta. Desde el primer día que pisé el país me llevaron directo del aeropuerto a un hospital. Recibí una buena atención, que no había recibido en los más de tres años que estuve en la cárcel… Igual venía con una fuerte infección renal. Eso también a causa de estar en la cárcel, porque el agua que se consume ahí es caliente.
Ya en Estados Unidos, todos los días me daba fiebre, pero tenía miedo de ir por mi cuenta a un hospital, por todo lo caro que es la salud aquí. Al final, me tuvieron que llevar y la broma de cuatro horas me salió por 3000 dólares, y yo sin nada de dinero. ¿Cómo iba a hacer para pagar 3000 dólares? Gracias a Dios el CVT (Centro de Víctimas y Torturas de Houston) hizo la gestión y ellos pagaron.
Luego me dije: “Aunque me esté muriendo, yo no vuelvo a ir al hospital, porque aquí la salud es tan cara”. En lo personal eso sí me ha afectado mucho. A mí me comenzó a atender el Seguro hasta los cuatro o cinco meses después de llegar. Comenzaron a darme el spray para el asma y las pastillas de la presión. Pero antes de eso, yo sobreviví porque mis hijos buscaban cómo mandarme inhaladores desde Nicaragua.
Doy gracias a Dios porque estamos en un país libre, de oportunidades. A estar en la cárcel, prefiero estar aquí. Son sentimientos encontrados, porque yo quisiera estar con mi familia, pero al mismo tiempo contenta porque estoy libre, puedo trabajar, y sobre todo, seguir en la lucha por la libertad de Nicaragua.
Los primeros meses fueron muy tristes. Tenía pesadillas, a ratos lograba dormir. Salía al balcón y miraba todo. Pensaba: “Esta no es mi tierra. ¿Qué hago aquí?”. Era frustración. Todo tan difícil… A veces estoy bien. De repente me entra la tristeza nuevamente. ¿Y sabés cuál es mi mayor preocupación? Morir aquí. ¿Y para dónde me van a llevar, si ni siquiera pueden enterrarme en mi país? Esas son cosas que a veces se me meten en mi cabeza.
“Si yo estuviera preso, ya me hubiera muerto”
Donald Margarito Alvarenga Mendoza, de 58 años, estuvo preso 460 días. Fue encarcelado el 6 de noviembre de 2021. Era ingeniero agrónomo en Chinandega, y en Florida tuvo que reinventarse como preparador de impuestos, pero una agravada insuficiencia renal crónica le impide emplearse.
En 2015 yo fui diagnosticado con insuficiencia renal crónica, y fui pensionado por enfermedad común. El Seguro Social no me quiso pensionar por enfermedad de origen laboral. Eso implicó una pensión no tan buena, pero sobrevivía en Chinandega junto con una pequeña actividad económica de venta de comida. Me mantenía con mi dieta y mantenía los niveles de creatinina bajos. Pero al entrar a la cárcel, el estrés y no poder recibir la dieta necesaria, fue incrementando mi enfermedad.
Un fin de semana, antes de que fuéramos despatriados, en los exámenes salió que tenía los riñones trabajando únicamente a un 40%, pero cuando llegué a Estados Unidos venía con un estrés tremendo. No sabía qué iba a pasar aquí. No tengo todavía a nadie aquí. Ese impacto, ese estrés, me perjudicó grandemente, al punto que mis riñones están al 14%. Eso implica que me estén haciendo diálisis peritoneal. Y en esta situación estoy luchando por entrar a la lista de espera de trasplante de riñón en el Jackson, que es el centro de trasplante de Florida.
Cuando me detuvieron, yo estaba seguro de que me iba a agravar. Tomé una determinación de luchar contra esta dictadura y yo sabía que, en cualquier momento, lo menos que me podía pasar es que me metieran una vergueada o que me pegaran un balazo. Es una dictadura que va a tratar de mantenerse en el poder… yo todavía estoy contando el cuento.
A los 56, 57 años que tenía en aquel momento, yo nunca había salido de Nicaragua, no tenía ni idea a qué venía, qué iba a hacer aquí. Ha sido muy difícil, por el problema de la salud y el empleo. Este problema de insuficiencia renal ha implicado que yo no pueda integrarme a una actividad económica determinada.
Yo tengo que agradecer muchísimo, pues si yo estuviera preso ya me hubiera muerto.Eso es un hecho. Y gracias a Dios, mal que bien, aquí en el destierro estoy sobreviviendo, porque en la condición carcelaria ya estuviera muerto.
En este país tengo que trabajar obligatoriamente para poder comer y para poder tener un techo. Han habido personas muy solidarias, que me han ayudado a sobrevivir durante este primer año, y se los agradezco muchísimo. El destierro lo estoy viviendo, tratando de tener fe en los seres humanos, en cada uno de los nicaragüenses que vamos a lograr unirnos.
“El destierro te arranca todo lo que te importa”
José Alejandro Quintanilla Hernández, conocido como Alex Hernández, fue preso político en dos ocasiones. La segunda vez fue encarcelado el 23 de agosto de 2021, y estuvo 460 días en prisión, sin que la dictadura confirmara su paradero, hasta aparecer en la lista de desterrados. Sus días en prisión cambiaron su carácter: se volvió introvertido y solitario. Actualmente trabaja como houseman en Maryland.
Este primer año de destierro, solo ha ayudado a remarcar la distancia que, desde 2018, sufrí con mi familia. Desde 2018, sufrí un quiebre familiar bastante importante, por todo lo que significó abril. Me refugié en mis hermanas y mi compañera de ese entonces. Y así estuve, alejado de mi familia, hasta 2021. Recuerdo que, justo antes de caer en prisión por segunda vez, no sé si por premonición o algo, tomé la decisión de ir a ver a mi familia.
Era 30 de mayo (Día de las Madres Nicaragüenses), y fui a ver a mi mama, específicamente. No la veía desde hacía mucho tiempo y tampoco le hablaba, pero fui a verla y me sentí en paz conmigo mismo y con ella. Restablecí, de a poco, ese nexo que había perdido. Dos meses después caí en prisión, pero sentí que ese día, esa visita a mi familia y recuperar aunque sea un poquito, con ese momento que estuve, me dio bastante fuerza.
Yo tenía bastante tiempo de estar lejos de mi familia. Y a mí me ayudó bastante cuando mi mama, mis otras hermanas y mi tío fueron a visitarme en prisión, en los días de visitas especiales. Realmente fue bastante confortable, y me dio fuerzas para seguir adelante, soportando todo lo que estábamos viviendo.
Este año, a pesar de la distancia, siento que, aun así, recuperé algo: una parte de la familia que había perdido, que había sido separada, que había tenido ese quiebre por todo esto de abril. Y ahí he venido reconstruyendo, poco a poco, ese nexo familiar, como primer paso a buscar paz dentro de mí, y aunque esté lejos, de alguna manera recuperé parte de lo que me había sido arrebatado.
Es difícil estar lejos de ellos, y más en esta condición de ni siquiera saber cuándo voy a volver a verlos, en cuántos años voy a volver a abrazarlos.
Lo más difícil de superar ha sido esta situación de despojo. No tanto la narrativa que ha querido imponer el régimen, de que nosotros no somos nicaragüenses, porque eso es imposible por más decretos que establezca, sino ese despojo de las cosas que yo sentía que eran mías, no las materiales, sino aquellas que te dan sentido de pertenencia: estar en mi casa, ir a visitar a mis tíos, mis amigos… me arrebató la dinámica de mi pueblo que tanto extraño, Catarina (Masaya). El destierro no es solamente estar fuera de Nicaragua, el destierro es arrancarte de todas esas cosas que importan.
Este paso por la prisión me volvió muy introvertido. Estar encerrado con una persona, o unas cuantas personas, el hecho de obligarme a estar conmigo mismo durante tanto tiempo, ha costado que yo recupere la manera en que me relaciono con las personas. Por algún motivo, me gusta mucho estar en soledad y no querer salir. Me he empantanado en eso. Este año ha sido muy marcado, porque me he encerrado conmigo mismo.
Yo todavía sueño, de manera muy seguida, que estoy siendo perseguido por la Policía, que estoy siendo asediado, que están afuera de mi casa. Muchas veces, de manera inconsciente, tiendo a asomarme por la ventana a ver qué hay afuera, porque eso es lo que hacía cuando estaba en Nicaragua, en esta situación de persecución, antes de caer preso por segunda vez.
“Venís de pasar equis años en prisión, y no estás bien”
Kevin Roberto Solís, estuvo 1099 días en la cárcel. Fue encarcelado por segunda vez el 6 de febrero de 2020, criminalizado por su derecho a protestar. Estuvo confinado a una celda de máxima seguridad y fue víctima de torturas. En el primer año de destierro ha sufrido parálisis facial, estrés y depresión. Actualmente vive en San Francisco, California, y trabaja en un aeropuerto.
Antes de 2018, yo gozaba de una salud muy buena. Soy joven. Mantenía cierta disciplina de ejercicio y eso siempre me mantuvo saludable. Luego de mi primera excarcelación, igual mantenía una salud bastante buena. Pero después de un segundo proceso de tres años en prisión, en condiciones totalmente precarias, eso cambió. Me enfermé en muchas ocasiones dentro de prisión. Mi estado físico empezó a empeorar.
Fuera de la prisión, después del destierro, tuve varias secuelas en temas de salud como la parálisis, dolor de cabeza permanente y ese tipo de cosas. Yo estaba en una situación bastante precaria, ya que era la prisión de máxima seguridad. En temas esenciales todo era precario, como el agua, la alimentación. Más que todo fue la acumulación, y esto dejó las secuelas al día de hoy, como altos niveles de ansiedad, estrés. (Fueron) la tortura, golpes o incluso la covid-19 –por la que no recibí ninguna atención médica y se me quitó solo gracias a Dios–, y más que todo, la soledad.
La salud mental fue la que más me afectó. El hecho de haber sido liberado es maravilloso, pero ha traído cientos de dificultades. El tema del idioma fue en su momento una complicación bastante pronunciada. Es que es difícil venir a un lugar y simplemente recibir un permiso laboral y decirte: “Buena suerte”.
Sabés que no venís bien en temas de salud mental, que venís de pasar equis cantidad de años en prisión y que no estás bien. Y todo eso, obviamente, te pone en modo de supervivencia, y dejás un poco atrás el cuido personal en temas de salud física y salud mental y te toca salir adelante.
Ha habido cientos de complicaciones. Primero, con el tema de vivienda, porque yo cuando vine a Estados Unidos fui donde mi abuela, y mi estadía era corta. En ese lugar tenía un límite, literalmente 15 días, y tuve que salir de ahí a buscar dónde rentar y aquí no es muy fácil cuando no tenés crédito y esas cosas.
Luego de eso, las complicaciones de depresión. Mi pareja (la también excarcelada política y desterrada, Samantha Jirón) y yo, pasamos por temas de depresión bastante complicados y otra vez se vuelve a pronunciar más el tema de subsistir y hacer a un lado lo importante, que es la salud mental y la salud física. Y todo esto se vino acumulando. Con el tiempo, me dio la parálisis facial, mi pareja fue operada de gravedad. Y así, cada dos pasos que damos, tres de retroceso: complicaciones laborales porque aquí hay mucho maltrato laboral… Y este país no te permite atenderte ese tipo de cosas (la salud mental). Te toca subsistir, te toca trabajar, te toca hacer lo que tenes que hacer y no te da tiempo de alimentar esas necesidades tan importantes (…) el tiempo te consume aquí.
Igual han habido cosas buenas. Tratamos de salir adelante cada día. Y ha sido maravilloso, el simple hecho de saber que estamos libres, y de que es una nueva oportunidad para comenzar, sin dejar de manifestar nuestra inconformidad con el tema de Nicaragua, pero siempre manteniendo la idea de que este es un inicio, gracias a Dios, y que podemos tomar decisiones nosotros.
“Yo solo quiero tener a mi hija aquí”
Guisella Ortega Cerón estuvo 108 días en prisión. Fue encarcelada el 24 de octubre de 2022. Es educadora y fue arrestada por pegar calcomanías “azul y blanco” en la vía pública. En Estados Unidos logró retomar su trabajo de docente, pero sigue pendiente de reunirse con su hija, a quien tuvo que sacar de Nicaragua por la persecución política.
Nunca se me pasó por la mente el bendito avión para salir de Nicaragua. ¡Jamás! Puestos en la madrugada, en el Aeropuerto, me pasaron una hoja, para que firmáramos que íbamos para Estados Unidos, y yo me paralicé.
Pensé en mi hija Taylor, y en lo lejos que estaría de ella. Porque no iba a ser como estar en la cárcel y que me visitara cada 15 días, no. Yo nunca había sentido tanto lo de mi hija, porque es muy amada. No quería firmar, pero Tamara Dávila habló conmigo. Ella también venía de la cárcel y dejaría a su hija en Nicaragua, para después ver cómo podría reencontrarse. Vivíamos lo mismo.
Cuando estaba presa, yo pensaba: “Tengo que salir del país, porque tengo una hija”. Pero nunca imaginé viajar a Estados Unidos, porque nunca había estado en mi mente irme tan lejos. Lo más, quizá Centroamérica. Yo quería algo cerca de Nicaragua, y fue duro la noticia de tener que venirme.
Estás en libertad, pero no es libertad. Simplemente estás fuera de la cárcel, fuera de tu país. No sé cómo explicar lo que uno siente.
Aquí en Estados Unidos tengo un padrino, que es como mi padre. Lo conocí a los 15 años. Nos dio espacio en su casa por un mes, junto con mi sobrina (Walkiria Ortega, también excarcelada política y desterrada).
Al mes, encontré trabajo en un colegio, donde laboro con niños. Inicié como el 5 de marzo de 2023. Mi jefa me alquiló un cuarto. Me ha costado no tener mi espacio. En Nicaragua, yo vivía sola con mi niña. Estoy acostumbrada a vivir sola. No tener mi espacio ha sido lo más pesado y lo más chocante para mí. La semana antepasada pasé toda la semana llorando, de la nada, la desesperación.
En octubre, yo intenté meter los papeles para traer a mi niña con el parole a Estados Unidos. Pero ella no puede viajar, porque no tiene pasaporte. Dicen que llene el formulario, ¿pero cómo lo voy a llenar si no tiene pasaporte?
Me estresa, porque se nos habló sobre la reunificación familiar. Yo solo quiero que traigan a mi niña. Yo no quiero que me mantengan, yo no quiero que me mantengan a mi niña, porque tengo mis dos pies y dos manos buenas para trabajar. Yo solo quiero tener a mi hija aquí.
Yo ya la saqué de Nicaragua, porque la Policía andaba preguntando por ella, andaba detrás de ella. En agosto de 2023 la tuve que sacar del país. Hasta el momento, gracias a Dios está salva. La ansiedad se me ha quitado un poquito. Cuando aún la tenía en Nicaragua, no dormía por el insomnio. ¡Ay no! Ahora como que respiro más. Ya sé que ella está más segura.
Pero igual hay momentos en que no aguanto. Yo creo que por todo lo que pasamos, a pesar de que no fue tan drástico como tantas experiencias que vivieron los demás. O tampoco sé si es por mi forma de ver la vida, o porque realmente yo tenía una personalidad muy marcada, desde mi infancia. Entonces, creo que a veces siento, que veo de una forma diferente: los dolores, el dolor. Mi reflexión a un año fuera de Nicaragua es abrazar los pequeños milagros, que son los que me mantienen viva.
“En mis sueños, siempre miro a los torturadores”
Ernesto Antonio Ramírez García, de 42 años, era docente en Carazo. Fue detenido por participar en las protestas de la Rebelión de Abril, el 16 de mayo de 2019. Estuvo 1365 días en prisión, donde participó en varias huelgas de hambre, y llegó a coserse los labios en acciones de protesta. Actualmente vive en Atlanta y trabaja empacando carne y como guarda de seguridad.
La primera huelga de hambre que hice en la cárcel fue desde el inicio de mi captura, incluso, reos comunes me apoyaron. Eso provocó que la dirección del Sistema Penitenciario me golpeara, porque no querían que yo hiciera ese tipo de protesta.
Cuando estuve en la Galería Tres (de la cárcel La Modelo),me zurcí en tres ocasiones los labios, para no poder ingerir alimentos. Esa fue una de las causas por la que me llevaron al Infiernillo (la sección de máxima seguridad, con celdas de castigo y aislamiento).
La última huelga de hambre que hice en prisión fue el 24 de diciembre de 2019. Procedieron a llevarme, el 31 de diciembre, a la celda 26, en la Galería 301, la de máxima seguridad. El verdadero infierno. Me acuerdo que me llevaron a las tres de la tarde. De las tres de la tarde hasta las once de la noche fue el tiempo más largo de tortura. Casi diez horas desnudo, con unas golpizas…
Yo siempre he sido una persona segura y de temer, no temo a nada. Estar confinado, en un cuarto oscuro, a solas, me hizo un poco más seguro de lo que yo ya era. Perdí completamente el miedo. No tengo miedo absolutamente a nada. Lo que sí, es que siempre me vienen en mis sueños, las golpizas que recibí, siempre miro a los torturadores.
En la cárcel me desvelé, prácticamente ahí no se dormía. Nos mantenían despiertos casi 24/7. Yo aquí a Estados Unidos vine descontrolado.
Cuando llegué a ese hotel, a donde nos mandaron los primeros días, y vi esa gran cama, no dormí ni una noche. Porque siento que en ese momento mi sueño venía totalmente descontrolado.
Ahora, donde me encuentro, ya me estoy normalizando. Sin embargo, ahorita a las 02:00 de la tarde entro a mi trabajo en una empacadora de carne, y salgo a las 11 o 12 de la noche, porque ahorita está malo, pero a veces salgo hasta las 02:00 de la madrugada. Y los viernes, sábados y domingos, después me voy de guarda de seguridad, a otro trabajo.
“Estoy volviendo a conocer a mis hijas”
Róger Abel Reyes Barrera estuvo 538 días en prisión. Fue encarcelado el 20 de agosto de 2021, por ejercer como abogado y participar en las protestas ciudadanas. Después de desterrarlo, el régimen le negó a sus hijas de cuatro y seis años el trámite migratorio para viajar a Estados Unidos. Las pequeñas tuvieron que salir del país por puntos ciegos, para luego reencontrarse.
Cada caso tiene su propia complejidad. Hay algunos que no tuvieron problemas con la salida de los hijos menores de edad. Tuvieron su permiso de salida, su pasaporte. A otros les negaron el pasaporte. En mi caso, fue un poco de complejidad, porque mis hijas ya tenían pasaporte, pero no tenían permiso de salida, porque en Nicaragua tienen que tener la autorización de ambos padres y yo estaba fuera del país, desterrado. Solicitar el trámite de movimiento migratorio fue parte del tecnicismo. Mi esposa intentó tres veces ese trámite en Migración. Al final, le negaron el permiso de salida a mis niñas.
Ellas tuvieron que salir por puntos ciegos hacia Costa Rica, y luego de Costa Rica hacia Estados Unidos. Toda esa travesía fue un trago muy amargo: pensar todo lo que podía pasar en ese pase de Nicaragua hacia Costa Rica, porque no es lo mismo un adulto, que una mujer con dos niñas pequeñas, de cuatro y seis años. Fue un trago muy amargo. También encontrar un sponsor para que pudieran venir, porque los 222 (excarcelados políticos) hacemos el mismo trámite que están haciendo los miles de nicaragüenses que están viajando con parole para la reunificación familiar.
Al inicio es volver a conocer a la familia. Cuando me capturó la Policía de Daniel Ortega, mi hija menor andaba por los dos años. Mi hija mayor tenía como cuatro años. Estaban en pleno crecimiento. Cuando nos reunificamos vine a saber cuáles eran sus gustos, qué tipo de comida les gustaba, qué colores, sus sentimientos, sus emociones, o sea que eran otras niñas.
Estuve casi dos años preso y luego, como seis meses acá, en Estados Unidos, esperando para que se diera la reunificación. Entonces, es volver a conocer a mi familia, volver a conocer a mis hijas, porque las niñas que había dejado, al crecer ya eran otras niñas. A pesar de todo, gracias a Dios, ha sido una adaptación a la que nos hemos acoplado, nos hemos descubierto, nos estamos conociendo nuevamente y viviendo el día a día.
El destierro es difícil cuando ya tenés construido algo en tu país. Hay dos tipos de migrantes, el que tiene planificado cómo hacer su travesía, y sabe que va a dejar todo en su país de origen para irse a otro. Y están aquellos, que no teníamos en nuestras manos decidir. Es el grupo de aquellos que en nuestro país estábamos bien, estábamos estables, y al hacer ese cambio, al venir a Estados Unidos, no como turista, sino como proyección de vida a corto, o mediano, o largo plazo.
Mi perspectiva es ir aprovechando cada una de las oportunidades que se van presentando en el camino. Aquí una de las cosas importantes es el esfuerzo. No es fácil asimilar que eras abogado y ahora aquí ya no se te reconoce como abogado. No vas a poder trabajar como un abogado, con la profesión que tenías, con la que vivías. Mi perspectiva bien definida es aprovechar cada una de las oportunidades y poder ir escalando en todo lo que se vaya presentando.
En lo emocional es poder estar en paz, estar en tranquilidad, estar sano emocionalmente, tratar de llevar cualquier estrés postraumático, porque al final uno decide como estar porque no solamente vos te afectás, sino que también afectás a tu entorno familiar, a quienes están cerca de vos.
El 8 de febrero-cuando salió de la cárcel- para mí, para Róger Reyes, yo volvía a nacer. Tienen razón todos aquellos que dicen que estás en libertad, pero te sentís como que no estás en libertad. Nosotros vamos a estar en libertad cuando tengamos nuestros derechos, cuando nuestros derechos sean respetados. No es que estemos en cualquier país del mundo porque ya somos libres, no.
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*Nota del Editor: Los testimonios en primera persona fueron construidos a través de una o varias conversaciones con las excarceladas y excarcelados políticos desterrados. Algunas expresiones fueron editadas por precisión o claridad, conservando el sentido del testimonio compartido.
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Una operación de un millón de dólares
En la víspera del primer año de la llamada «Operación Nicas Bienvenidos», para recibir a los 222 excarcelados políticos (entre ellos 37 mujeres), el Gobierno de Estados Unidos reveló que ésta tuvo un costó de aproximadamente un millón de dólares, sin incluir la asistencia posterior de agencias gubernamentales y organizaciones de sociedad civil.
Horas más tarde, en un foro organizado por la oenegé Race & Equality, el asistente secretario adjunto para Centroamérica, de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, Eric Jabobstein, sostuvo que, «a pesar de los esfuerzos hay muchos desafíos» y detalló que hay unos veinte en edad de jubilación y vulnerables a caer en la indigencia, y otros más enfrentan dramas físicos y sicológicos severos, «debido a su injusto encarcelamiento».
El Gobierno de Estados Unidos, sin embargo, descartó brindar detalles sobre los procesos de reunificación familiar. «Por respecto a la privacidad de las personas, no daremos detalles sobre su situación actual. Podemos decir que muchos se han integrado a comunidades de la diáspora nicaragüense en California, Texas, Florida, Washington, Maryland y Virginia», enumeró.
“Hacemos nuestro mejor esfuerzo –subrayaron las autoridades estadounidenses– por seguir en contacto cercano con estas personas sobre varios temas y para ofrecerles recursos, guía y ponernos en contacto con las organizaciones que las siguen apoyando”.