Navidad en Cuba: y el sueño de celebrar en otro país

No tuve Santa Claus, Ni árbol de navidad. Pero nada me hizo extraño… -Carlos Varela
Por Mario Luis Reyes (El Estornudo)
HAVANA TIMES – Miriam tiene 85 años, nació a finales de la década de 1930, y me cuenta que antes del triunfo de la Revolución en 1959 no se celebraba la Nochebuena en casa porque su padre, un emigrante que llegó en barco desde España buscando un mejor futuro en La Habana, siempre trabajaba ese día.
No obstante, Miriam recuerda que “antes de la Revolución, las navidades en Cuba eran una verdadera fiesta popular, a lo que “contribuía mucho el hecho de la comercialización”. Dice que, si hace memoria, todavía puede visualizar las tiendas llenas de turrones, sidra, avellanas y nueces provenientes de España.
“Era una fiesta muy pagana, en el sentido de que, aunque en esencia es religiosa [sic], eso quedaba solapado por las celebraciones populares, a las que contribuían las tiendas con sus adornos, las calles arregladas, los anuncios en la televisión y la radio. Todo estaba en función de esa fiesta tremenda”, me dice. “Yo veía que había mucha gente que lo celebraba tremendamente, y otras personas lo celebraban o no lo celebraban porque tenían poco dinero, pero puede decirse que era una fiesta por todo lo alto para el pueblo. Dentro de eso, la gente que era muy pobre lo celebraba como podía”.
Cuando huyó el dictador Fulgencio Batista, en la madrugada del 1 de enero de 1959, pocos imaginaron la magnitud de los cambios que se avecinaban en el país. Mientras esto ocurría, los cubanos celebraban el Año Nuevo como era tradición entonces, con rones, carne, música, arbolito, nueces y turrón.
En lo adelante las cosas empezaron a ponerse difíciles. A partir del año 1963 o 1964, las contradicciones entre Fidel Castro y la Iglesia católica se habían agudizado considerablemente; aunque muchos religiosos apoyaron antes la lucha contra la dictadura de Batista, el progresivo establecimiento de un régimen comunista generó tensiones irreconciliables. A ello se sumaron las escaseces, y el vértigo mismo de aquella Revolución. “Era muy difícil que esas fiestas se mantuvieran”, dice Miriam.
A medida que los comunistas iban ocupando puestos clave en el gobierno y las Fuerzas Armadas, la Iglesia incrementó su oposición al estado de cosas y, de hecho, calificó el régimen de incompatible con la fe católica; esa postura fue contestada con un creciente hostigamiento, que incluyó el cierre de medios de comunicación católicos y detenciones masivas de sacerdotes, religiosas y laicos.
El gobierno confiscó colegios y universidades religiosas, prohibió procesiones tradicionales como la de la Virgen de la Caridad del Cobre, y expulsó a cientos de sacerdotes y monjas. Para 1965, numerosos católicos fueron enviados a las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), que no eran más que campos de trabajos forzados con fines “reeducativos”.
Pese al enfrentamiento con la Iglesia, Fidel Castro mostraba una postura favorable a la Navidad, y en 1962 dijo que “cada familia cubana tendría un turrón de Jijona para el festejo, y encargó a la localidad alicantina una cifra millonaria de tabletas que puso en tensión a las fábricas productoras de esa región española”, según recordó el escritor Leonardo Padura en un artículo publicado en El País.
Eran años donde aún se podían encontrar adornos, turrones y arbolitos navideños en las principales tiendas de la isla, donde también había ofertas especiales para las festividades y hombres disfrazados de Papa Noel entretenían a los clientes.

Pero en la mañana del 2 de enero de 1969, cuando Castro iniciaba su onceno año al mando del país, Granma, el diario oficial del Partido Comunista, anunció la suspensión de las festividades con el pretexto de que el mes de diciembre era fundamental para la producción azucarera: era el año de la Zafra de los Diez Millones.
Nunca se prohibió formalmente la Navidad, pero bastó esa nota en Granma para que se cancelara durante más de 25 años. Simultáneamente, se declaró festivo el día 26 de julio, aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, por lo que medios de prensa extranjeros interpretaron que se trasladaba la Navidad para esa fecha.
Esto no funcionó, y aunque la tradición se fue perdiendo o diluyendo con los años, muchas personas, sobre todo católicas, siguieron celebrando de forma íntima, casi clandestina, a riesgo de ser señaladas por “debilidades ideológicas” y, por consiguiente, ser descartadas para acceder a empleos o centros de estudios.
La Navidad se tiñó de miedo, me cuenta Miriam: “Hubo años, y no fueron pocos, en los que decir “felicidades” por las navidades era casi un pecado. Sin que hubiera una orden expresa, había un sentimiento de que eso no era bueno, era prohibido: era negativo hasta felicitar”.
“Entonces, vino el Papa, en 1997, pidió que se declarara el 25 [de diciembre] como día festivo, y Fidel se lo concedió”, recuerda. “Antes de eso, se trabajaba ese día. Solamente en el campo la gente asaba su puerquito; en las ciudades todo lucía completamente apagado. No fue hasta 1998, cuando se estableció el 25 como festivo, que las cosas se fueron abriendo un poco más. Ya decir “felicidades “por las navidades no era una cosa prohibida”.
Ahora, la restricción no viene dada por el Partido Comunista, ni por “el líder de la Revolución”, sino por la inopia en los bolsillos de la gente, acaso también por su estado de ánimo.
“En la situación actual la gente religiosa lo celebra yendo a la Misa del Gallo, haciendo su cena de Nochebuena; unos con más y otros con menos posibilidades, como siempre”, dice Miriam. “Pero las posibilidades para la mayoría son muy pocas. Los precios son muy altos en todo: un turrón vale mil y pico de pesos. Todo el mundo trata de pasarlo con su familia, pero también la división de la familia es una cosa bien dura, por lo que todas estas cosas convergen en una celebración que, en Cuba, hoy en día es gris”.

***
En 2024, el salario medio en Cuba es aproximadamente de cuatro mil 700 pesos (CUP), mientras que el salario mínimo establecido se mantiene en dos mil 100 CUP, un valor que ha quedado muy por debajo del actual costo de la vida. Peor aún es la situación de los jubilados, cuyas pensiones oscilan entre mil 528 y mil 733 CUP.
Para comprender lo insignificantes que resultan estos salarios basta compararlos con los precios de algunos alimentos como la carne de cerdo, típica en las celebraciones cubanas, cuya libra de masa cuesta entre mil 100 y mil 300 CUP, mientras que el precio de la pierna oscila entre 780 y 800 CUP.
El congrí, otro plato tradicional, también resulta muy costoso para muchas familias debido al precio del arroz criollo (200 CUP por libra) y los frijoles negros o colorados (hasta 450 CUP por libra).
El pollo, que solía ser una opción más económica, también se ha encarecido notablemente: un paquete de 2.5 kilogramos cuesta alrededor de cinco mil 200 CUP, y las pechugas de superan los cinco mil CUP por kilogramo. Incluso los huevos, bastante accesibles hace algunos años, se venden ahora por tres mil 300 CUP el catón (30 unidades).
Las verduras y las viandas tienen precios igualmente elevados: la libra de malanga entre 120 y 150 CUP; el boniato, a 52.50 CUP, y la yuca a 45 CUP. En términos de producción agropecuaria, la situación es crítica: en 2023, Cuba produjo solo 27 mil 900 toneladas de arroz, muy por debajo de las 700 mil necesarias para el consumo nacional. La producción de viandas también cayó: unas 238 mil toneladas.
Esta contracción productiva ha acontecido mientras el gobierno invertía, en el primer semestre de 2024, hasta 15 veces más en turismo (16 mil 321 millones de CUP) que en agricultura (mil 057 millones de CUP).
Además, la industria alimentaria enfrentó serias limitaciones debido al déficit de combustible, pues recibió solo el 48 por ciento de lo planificado para el año; de los 43 millones de CUP planificados para materias primas, mantenimiento y producción, solo le fueron destinados siete millones, apenas un nueve por ciento de lo previsto.
En un análisis de más amplio alcance, la producción industrial de alimentos ha caído a niveles tan críticos que se sitúa por debajo del peor momento del Periodo Especial y, de hecho, representa hoy apenas el 20.4 por ciento del índice de volumen físico alcanzado en 1990.

***
Isabel se mudó a La Habana junto a su esposo a finales de la década anterior impulsada por la ilusión del deshielo bilateral entre Cuba y Estados Unidos, que prometía una prosperidad económica directamente proporcional a la cercanía al turismo y los cruceros.
Desde que llegaron al barrio de Marianao, donde inicialmente se alquilaron y luego se compraron una casa, ni ella ni su esposo han dejado de trabajar un solo día. En lo que iba apareciendo…
Tarda varios días en contestarme sobre sus planes para Nochebuena, y cuando finalmente lo hace, empieza disculpándose, pues apenas ha tenido tiempo para pensar en ello. “Este 24… Planes aquí no se pueden hacer muchos, pero mi esposo y yo tenemos la idea de ir a Placetas, Villa Clara; tú sabes que somos de allá”, me dice.
“Después de pasar tanto trabajo, conseguimos dos pasajes para ese mismo día 24. Dios mediante, llegaremos al mediodía, y por la tarde trataremos de hacer una comida con mi hijo y mi nieto”, prosigue Isabel, pero no cuenta lo difícil que resultó conseguir un billete de autobús en momentos en que el transporte es prácticamente inexistente, ni lo complicado que es llegar a la terminal de ómnibus de La Habana cargada de bultos desde Marianao, ni lo que cuesta en dinero todo eso: el billete, los bultos, el taxi.
De lo que sí me habla Isabel, ama de casa además de trabajar en la calle, es de la comida de Nochebuena. Me dice que dependerá del plato fuerte: “Porque los precios del plato fuerte, como de todo, pero principalmente del plato fuerte, aquí han subido, no sé, diez o quince veces, infinidad”. Entonces, dice Isabel, en lugar del tradicional cerdo, tratarán de hacer “una comida con pollo, casi seguro, que es lo más barato y asequible para nosotros. Una comida con mi hijo y mi nieto, en familia, lo mejor posible… Estar juntos”.
Le pregunto si pudo conseguir al menos el pollo: “Mario, yo pienso que esto hay que vivirlo. Lo que nosotros estamos viviendo hay que vivirlo para saber, porque a veces, por mucho que tratamos de explicar, hay que sufrirlo en la piel para saber”, responde Isabel.
Luego me cuenta que ellos están comiendo lo que aparece, y enseguida rectifica: “lo más barato que aparece, porque ya no tenemos opción”.
“Si aquí tú no tienes un negocio o un familiar que te ayude del exterior, cada día se te hace más difícil comprar los alimentos, porque todo sube, sube, sube…, y los salarios son los mismos. Es muy difícil conseguir el dinero para comprar los alimentos. Bebidas, imposible comprarlas; la botella de ron más barata te puede valer mil y pico de pesos, y el precio de la carne de puerco en este momento está en mil 300 pesos la libra. El cubano que no tenga una entrada o una ayuda, no puede comprar carne de puerco. Nosotros no podemos comprar carne de puerco. Cada día se nos hace más y más difícil, y somo personas que luchamos el dinero y trabajamos; no somos vagos, pero la cuenta no da”.
Cambio el tema; le pregunto qué significa este día para ella. “Es motivo de alegría y celebración para las personas católicas que tenemos fe en Dios, en el nacimiento de Jesucristo. Pero, bueno, aquí nosotros no tenemos mucha alegría, la verdad… Pero ese día sí”, me dice, y parece que se contradice, pero no.
Le pregunto cuánto han cambiado los festejos de navidad para ella en, digamos, los últimos cinco años. No se lo piensa dos veces y me dice que “cada día son peores”, y que no cuenta con los recursos suficientes porque “para celebrar hay que comprar comida y líquidos, que es lo más caro que tenemos en el país”.
Después de un breve silencio, continúa: “Los festejos se nos hacen muy difíciles. Una comida familiar se te puede encarecer, por lo que nada más la vas a tratar de hacer con la familia más cercana. Padre, madre, hijo, nieto y nuera. Ya. La familia se acorta cada día más para celebrar, porque mientras más personas se unen en familia, más grande es el costo. Ya reducimos hasta la cantidad de familia para celebrar”.
A pesar de la homogeneidad que quiso implantar el Partido Comunista, somos un país diverso donde no hay una mayoría aplastante, ni de ateos, ni de católicos, ni de yorubas, ni de protestantes, ni de comunistas, ni de anticomunistas. Somos una amalgama, pero entre tanta diversidad una idea se repite entre las personas con que hablo: salir de Cuba.
“Mi sueño de Navidad es en un país que no sea aquí, porque aquí nunca hemos tenido Navidad, y cada día la vamos a tener menos”, me dice Isabel. “Ya no tenemos el sueño de que aquí podamos lograr una Navidad. Una Navidad para mí… no la veo en este país. La veo en un país donde a mi alcance esté la comida, donde yo trabaje y con mi salario pueda ir a comprar comida para celebrar una cena. Eso no pasa aquí; tiene que ser en otro país. Además, el espíritu navideño es de alegría, y, Mario, aquí, en este país, no hay alegría. Perdóname, pero en este país no vamos a poder ver una Navidad nunca porque ya perdimos la alegría, perdimos las ilusiones porque no vemos nada. Es duro decirlo, pero es la verdad”.

http://Naturaleza muerta de una Navidad cubana / Imagen: ‘El Estornudo’ (AI)Cuando comenzó la década de 1990, con el Muro de Berlín en el suelo y la URSS tambaleándose, la economía cubana empezaba a derrumbarse y Fidel Castro se veía obligado desdecirse en muchas cosas. Una de ellas fue la veda a la religión en el país.
En el segundo día de sesiones del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en octubre de 1991, Castro aprobó la afiliación de los practicantes religiosos a la organización y los cubanos fueron poco a poco desempolvando sus belenes y árboles de Navidad.
En 1995, el Partido Comunista aún mantenía restricciones sobre la exhibición de árboles de Navidad en espacios públicos, permitiéndolos únicamente en lugares destinados a turistas, pero la situación dio un giro en noviembre de 1996 cuando Fidel Castro se reunió con el Papa Juan Pablo II en el Vaticano, lo que marcó el inicio de una apertura simbólica hacia la Iglesia católica.
Al volver, Castro había pactado una visita del pontífice a la isla, en la cual dijo que debía ser tratado como un rey. En diciembre del 1997, un mes antes de la fecha fijada para la visita, el gobernante cubano anunció que con “carácter excepcional” se declararía festiva la Navidad ese año. Es más, prometió que el Papa regresaría al Vaticano “con la impresión de haber realizado la mejor visita que nunca haya efectuado”.
La celebración navideña de 1997 fue un evento único tras casi 28 años de ausencia oficial. Aunque hubo intentos de recuperar las tradiciones, muchos cubanos enfrentaron la cruda realidad económica del Período Especial. Pocos podían permitirse comprar adornos y árboles de Navidad, y el contraste entre los comercios decorados para turistas y la austeridad de los hogares era evidente.
La visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, marcó un antes y un después en las relaciones entre el gobierno y la Iglesia católica. Su presencia reforzó el papel de la Iglesia en la vida pública cubana y permitió avances significativos, como la autorización de que sacerdotes extranjeros trabajaran en el país. Poco después, en diciembre de 1998, el Partido Comunista estableció el 25 de diciembre como día festivo permanente, reconociendo su importancia para creyentes y no creyentes.
Aunque las festividades navideñas comenzaron a recuperar espacios en la sociedad cubana, nunca volvieron a ser las mismas. Más de una generación había crecido sin esa tradición y, en medio de la crisis económica, las celebraciones se mantuvieron austeras.

***
La economía cubana ha tenido un muy crítico 2024; 2025 no pinta mejor. El gobierno cubano proyectó un crecimiento del PIB de uno por ciento para el próximo año, pero esto se contradice lo publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que auguró una contracción del 0.1 por ciento. A juzgar por el historial reciente, las previsiones oficiales no resultan muy confiables: en 2023, cuando se esperaba un crecimiento entre el dos y el tres por ciento, el PIB terminó cayendo un 1.9 por ciento, y este año, cuando las autoridades estimaron un crecimiento del dos por ciento, ya descartaron cualquier posibilidad de crecimiento.
Según la CEPAL, Cuba será una de las tres economías de América Latina con decrecimiento en 2024, junto con Argentina (-3.2 por ciento) y Haití (-4 por ciento). Además, Cuba y Haití serán los únicos países de la región que acumularán tres años consecutivos de contracción económica.
El turismo, tradicionalmente una de las principales fuentes de ingresos del país, también prolongó su declive. Este año Cuba recibió 2.2 millones de visitantes, una cifra ligeramente inferior a los 2.4 millones de 2023 y muy lejana de los 3.5 millones proyectados por el gobierno.
Esto contrasta con las partidas de gastos estatales. Casi el 40 por ciento de las inversiones se destinó al turismo, incluidos hoteles, restaurantes y servicios relacionados. En total, se gastaron cuatro mil 931 millones de pesos (15.1 millones de dólares), lo que representó un incremento del 112.1 por ciento respecto a los 2.325 millones de 2023.
Sin embargo, Cuba continúa siendo, según informes de la consultora ForwardKeys, el país con la peor recuperación turística del Caribe, en contraste con destinos como República Dominicana, que superó los diez millones de visitantes.
Los desastres naturales también marcaron el 2024, año en que Cuba fue afectada por seis eventos hidrometeorológicos, incluyendo los huracanes Oscar y Rafael, que impactaron en provincias como Guantánamo, Artemisa, La Habana y Mayabeque. Además, el 10 de noviembre dos terremotos de magnitud 6.0 y 6.7 sacudieron Pilón, en la provincia de Granma, seguidos por numerosas réplicas que causaron daños considerables.
La crisis energética definió igualmente este 2024, cuando el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) ha alcanzado el extremo de la precariedad. El jueves 19 de diciembre, este déficit energético dejó el 53 por ciento del país sin electricidad.
Desde agosto, la falta de combustible y las fallas en las centrales termoeléctricas, muchas con más de 40 años de explotación, han provocado tres apagones nacionales, de los que Cuba tardó hasta cinco días en recuperarse. Las frecuentes interrupciones afectan tanto a la población general como al sector estatal, paralizando las actividades económicas y elevando el descontento social.

Los apagones no solo tienen un alto costo económico, sino que también contribuyen notablemente a un clima de malestar que se refleja en la ola migratoria sin precedentes y en las frecuentes protestas que incluyen las manifestaciones del 11 de julio de 2021, las de Nuevitas y La Habana en 2022, y las ocurridas este año en Santiago de Cuba el 17 de marzo. El descontento social se reflejó en un total de siete mil 683 protestas registradas hasta noviembre de 2024 por el Observatorio Cubano de Conflictos.
Por su parte, la ONG Prisoners Defenders reportó que al cierre de noviembre había mil 062 presos políticos en la isla, mientras que los observatorios de violencia de género consiguieron registrar 55 feminicidios.
En el ámbito deportivo, los Juegos Olímpicos de París 2024 fueron el reflejo de la situación del país; la delegación nacional obtuvo nueve medallas: dos de oro, una de plata y seis de bronce, para terminar en el puesto 32 del medallero general; un resultado que representa la menor cantidad de preseas obtenidas por la isla desde 1972 y el peor desempeño en medallas de oro desde 1968.
Pero de todas estas cifras, las de migración son las más impactantes: en 2024, más de 217 mil cubanos ingresaron en Estados Unidos, elevando a más de 850 mil el número total de migrantes isleños en el país norteño desde octubre de 2021. Muchos otros han marchado a España, México o Rusia, pero no hay cifras oficiales.
Este éxodo contribuyó a una drástica disminución de la población en la isla, que cayó por debajo de los diez millones de habitantes, según cifras oficiales, aunque el economista y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos estima que la población real sería en la actualidad de apenas 8.62 millones.

***
Conversamos unos días antes del 24 de diciembre. Le digo que quiero hacerle varias preguntas para un reportaje sobre la Navidad en Cuba. Alejandro es un obrero cubano de 54 años y en estos días está reparando el falso techo de una casa.
“Veré cómo hago para responderte con sinceridad y siendo realista y objetivo”, me contesta.
¿Qué harás este 24 de diciembre, tienes algún plan para festejar? ¿Con quién piensas pasar ese día?, es lo primero que le pregunto. “El 24 lo pasaré en casa con mi hija y mi madre”, dice. “Más que festejo, será lo de cada año: una cena por Nochebuena. Sin hablar de religión. Como la gran mayoría de los cubanos”.
¿Has tenido dificultad para conseguir alimentos y bebidas para la celebración?, quiero saber. “No me ha sido difícil, en realidad”, responde Alejandro, y se queda pensativo. Entonces añade: “Logro hacerlo porque trabajo y al menos puedo comprar los alimentos y bebidas necesarios e indispensables”.
No da detalles sobre cuáles son para él esos alimentos y bebidas, y yo tampoco insisto. Le pregunto qué significa para él la Navidad. “Solo significa lo que antes decía. Fui criado en la creencia del comunismo y no del cristianismo. Como la mayoría que aquellos que nacieron después del año 1959”. Luego, dice: “Fidel prohibió toda religión, incluyendo todo lo relacionado [con] los festejos cristianos y de otras religiones. Hasta que cambió eso al venir el Papa por primera vez”.
Tal vez por haber vivido en un ambiente tan austero y restringido, cuando averiguo si sus celebraciones navideñas han cambiado en los últimos años, me dice que no, que cada año es “más o menos lo mismo”. Me quedo pensando en si eso será bueno o será malo.
Por último, le pregunto cómo sería su Navidad soñada, y entonces me llevo una sorpresa: “Me gustaría ver a mi hija celebrar una Navidad, como debe ser, en otro país, donde se pueda hacer a gusto”, dice.
En el sueño de Alejandro no está Alejandro, sino su hija. Tampoco está Cuba, sino un país extranjero que ni siquiera conoce. Otra vez me deja pensando.