Mudarse en La Habana

Por Diana Ferreiro  (Progreso Semanal)

Mudanza. Foto: Progreso Semanal

HAVANA TIMES – En esta ciudad, un apartamento medianamente amueblado, dentro de los límites de eso que llamamos “buenas zonas” ―y que no son más que los municipios “cercanos” al centro de la ciudad―, está disponible a partir de 60 CUC al mes. Siendo optimistas. Y pensando en un apartamento interior de tres habitaciones en un municipio periférico como Marianao.

Marianao tiene buenas conexiones de transporte, tampoco es el fin del mundo. Una aprende a encontrar las ventajas de cada sitio. Una quisiera vivir en el céntrico Vedado y en cambio se encuentra un día mudando —por novena vez en cuatro años— sus escasos bultos hasta las calles 39 y 106 en dos viajes, porque el carro que consiguió esta vez es pequeño, y al final se trata de un favor.

Mudarse es, en cualquier situación, un proceso estresante. Contabilizas de alguna manera el volumen que ocuparán tus pertenencias, que ha ido creciendo en cada mudanza porque compraste una olla arrocera, quince libros que aún no has tenido tiempo de leer, una lámpara para leerlos cuando por fin tengas tiempo, bolsos y tenis, o tu madre te envió la lavadora que ya no usa para que no sigas lavando a puños los fines de semana.

Luego tienes que hacer coincidir ese volumen con el tamaño de los maletines que te prestaron los amigos y las cajas usadas que recogiste a la salida de algún centro comercial. Cajas de detergente líquido o de botellas de ron o de equipos electrodomésticos. Cajas vacías y desarmadas y que a veces necesitan ser reforzadas con cintas y sogas.

Envolver en papel periódico todo lo frágil (por alguna estúpida razón, como si se tratara de papel mágico anti añicos); acomodar como tetris dentro de las cajas vasos, platos, adornos —¿por qué se empeña una en decorar un espacio tan efímero como un alquiler?—, discos, maquillaje, especias, camisetas, pañuelos, medicinas; etiquetar las cajas con marcador permanente: “frágil”, “cuarto”, “cocina”, “libros”; pensar a cada momento: “aquí no cabe todo”; encender un cigarro y analizar: “si guardo las cosas del baño en el maletín de la ropa, puedo usar esta caja para X”; apagar el cigarro y confirmar que la camioneta estará a las diez en punto; sentir que todo puede salir bien. Que quizás sea esta la última mudanza.

En esta ciudad nunca lo es.

Los alquileres en La Habana tienen precios desorbitantes. En Revolico, por ejemplo, el anuncio de un alquiler de menos de 100 CUC no dura una hora antes de que alguien llame y lo ocupe, a veces minutos. La búsqueda de un día cualquiera, un martes 2 de abril de 2019, por ejemplo, arroja que los precios por un alquiler mensual oscilan entre 80 y 600 CUC, el equivalente a 16 veces el salario promedio en esta ciudad.

El déficit habitacional del país ha sido calculado recientemente en 929 695 inmuebles. Sería preciso construir 527 575 y rehabilitar otras 402 120. Entre las provincias más afectadas —sin sorpresas—, está La Habana, además de Holguín y Santiago de Cuba. Es otro de los hándicaps del asunto: si no hay viviendas suficientes para las familias ya existentes, qué aspirar para esos que desean independencia, formar nuevos lazos, o buscar oportunidades profesionales en la capital.

Casi la totalidad de los jóvenes que viven rentados en La Habana lo hacen en apartamentos cuyos dueños no tienen licencia para rentar. Eso quiere decir que no existe un documento legal que ampare su estancia en esa vivienda. Eso quiere decir que el día menos pensado el inquilino puede despertar con la noticia de que tiene apenas unos pocos días para marcharse de allí. Para volver a armar sus cajas —si fue lo suficientemente precavido para guardarlas debajo del colchón— y poner otra vez en marcha el mecanismo de la mudanza. Un mecanismo que se traba con facilidad cuando no se disponen de los recursos necesarios para que funcione. Esto es: dinero.

¿Cuánto cuesta mudarse en La Habana? No sabría decirlo con exactitud, pero puede costar aún más que el siguiente alquiler. También en Revolico, por ejemplo, se pueden encontrar varios anuncios de “agencias de mudanza con más de 20 años de experiencia”, que incluye la asistencia de una “brigada especializada”. No dice el precio. Una llama y negocia: no tengo muebles pesados; cama sí, refrigerador no; algunas cajas con libros; no, no tengo sillones, ni estantes, ni mesas; de Marianao a Centro Habana; el sábado; no, mis amigos me ayudarán; no necesito su “brigada especializada”. El transporte puede ser lo más difícil de conseguir, justo detrás del nuevo alquiler, por supuesto.

En septiembre de 2013 me mudé provisionalmente a un apartamento en la calle Rabí, entre Santa Emilia y Zapote, Diez de Octubre, con dos amigas. Ocupábamos, las tres, un apartamento de un cuarto. Yo llevaba, esa tarde, una maleta de mano y una mochila. Llegué en un ómnibus público, y me quedé dos meses. Me había graduado de Periodismo en junio de ese mismo año. De entonces a la fecha me he mudado once veces. Y no, nunca he sacado esa otra cuenta de cuánto “he invertido”. Hay números que es mejor no conocer. Conocería, eso sí, barrios de Playa, Cerro, Santos Suárez, Vedado y Nuevo Vedado, Centro Habana y el propio Marianao.

La Habana, a veces, es una ciudad hostil. Los servicios, aunque no necesariamente más profesionalizados, son cada vez más costosos. El transporte a la cabeza. Hace años no puedo mudarme usando el transporte público: he comprado, en todo este tiempo, muebles y artículos que necesité en cada una de las rentas en las que permanecí al menos por seis meses. He pasado de llevar mis cosas en el maletero de un almendrón a rentar una camioneta a la que también suben mis amigos: mi brigada especializada.

El acto de mudarse es también, de alguna manera, una especie de inventario. De aquello a lo que renuncias porque dejó de ser imprescindible; de lo reído y aprendido y llorado en esas paredes. Del amor hecho y deshecho sobre las losas del baño; de los atajos y los “allí siempre hay pan” o “allí se paga la electricidad” o “¿Cerro y Boyeros, chófer?”. Y es, en definitiva y a pesar de la ayuda, un acto individual: el de acomodar tu vida al nuevo espacio. Por poco tiempo que este dure.