Madres trabajadoras en Cuba: garantías para todas

 

Por Rachel D. Rojas (Progreso Semanal)

HAVANA TIMES – Como madre soltera, Marta carga, literalmente, con Nina a todos lados, y pasa mucho, mucho tiempo en su casa, el ambiente seguro y estable que ha creado para su hija. Sostener a ambas, reproducir económicamente la vida en un escenario donde solo se tienen ellas dos la mayor parte del tiempo, ha sido uno de los mayores retos. Desde que Nina nació, ella, activista y comunicadora freelance de 42 años, es una mujer más prudente.

Marta es, de acuerdo a su estatus laboral no formal, lo que el sistema estadístico cubano asume como una ama de casa. Pero ella trabaja, y mucho. Sencillamente no existe en el país un documento o acreditación que formalice y reconozca socialmente su condición como trabajadora, porque su actividad no está reconocida en la legislación actual. Y no es la única, ni la única variable de este tipo de desprotección.

En Cuba la población femenina económicamente activa es poco más de la mitad de las mujeres en edad laboral (de 17 a 59 años). Las cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONEI) de 2016 muestran que la población femenina en edad laboral era de 3 millones 435 mil, y de ellas solo el 50,9 por ciento estaba económicamente activa, una categoría en la que se reconoce únicamente a las personas que poseen un vínculo laboral formal y estable, o que buscan tenerlo (ocupadas o desocupadas).

Del resto, del otro 49,1 por ciento que no está económicamente activo, bien poco se conoce: qué tipo de trabajo realizan (remunerado o no), cuáles son sus urgencias, sus condiciones de vida, sus ataduras.

La investigadora cubana Ailynn Torres Santana explica que estas mujeres, “según la legislación cubana, no trabajan. Según las estadísticas, no están económicamente activas. Según el discurso político, no se incluyen en sectores productivos. Según una parte del sentido común, son solo ‘amas de casa’”. Torres se refiere en ese texto al trabajo remunerado que no contabiliza, informal, pero a eso se agrega la carga extra de trabajo doméstico que asume la mayoría de las mujeres en el país.

A Marta María, que realiza ambos tipos de trabajos (el remunerado y el doméstico), su situación informal la coloca en tierra de nada más que la de sus propios esfuerzos. Y en ese grupo sin reconocimiento (más de un millón 600 mil), todas las mujeres que tengan hijos en edad preescolar o decidan tenerlos, no tienen derecho a acceder a los círculos infantiles. Deberán pagar precios de mercado por el cuidado y la educación de su bebé durante esos primeros cuatro o cinco años de vida, porque el programa de asistencia social que en Cuba incluye esta parte del sistema educativo está concebido solo para las “madres trabajadoras”, con un vínculo laboral formal y reconocido por las autoridades.

“La infraestructura de esos lugares actualmente es pésima: no hay agua en los baños, la seño está pendiente de 45 niños, les ponen música de adultos en las fiestas, etc.”, dice Marta.

Las dinámicas de los últimos años respecto a los niveles de acceso a círculos infantiles del sistema educativo público cubano, incluso aunque Marta y Nina pudieran optar por ellos, tampoco ofrecen buenas señales.

En la serie especial de la ONEI por el 50 Aniversario de la Revolución Cubana se puede observar que fue en 1990 cuando hubo un mayor número de madres (145248) y niños (157947) beneficiados con el acceso a círculos infantiles. Con respecto al total de niños en edad preescolar de ese año, solamente un 17,9 por ciento disfrutaron de ese derecho. En ese momento en el país existían 1116 centros de este tipo.

Luego, en 2008, la cantidad de círculos infantiles era 1110 y los niños en edad preescolar eran 587333. Sin embargo, las madres beneficiadas eran 119602, y la matrícula total de niños era de 129811. Aunque hubo un menor número de madres y niños beneficiados (al disminuir los índices de natalidad en el país), el por ciento de los infantes beneficiados con este acceso se mantuvo prácticamente idéntico, en un 17,8 por ciento.

Durante 18 años el acceso a este beneficio fue garantizado a un igual bajo por ciento de niños.

Ya en 2018 había en Cuba 592 510 niños de hasta 4 años de edad, según publica la ONEI. Pero la matrícula de círculos infantiles en ese año fue de solo 136 060 niños en edad preescolar. Contradictoriamente, el por ciento de ellos que disfrutaron del cuidado que garantiza el estado como derecho aumentó a un 23 por ciento, aun cuando más de 456 mil niños quedaron fuera del sistema educacional previsto para esa etapa de la vida en Cuba.

Aunque en los porcentajes se aprecia un aumento significativo de los niños beneficiados con el acceso a los círculos infantiles entre 1990 y 2018, por su parte, el número bruto de ese grupo etario con acceso disminuyó realmente en un 32,7 por ciento.

De hecho, en ese mismo período de tiempo el número real de niños beneficiados disminuyó en 21887. Al margen de las dinámicas demográficas del país, relacionadas con el consabido envejecimiento poblacional que afronta Cuba desde hace décadas, la capacidad de los círculos infantiles sí ha disminuido en un 13, 85 por ciento.

Según un reporte de prensa de Radio Nuevitas del pasado año, existían en Cuba 1083 círculos infantiles, de ellos solo 25 ubicados en zonas rurales (otra gran interrogante sobre las condiciones de las madres en esos territorios). En la Habana, donde la demanda supera la oferta, habían 367 de estas instituciones, de las cuales 30 tenían algunos salones cerrados y 22 no funcionaban.

A pesar de existir incluso menos centros de este tipo, en los últimos 10 años también se aprecia un leve aumento de su capacidad (aproximadamente 4,5 por ciento), coincidiendo con el período de actualización económica que desde entonces se realiza en la Isla.

No obstante, la demanda sigue superando ampliamente la oferta, y eso se traduce en demasiadas mujeres sin poder trabajar porque no tienen dónde dejar a sus hijos pequeños, un importante eslabón dentro de un mayor círculo vicioso de retos, desigualdades y subdesarrollos.

Las alternativas para las mujeres como Marta no son fáciles. Los precios del cuidado privado (que no implica necesariamente educación) son insostenibles para la mayoría de los ingresos, en especial para los de aquellas madres solteras que no cuentan con una red sólida de apoyo familiar.

“En estos espacios privados, además de los precios que tienen, tienen otro sambenito, que son todas las diferencias que comienzan a surgir en esas clases sociales emergentes. Y tampoco sé si quiero que Nina se críe en un ambiente donde se habla de otras cosas, hay otro tipo de juguetes, de intereses, donde el valor de lo que tienes comienza a ser mayor que el valor de lo que eres”, dice.

Ante cada uno de estos casos la legislación y la concepción de políticas públicas de asistencia y seguridad social se han quedado a vivir en el pasado siglo. Deben mudarse de era, y pronto. El cuidado y educación en los primeros años de vida de los hijos es fundamental para que las madres, todas, tengan las mismas oportunidades laborales y de desarrollo profesional que el resto de la sociedad.