Llegar al fondo, en la playa de tus sueños
Texto y fotos por Néster Núñez (La Joven Cuba)
HAVANA TIMES – Has llegado a la playa de tus sueños. Sabes que necesitas lanzarte. Sabes que esas aguas y ese tiempo sumergido, te curarán. Miras al cielo despejado y azul. El sol aún está suave en la mañana. El bote reposa sobre un mar sereno y transparente. El canto lejano de un ave te transmite calma. Aguantas la respiración. Te dejas caer a lo profundo.
Años atrás tuve un amigo poeta que siempre llevaba puestos unos audífonos tipo cascos. Así iba al trabajo o a casa de la novia. Así lo veías caminando por cualquier calle de la ciudad, o subido en una guagua o sentado en el malecón del río o en un banco del parque. Cuando veía al poeta con los audífonos puestos, le hacía algún gesto para saludarlo, pero no lo molestaba. Lo dejaba tranquilo con su música, con sus audiolibros o con lo que fuera que escuchara. Hasta que una tarde, la curiosidad me venció:
—¿Qué es lo que escuchas tanto? —le pregunté. No me oyó a la primera, por supuesto— Que ¿qué estás escuchando?
Mi amigo se quitó los cascos y me los puso sin sonreír, sin decir una palabra, sin cambiar su expresión tranquila. Yo no escuchaba nada. Ninguna música, ningún audiolibro. Le dije que pusiera a reproducir aquello. Él se llevó la mano al bolsillo y sacó el extremo del cable, todo mordisqueado. Creo que me explicó qué había sucedido, pero no logré escucharlo. Los cascos apretaban bien. Aislaban los sonidos de un modo que asustaba.
Un hombre que vive a ratos en una ciudad sin sonidos. Un hombre que a ratos ve en blanco y negro. Un hombre, una mujer, que amortigua a voluntad el sentido del oído, presta más atención a los olores, a lo que ven sus ojos, al tacto. Una persona así no teme acceder a las ideas y emociones que genera su cerebro. Es un ser humano que experimenta distintos modos de ser libre. De vez en vez regreso a leer su poesía.
El agua fría eriza tu piel. Tu instinto de conservación se activa. Sientes los pulmones cargados de oxígeno. El fondo del mar te atrae. El movimiento de tus brazos y piernas te llevan abajo. Con la primera brazada dejas atrás el ruido de los motores de los autos. Con la segunda, toda la música se convierte en latido de corazón. Desciendes. Las voces humanas suenan como burbujas de aire en el mar. Tu mente está tranquila, relajada. Los apagones no existen. Los niños no tienen que ir a clases. No tienes que buscar comida para esta noche. Tu mente está tranquila, relajada. Eres solo un cuerpo húmedo acogido por una profundidad agradable. Has regresado como al vientre de tu madre. La placenta te protege.
Una vez tuve un amigo diabético que disolvía los límites. Bebía ron mientras el Ballet Nacional de Cuba bailaba Coppelia en el teatro. De noche, buscaba en el cementerio las carabelas de su madre y de su abuela para tenerlas de regreso en su casa. Apagaba los cigarros en la piel de su brazo. Pintó cuadros de bichos grotescos sobre la cúpula de la catedral católica, sin pretensiones de éxito o de dinero, solo por sacarse los demonios que llevaba dentro. «¡Abandonad toda esperanza!», decía junto a la puerta de su casa.
La gente lo adoraba o lo odiaba, sin matices intermedios. Es difícil tener un amigo que te demuestre constantemente que se puede vivir de una forma distinta; que el entorno te asfixia solo si tú lo permites; que el poder estableció a su conveniencia límites y normas, y que quebrarlos no es tan difícil como parece. Yo era un muchacho normal: pertenecía al bando de los que lo llamaban loco. Aún no me había abandonado a mí mismo durante tres minutos en el fondo del mar, ni había conocido a aquel que llevaba audífonos tipo cascos.
Ves las algas fluir con el vaivén de la corriente. Los peces de colores juguetean frente a tus ojos. Los rayos del sol llegan dispersos a ti. Es como estar en un sueño. Treinta segundos, dos minutos, todos los años de tu vida: el tiempo que has pasado en esa especie de útero materno ha sido placentero, pero ya es demasiado. Lo que fue zona de confort ahora te oprime. Te falta el oxígeno y te revienta el exceso de dióxido de carbono. Tu cuerpo y tu mente no resisten la presión. Quedarse abajo es cosa de locos. Te quitas el cinto de plomo y comienzas el ascenso, desesperado por llegar arriba.
El amigo poeta emigró de la isla. El pintor irrespetuoso de los límites, murió.
Dondequiera que estén, los imagino felices.
La vida es esa inmediata bocanada de aire después de salir del mar (del mal) que te rodea.
(A veces, a los recién nacidos hay que darles una nalgada.)
Y está el amanecer también, la familia y los amigos.
Has llegado a la playa de tus sueños: sabes que necesitas curarte.
Amo leer sobre individualidades que tienen las personas, esas cosas que las hacen diferentes a tal punto que parecen excentricidades, hablando estrictamente del poeta, la falta de ruidos inorgánicos es algo que extraño mucho de aquellos tiempos en los que llegué a vivir en el campo. También se me hace necesario a veces disfrutar del silencio total, pero no tengo la forma de lograr algo como tal, talves intente conseguir unos protectores de oidos de esos que usan en las fábricas a ver que tal me va.