Jovenes luchando por el reconocimiento del skate en Cuba
Por Marcel Villa Márquez (El Toque)
HAVANA TIMES – El nombre de la icónica Ciudad Libertad nunca ha sido mejor dicho. Hace cuatro años que un grupo de jóvenes crearon en ella, por iniciativa y medios propios, un espacio donde manifestarse libremente: su pista de skate.
Eligieron un edificio abandonado, situado en la esquina de 29F y 29E. Dicho local, antes de su llegada, solía ser depósito de todo tipo de desechos, además de refugio y punto predilecto de los más turbios personajes.
Fue a mediados de los setenta que el skateboarding se formalizó como deporte, como actividad física reglamentada y de carácter competitivo, a Cuba llega en la década siguiente. Muchachos cuyos padres viajaban con frecuencia, hijos de diplomáticos, por lo general, fueron los primeros en tener sus patinetas. Otros no tan afortunados debieron hacer las suyas con los medios a su alcance, entre ellos Che Alejandro Pando, hoy popular tatuador e ícono del skate en la Isla.
“Usaba las ruedas de unos patines viejos de hierro atornillados a una tabla. Había que conseguir los Winchester que eran los únicos que doblaban, los patines rusos de aquella época no doblaban y no servían para hacer la patineta. En esa época la mayoría de la gente se hacían sus tablas, sus gomas, todo.
Problemas con la policía teníamos millones, prácticamente tenías que salir a la calle con el dinero para pagar la multa que te iban a poner. Hoy en día ya nadie hace sus patinetas, en cuanto al resto, poco o nada ha cambiado,” cuenta Che Alejandro.
El skate no es reconocido en Cuba como deporte, aunque el Comité Olímpico Internacional planea incluirlo en sus próximos juegos, aquí las autoridades continúan ignorándolo y no favorecen su desarrollo. Escasean los artículos y pistas de patinaje, continúa la expulsión de los lugares públicos y hay que lidiar con la hostilidad de la policía: multas, arrestos y decomisos, declaran muchos patinadores.
No obstante, ellos confiesan que no buscan el reconocimiento del Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación (Índer), pues no quieren tener que ver con tanto burocratismo y ya se han visto perjudicados por dicha institución.
“Yo no confío en esa gente, allí hay mucha corrupción. Todo es mentira, peloteo pa´ aquí y peloteo pa´ allá, por eso fuimos a Ciudad Libertad a hacer nuestro parque”, nos dice Orlando Hernández, quien junto con otros patinadores colabora con Cuba Skate y Amigo Skate, dos ONG estadounidenses que potencian el skateboarding cubano a través de donaciones.
En 2015 la empresa California Skatepark manifestó su intención de construir un parque de patinaje en La Habana a modo de donación, pero los funcionarios que debían autorizarles les hicieron caso omiso. Poco después el Estado construiría uno, o eso pretendió. “El que lo hizo no sabe nada de patinaje, está todo muy pegado y los materiales no están bien empleados. Yo pasé por ahí y les pregunté a los constructores que estaban haciendo, y ni ellos mismos sabían.” nos explica Orlando.
En una ocasión, el Índer logró inmiscuirse y fungir de intermediario entre los patinadores y una donación proveniente de Canadá, dicho organismo pretendía ser dueño y señor de las patinetas, ellos las guardarían y las prestarían a los jóvenes cuando fueran a usarlas previa entrega del carné, nos relatan algunos los muchachos.
Nos cuentan que cuando llegaron a Ciudad Libertad era “derrumbe todo”. Las ventanas, el techo, la distribución del espacio y lo aislado del local, lo hacía el lugar idóneo para hacer su propio parque. Algunos de ellos no habían agarrado una pala en su vida, pero se las arreglaron para hacer las rampas y los muros en los que hoy hacen sus trucos. Con el paso del tiempo, algunas marcas como Element y New Balance contribuyeron con dinero a cambio de publicidad, y hasta el sol de hoy no dejan de implementarse mejoras. Para ellos “esto es lo mejor que hay pa´patinar ahora mismo”.
Más de una vez han sido expulsados por motivo del rodaje de algún que otro comercial, pero no se quejan mucho, pues a fin de cuentas el edificio sigue siendo propiedad estatal. En una especie de acuerdo tácito, las autoridades toleran la ocupación para bien de un sitio que hasta entonces era inservible, a la par que ellos no hacen resistencia a los desalojos temporales y esporádicos.
En este lugar, hasta bien caída la tarde, pueden verse a diario entre veinte y treinta muchachos practicando su “forma de vida”, en un ambiente familiar que, de acuerdo con visitantes extranjeros, no suele verse en el resto del mundo, se organizan de forma espontánea para usar la pista, alentándose y celebrándose las piruetas unos a otros. Compiten, pero de “forma sana” y con una “rivalidad positiva”.
Buena parte de la sociedad aún percibe a los skaters como vagos y marginales, nada más lejos de la realidad. Según Che Alejandro, los patinadores, adolescentes casi todos, son una tribu urbana en toda regla: “Se visten de una manera, tienen su propia música, mucha gente a través del skate aprende sobre fotografía, diseño, realización de videos, etc., desarrolla sobre todo tu veta artística.
La ciudad se ve de una manera diferente cuando tú eres patinador. Vas caminando por la calle y en todos lados ves posibles trucos. Los tatuajes y los piercings vienen en el paquete, y el problema con el Índer viene por eso también, porque no es el tipo de deportista que ellos quisieran ver”.
Para patinadores veteranos como Che, “el skate le arregla la vida a cualquier niño. Con el aburrimiento que hay en este país, tú le das una patineta a un chamaco y este le descarga, y le estás dando una cosa sana para hacer, en vez de estar enganchándose en guaguas o tomando planchaos por ahí”.
Para estos muchachos, patinar lo es casi todo.