En Nicaragua, optan por “hablar bajito” o “mejor no opinar”

Expresar opiniones sobre cualquier tema puede provocar que el régimen les marque como opositores, por eso muchos eligen guardar silencio
Por Iván Olivares (Confidencial)
HAVANA TIMES – En Nicaragua no se habla de política. O, al menos, no en público.
Eso confirman nicaragüenses que fueron de vacaciones al país a finales de 2024 y cuentan a CONFIDENCIAL su experiencia, bajo condición de ser identificados con seudónimos, porque –aunque no viven en Nicaragua– igual sienten temor por las represalias del régimen que encabezan Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo.
“Desde antes de 2018, pero particularmente desde esa fecha hasta la actualidad, en Nicaragua se ha instalado un estado de terror en el cual la población en general tiene temor de compartir sus opiniones políticas y sobre temas que no necesariamente son políticos, pero que desde el punto de vista del régimen son vistos como temas críticos que contradicen el discurso oficial”, asegura la socióloga Elvira Cuadra, directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica (Cetcam). Los temas religiosos, la economía y otros, son algunos de los temas sobre los cuales hay miedo a hablar en Nicaragua, añade.
Las percepciones de Everth, un trabajador del sector comercial; Benjamín, un universitario con estudios en carreras afines a la Administración de Empresas (ambos llegando a los 30 años de edad), y Josefa, una oficinista próxima a jubilarse, hablan de gente que no habla de política, así como de calles menos bulliciosas de lo normal.
“El comportamiento de la gente es comprensible, considerando que el régimen utiliza diferentes mecanismos para restringir y anular la libertad de expresión y la libertad de pensamiento en Nicaragua. Hemos visto casos de personas encarceladas por emitir una simple opinión, ya sea de manera verbal o a través de sus perfiles en redes sociales. El régimen ha aprobado distintas leyes con el propósito de silenciar voces críticas, o las opiniones y expresiones de descontento de la gente frente a determinadas situaciones”, recuerda la directora del Cetcam.
El miedo a hablar u opinar en Nicaragua
Everth, que estuvo un poco más de un año fuera de Nicaragua, señala que antes miraba “algunas banderas” del Frente Sandinista en algunos de los lugares por donde transitaba, pero que en este último viaje esas mismas banderas estaban por todos lados. “Incluso en la sede de la Cruz Blanca que está situada en Don Bosco”, cuyos alrededores están llenos de banderas rojinegras.
Aunque su viaje a Nicaragua fue por muy corto tiempo, dice que no habló de política con la gente, y no por falta de interés o de oportunidad, sino porque no sabía cómo iban a reaccionar sus interlocutores, siendo que “en Nicaragua el miedo está siempre a flote”, valora.“Si yo le digo a alguien algo negativo sobre el Frente Sandinista sin conocer bien a esa persona, muy probablemente eso pueda traerme problemas o pueda sufrir represalias. También puede ser que la gente piense que estoy tratando de sacarle información para ver si hablan mal del Gobierno. Por eso no me animé a hablar en Nicaragua de política, excepto con mi familia, y me quedó muy claro que es poco lo que se habla de política en voz alta”, relata Everth.
Las leyes aprobadas por el régimen han impuesto “una nube de autocensura sobre la población en general, porque la gente tiene temor a las represalias”, dice la socióloga Cuadra. Indica que “hay un conjunto de mecanismos de vigilancia y control sobre la población, que son implementados por gente cercana al régimen que están escuchando o tratando de identificar quiénes son las personas que están descontentas y qué es lo que expresan”.
Lo que más se evita: hablar de política
Benjamín también fue de visita a Nicaragua en diciembre de 2024, visitando las ciudades de Granada y Ticuantepe, y aunque reconoce que no convivió con mucha gente, señala: “Cuando tuve chance de hacerlo, no hablamos de política”.
“Pienso que la gente anda con un perfil bajo, porque entienden que entre menos hablen de política o del partido sandinista les irá mejor, y no es porque no tengan nada qué decir. La gente no dice nada, o trata de maquillarlo y decir que todo está bien para pasar desapercibidos, como una forma de autoprotección”.
Benjamín pudo palpar un poco de esa “nube de autocensura” por el miedo a hablar en Nicaragua. Lo señala con sus propias palabras al decir que el tiempo que estuvo en el país, “sentí todo demasiado calladito. No es la Nicaragua dicharachera que recuerdo, sino que la sentí silenciosa, sumisa”, observa. Narra que en el Parque Central de Granada había una actividad recreativa organizada por el partido de Gobierno, y que el parque estaba lleno de gente, pero también de policías que estaban cuidando la actividad.
“Yo siento que la gente simplemente intenta sobrellevar la situación”, opina.
La experiencia de Josefa es ligeramente distinta. En su caso, señala que “a nadie oí hablar nada”, afirmando que en Nicaragua, “miro a la gente normal”, aunque algo llamó su atención, y es que “no vi muchos niños en el barrio. No hay muchos niños que puedan juntarse para ir a jugar afuera. Las calles se sienten desoladas”.
Silencio y menos gente en Rivas y Granada
Everth también tuvo una experiencia similar, en la que destaca dos elementos. El primero es la cantidad de gente que estaba ingresando a Nicaragua. El segundo, “el clima desolado. Se sentía un ambiente extraño, no era el mismo que había cuando salí de Nicaragua. La gente parecía muy distante, no tan amigable como antes”, detalla.
En el ámbito económico observa que antes, en la terminal de buses de Rivas había muchos vendedores ambulantes, pero esta vez casi no los había, o eran muy pocos. “Dos vendedores ambulantes en toda la terminal”, dice. Aunque había bastante gente, notó que había unos 15 módulos disponibles, pero solo tres estaban atendiendo. Todos estaban cerrados, y uno de ellos exhibía un rótulo que decía: “Se alquila”.Benjamín sintió que muchas cosas habían cambiado en el país en el casi año y medio desde que salió. “No sé, estaba como más solitario. Sentí todo más callado, con menos bulla, aunque solo estuve por poco tiempo, y eso que llegué en diciembre, cuando normalmente hay mucho más movimiento en las calles”, compara. De su visita a Granada destaca que “fue extraño ver tan vacía la Calle La Calzada. Demasiado vacía para ser una noche de jueves o viernes. No había mucho movimiento”, aunque sí guías turísticos ofreciendo paquetes para ir a las isletas, ofreciendo precios muy buenos. “Quizás porque estaba malo el negocio”, especula. “No pregunté porque no tenía planes para ir a las isletas”, aclara.
Elvira Cuadra concluye que la gente simula que está contenta, que está bien, y guarda sus críticas o sus expresiones de descontento para expresarlos en espacios de mucha confianza, “o se las quedan para sí misma pues no se atreven a expresarlas frente a otras personas, lo que crea una ficción de normalidad”.