Elecciones en Brazil: una batalla de civilización y moral
HAVANA TIMES – Civilización o barbarie, dice un lado, la batalla del bien contra el mal, según el otro. Brasil decidirá, este domingo 30 de octubre, quién será el presidente en los próximos cuatro años, pero también la naturaleza de su Estado e incluso el futuro del clima planetario.
Son elecciones excepcionales “entre dos proyectos totalmente distintos para Brasil”, destacó el izquierdista expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el candidato favorito según las encuestas, en su “Carta al Brasil de Mañana”, que divulgó el 27 de octubre.
“Uno es el país del odio, de la mentira, del hambre, de las armas y las muertes” y otros males, además de “la destrucción del Amazonia y del medio ambiente”, señaló. “Otro es el país de la esperanza, del respeto… a las mujeres, a la población negra y a la diversidad”, enumeró entre otras dimensiones positivas a las que agregó la preservación ambiental y la defensa de la democracia.
El actual gobernante, Jair Bolsonaro, líder de la extrema derecha y candidato a la reeleccióSon elecciones excepcionales “entre dos proyectos totalmente distintos para Brasil”n, desarticuló la política ambiental que había reducido la deforestación amazónica.
El consecuente aumento de la devastación amenaza llevar los mayores bosques tropicales del mundo al punto de no retorno, en que el bioma perdería sus capacidad de autosostenerse y, según los científicos, se convertiría en una inmensa sabana, con daños irreversibles y trágicos para el clima mundial.
Por eso “las elecciones presidenciales en Brasil determinarán el futuro del planeta”, según un video publicado por el diario estadounidense The New York Times en página digital el 27 de octubre.
Religión en la batalla
“La guerra es espiritual”, del bien contra el mal, definió Damares Alves, exministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos del actual gobierno y recién elegida como senadora.
La corrupción y la “degradación moral”, reflejada en un supuesto estímulo al homosexualismo, a la drogadicción y a la persecución religiosa, serían los males de la izquierda representada por Lula, asociada a los gobiernos también izquierdistas que estarían provocando la ruina económica de Argentina, Nicaragua y Venezuela.
Un gran escándalo de corrupción, iniciado en 2014 y que involucró centenares de empresarios, políticos y dirigentes de empresas estatales, como la petrolera Petrobras, resultó la prisión de Lula por 19 meses hasta noviembre de 2019, cuando el Supremo Tribunal Federal (STF) anuló la condena por ilegalidades en los juicios.
Antes, en 2005, otro escándalo ya había involucrado el gobierno de Lula en el soborno de legisladores para aprobar materias de su interés. Resultó la destitución e incluso la prisión de algunos ministros y dirigentes de su Partido de los Trabajadores (PT), pero solo afectó temporalmente la popularidad del entonces presidente.
Esa mancha es la principal dificultad que enfrenta Lula para volver a la presidencia que ejerció entre 2003 y 2010, con políticas sociales que lo convirtieron en “el padre de los pobres” y le aseguran una persistente popularidad y el favoritismo en esas elecciones.
Lula favorito en las encuestas
El Instituto Datafolha, el más respetado en los sondeos, registró 49 % de las intenciones de voto a Lula y 44 % para Bolsonaro, en la encuesta divulgada el 27 de octubre. Lo que sobra, 7 %, son votos nulos o indecisos.
Esa diferencia se mantiene desde la primera vuelta el 2 de octubre, que obtuvieron 48,43 % y 43,2 % de los votos válidos, respectivamente.
Lula aventaja principalmente en el Nordeste, la región que concentra mayor cantidad de pobres y 27 % de los 156 millones de electores brasileños, con 67 % a 28 %, entre los negros (60 % a 34 %) y entre las mujeres (52 % a 41 %).
La abrumadora mayoría en la región del Nordeste le asegura el favoritismo, aunque en desventaja en las demás regiones de Brasil, incluso en el Sudeste, la región más poblada, con 43 % del electorado y donde Bolsonaro registró 48 % de la preferencia, contra 44 % de Lula.
En términos de ingresos, el candidato del PT obtuvo 61 % de la preferencia de los más pobres, que ganan menos de dos salarios mínimos (460 dólares), contra 38 % de Bolsonaro.
El presidente obtuvo el apoyo mayoritario (60% a 32 %) en las capas medias, con ingresos entre cinco y diez salarios mínimos (1150 y 2300 dólares), y entre los más ricos. Más numerosos, los pobres que suman casi mitad de la población de 215 millones de habitantes del país favorecen el opositor.
Beneficia a Lula también la funesta gestión de la pandemia por parte del gobierno. Bolsonaro negó la gravedad de la covid-19 y boicoteó las medidas preventivas como uso de mascarillas y aislamiento social, impulsadas por los gobiernos de los estados brasileños.
Además, se opuso a las vacunas y retardó la compra de algunas, aunque en esa campaña electoral alardea haber adquirido 500 millones de dosis para promover una de los esfuerzos más masivos de vacunación.
Retroceso civilizatorio
El negacionismo en relación a la pandemia y también al cambio climático es solo una de las dimensiones del bolsonarismo como un intento de involución civilizatoria.
En la actual campaña electoral sobresale su discurso religioso, más bien un aprovechamiento de la fe. Hacen parte de la coalición bolsonarista los evangélicos, especialmente los neopentecostales que hace mucho decidieron disputar el poder político y usan sus iglesias como arma electoral, incluso para coaccionar a sus fieles.
El Estado laico, consagrado en la Constitución brasileña, perdió su validez con Bolsonaro en el poder desde el primer día de 2019. Él nombró ministros por el criterio religioso e incluso uno de los jueces del STF.
Privó los indígenas de sus derechos, al debilitar la Fundación Nacional de los Indígenas, agencia encargada de la política hacia esa población, y negarse a demarcar sus tierras reconocidas según la Constitución.
Así también los quilombolas (sobrevivientes de comunidades afrodescendientes) perdieron sus derechos constitucionales y las mujeres sufrieron retrocesos en las políticas de derechos reproductivos y de combate a la violencia de género.
Aumentaron la discriminación y las agresiones contra los negros y la población LGBT+, ante los prejuicios estimulados por el discurso y las acciones bolsonaristas.
La ciencia, la educación, los derechos humanos, seguridad alimentaria, actividades culturales y política externa son otras áreas bajo recortes presupuestarios y permanente hostilidad del gobierno y del activismo de extrema derecha.
El bolsonarismo tiene como referencia la dictadura militar que dominó Brasil de 1964 a 1985, por eso niega e intenta anular los avances civilizatorios alcanzados por la sociedad nacional en esas áreas, que considera producto del marxismo cultural, un supuesto comunismo infiltrado por intelectuales, y de la degradación moral.
Por eso en su Carta al Brasil de Mañana, Lula dedica la mayor parte de sus 13 propuestas a promesas de reconstrucción de las políticas de desarrollo económico, social, ambiental y cultural replegadas en el actual gobierno, como forma de reanudar el avance civilizatorio.
El principal objetivo es neutralizar las amenazas a la democracia que representa la extrema derecha liderada por Bolsonaro, con la fuerza movilizadora de los evangélicos. Por eso se articuló, en torno de Lula, un amplio frente democrático,
El Frente Interreligioso por Justicia y Paz, que lleva el nombre del fallecido arzobispo católico de São Paulo, cardenal Paulo Evaristo Arns, se sumó este 28 de octubre al movimiento por la democracia, con un manifiesto de representantes de todas las religiones en defensa del Estado laico, el combate a la violencia, del ambiente y la promoción de la cultura de la paz y de los derechos humanos.