El último aplauso: historias de una cuadra en cuarentena

Fotos: Ely Justiniani.

Texto y Fotos por Ely Justiniani Pérez (El Toque)

HAVANA TIMES – Cuando la llegada de la pandemia aún era reciente, como en muchos otros barrios, en mi cuadra del reparto Villa Nueva salíamos a aplaudir a los médicos a las 9 pm. Moisés sonaba un silbato, que funcionaba como alarma para el resto de la gente, pero con el tiempo las palmadas decayeron, dejamos de reunirnos en nuestros portales y el silbato también cesó.

Estábamos agotados: de las restricciones, de este virus que va para dos años. No volví a escuchar el pito hasta el día en que Aixa regresó del centro de aislamiento. Fue la primera de muchos en volver.

A finales de mayo de 2021 mi cuadra fue declarada en cuarentena. Se había convertido en una especie de campo minado, donde los casos positivos a la COVID-19 detonaban en secuencia.

Como había ocurrido ante otros brotes, las autoridades sanitarias decidieron prohibir la entrada y la salida para contener la propagación del virus. Entonces había nueve contagiados, de diecisiete que llegarían a ser.

Era sábado por la mañana cuando llegó la doctora del consultorio a informar que a las cinco de la tarde de ese día «cerrarían la cuadra». Pidió que gestionáramos lo necesario, porque no se sabía cuánto duraría la cuarentena.

Mi primer pensamiento no fue si estaba o no contagiada. Me preocupaba más qué comer, cómo sobrevivir. Salí a buscar provisiones como si fuera a enfrentar una guerra, mientras me preguntaba cómo lograría obtener lo necesario para permanecer mucho tiempo encerrada.

Aquí vivimos al día y no siempre se consigue lo necesario: se requiere, además de dinero, tiempo, paciencia, disposición a caminar, hacer una cola aquí, otra allá, «resolver» por aquí o por allá. Ese era el desafío que tenía delante un sábado a las once de la mañana, con la presión de tener que estar lista para el encierro a las cinco de la tarde.

Reuní lo que pude. Así también mis vecinos, quienes se quejaban por esta razón con las autoridades. Nos calmaron, no debíamos preocuparnos; dijeron que estaban «las condiciones creadas para estos casos» y que a nadie le faltaría el alimento.

Esa noche el Canal Habana mostró un reportaje sobre otra comunidad en cuarentena. Los vecinos agradecían las gestiones del Gobierno municipal, que había colocado puntos de venta en el área a precios asequibles, donde podía verse carne, frutas, vegetales y confituras. Mi teléfono empezó a sonar, era una amiga del barrio para comentarme su alivio después de ver aquello.

—Claro que sí, a lo mejor hasta volvemos a probar un chocolate —bromeé.

Enseguida comenzaron los chistes a cruzar los portales: «Si la cosa va a ser así, que nos tranquen pa’ rato». Preferí no transmitir mi desconfianza ni mis sospechas de que aquellas «maravillosas» cuarentenas solo ocurrían frente a las cámaras del noticiero. No hizo falta: todos lo comprobaríamos después.

Los primeros días

A las cinco de la tarde llegó una comitiva a «instaurar la cuarentena»: una representante del Gobierno provincial, uno de la Dirección municipal de Salud Pública y miembros del personal del policlínico cumplían la encomienda de colocar una cinta amarilla en cada extremo de la cuadra frente a los ojos curiosos de algunos vecinos. «No perdemos la solemnidad», comentó alguien cerca de mí.

Fue colocada una guardia policial en una de las esquinas, durante las 24 horas del día, y se designó un «mensajero» de otro barrio para que trajera a diario el pan, los productos de la canasta básica y algún paquete de viandas, frutas o picadillo que vendieron durante los cinco primeros días, de los veintidós que estuvimos en aislamiento.

En La Habana suele aplicarse esta medida cuando se confirma el contagio de más de diez vecinos, sean o no de una misma familia. Según indican los protocolos establecidos por la Dirección provincial de Salud Pública de La Habana, la medida se extiende hasta diez días después de que la última persona resulte positiva, aunque no en todos los territorios es igual.

En algunos lugares varía el número de personas a partir del cual se define el cierre, en otros se decreta en cuarentena la manzana entera, o dos cuadras consecutivas. También pueden haber cierres con menos de diez personas enfermas, si el índice de contagio es elevado.

Al sexto día nos realizaron un test PCR, que se aplica durante la primera semana de encierro a cada miembro de la comunidad para identificar contagios. Los resultados casi siempre son informados por el personal del consultorio del área, o vía telefónica, a través del número 18826, una plataforma automatizada en la cual se puede conocer el estado de un test tras insertar el número de identidad propio.

La vacunación

El día 15 de nuestro encierro coincidió con la fecha en que nos correspondía la primera dosis de la vacuna cubana. Quienes resultamos negativos en el PCR anterior y no habíamos sido contagiados, pedimos a los doctores del área que no se postergara el proceso. Accedieron y, ante la imposibilidad de salir de la cuadra, el equipo médico llevó Abdala hasta nosotros.

A las 8 de la mañana del 5 de junio estaba el barrio de pie, sacando asientos a los portales para esperar al personal médico, que pasaría casa por casa a tomar la presión arterial antes de aplicar las vacunas. Las reacciones de los vecinos iban desde quien pedía que lo dejaran de último, para saber si dolía o no y retrasar su momento, hasta el que bromeaba con que nos estaban inyectando «cocimiento de romerillo».

El «cocimiento», tiempo después, resultó tener más de 92 % de eficacia. Luego de aquella primera dosis nadie en el barrio tuvo reacciones adversas. Uno de los doctores se mantuvo cerca por más de media hora para verificar que así fuera. Los despedimos con agradecimiento por haber llegado hasta nosotros, y por la buena mano de la enfermera, que hizo pasar inadvertido el pinchazo.

Solo faltaron por vacunarse quienes se encontraban en los centros de aislamiento, o los que habían padecido el virus en algún momento.

Según explicó el personal médico del consultorio de la zona, la base del funcionamiento de la vacuna Abdala es la administración de cierta carga viral al organismo, para que este pueda crear anticuerpos contra la enfermedad. Al contagiarse con el virus, la persona recibe esa carga viral y, por tanto, no debe recibir ninguna dosis de la vacuna hasta pasados más de cuarenta días.

A las personas que estuvieron contagiadas en algún momento se les interrumpe el ciclo de la vacuna Abdala, y pasado cierto tiempo se le administra la Soberana Plus, que se considera más efectiva para estos casos.

Los aplausos

Mi cuadra llegó a 17 personas contagiadas, miembros de tres familias que se contagiaron del virus por distintas vías, sin aparente relación entre sí. En la mayoría de los casos no hubo grandes negligencias: no hubo fiesta ni aglomeración de personas, salvo a la que pudieron estar expuestos en sus trabajos, el transporte público o la multitud frente a los mercados para comprar productos de aseo o alimentos.

El primero en ver a cualquiera de los que regresaba del centro de aislamiento comenzaba a aplaudir, y salíamos todos, con el mismo entusiasmo de los primeros días. Regresó el silbato de Moisés. Daba alegría el retorno de alguien sano y salvo.

Cada caso era distinto, pero a su modo preocupante: Maykol, de solo 3 años, se contagió junto a sus padres; Dely y su bebita de apenas semanas de nacida; Aixza, que padece de diabetes; Teresa, quien pasa los 60 años de edad. La mayoría, por fortuna, salió sin secuelas y no tuvo más síntoma que un catarro leve; pero no todos los casos corrieron la misma suerte.

Sarahí tenía alrededor de cinco meses de embarazo cuando se contagió. Las dificultades para respirar no tardaron en aparecer y muy pronto fue catalogada como caso «de cuidado». La falta de oxígeno persistió por varias semanas, al punto de que los médicos pusieron una fecha límite para su mejoría: si no se recuperaba en ese margen de tiempo, tendrían que interrumpir el embarazo. No sé si fueron los rezos de sus amigos y su esposo o la voluntad de Sarahí de aferrarse a su criatura, pero poco a poco comenzó a mejorar y a responder al tratamiento.

Fue una de las primeras en irse y de las últimas en regresar. Fue quien más nos asustó y preocupó. Fue una de las que más aplausos recibió, junto a un enorme cartel de bienvenida que su pequeña de ocho años ayudó a preparar.

El aplauso final llegó el día 22 de nuestro encierro, tras alegrías, preocupaciones, gratitud por las atenciones, disgusto por algún maltrato o desinformación, tras muestras de solidaridad entre vecinos y noches de hablar de portal a portal, y de sobrellevar con intensos debates el estrés o el aburrimiento.

Por casi un mes mi barrio fue mi pequeño país, mi único terreno accesible dentro de una ciudad y una isla que viven aún en cuarentena. Espero no tener que pasar de nuevo por una experiencia similar, pero me alegra haberla compartido con gente buena, con los mejores compañeros de aislamiento que pude desear.

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