El puntillazo que faltaba: el Parqueo
Fotos y Texto por Néster Núñez (Joven Cuba)
HAVANA TIMES – La manta, la sobrecama viejita o la estera de yoga, sostenida por las manos de la madre, se despliega en el aire unos segundos antes de caer extendida sobre el asfalto. Entonces los niños saltan adentro con la emoción de haber subido a una alfombra voladora. Desde su lugar en la nave observan a los otros que van llegando, saludan a aquel amiguito de la escuela o del barrio y se comen las palomitas de maíz que les adelanta la madre. Permanecerán en el mismo lugar durante dos horas, pero su viaje fantástico comenzó un rato antes, cuando supieron que hoy también irían a ver una peli al parqueo.
Están en La Habana, en el lugar llamado La Puntilla, muy cercanos al mar. A sus espaldas hay un edificio destruido que es un poema para la vista, uno doloroso, de despedidas y de ocaso. El diente de perro, la arenga política en aquel muro, el salitre en el ambiente y las muchas personas, la mayoría gente joven, que llegan y ocupan los pocos espacios vacíos. Vienen en bici, en patines, en motos eléctricas o caminando solos o en grupo. Veo el abrazo efusivo y las sonrisas en todos. Uno que habla por teléfono dice a modo de saludo: “Parquéate, el mío”.
Se reúnen, supuestamente, para disfrutar del arte, de la magia del cine a cielo abierto, pero desde atrás no se escucha el audio de la peli y, por muy estoicos que sean, no deja de ser incómodo estar sentados mínimo dos horas en el suelo. Así que hay algo más. Quizás los empodere revertir el uso habitual del parqueo o apoderarse del espacio baldío circundante. Viéndolos, recuerdo a los universitarios en el parque de Las Arcadas de Santa Clara, o en El Mejunje, reunidos alrededor de una guitarra los días de trova del Festival Longina. Es algo similar a cuando las hordas de frikis y de emos invadían la avenida G, en el Vedado habanero.
El niño mete la mano bajo la manta y quita una piedrecita que le pinchaba la espalda. Su hermana recostó la cabeza en las piernas de la madre. Con el papá conversaron hace un rato, vía WhatsApp. Le dijeron que hoy pondrían Moana y le volvieron a decir que sí, que estaban felices. Él les dijo que cuando llegaran los iba a llevar a un cine de verdad y la madre le dijo bajito, para que los niños no escucharan: “Me conformo con que estuvieras aquí ahora, aunque sea el rato que dura la peli”. Después proyectaron el logo de los estudios de animación de Walt Disney en la pared del edificio y tuvieron que cortar: “Te llamo luego”. “Mándame fotos, por favor. Cuídalos y cuídate. Te beso”.
Ir al Parqueo está de moda, es chic, es chulo, da likes y corazoncitos rojos a las fotos que publicas en los perfiles de Instagram y Facebook, y eso atrae, aglutina. Pero el sentimiento de hermandad, la cofradía manifiesta entre los presentes, es más profunda que eso. Además de un escape a la dura realidad cotidiana, que también, quizá sea una forma de resistencia, de oponerse a la comercialización excesiva de todo, al precio imparable del dólar, a la escasez de opciones culturales donde compartir con los amigos y familiares, a la soledad y a las diferencias entre el que tiene o no tiene dinero. Llegar al Parqueo, cualquiera sea la peli que proyecten, es alimentar el espíritu por un buen rato.
Hay que agradecer a los creadores de este proyecto, y seguir su ejemplo. Ojalá que otras iniciativas logren expandir la experiencia, sobre todo en los barrios humildes y marginados de todo el país.
Cuando la peli se acaba, la niña permanece acostada, con la cabeza sobre las piernas de la madre. Ahora mira las estrellas. Tal vez esté pensando en el modo de proyectar una peli en el cielo, y que todos los niños de Cuba salgan a los patios, a las azoteas, a disfrutar como ella. Es algo que se merecen.
Esta es la parte de Cuba que más disfruto, el cómo mediante iniciativas el mundo se une, aunque sea para ver una película en un entorno que no es el más cómodo posible, pero si es de los mejores que puedes tener. El vivir este tipo de felicidades es más que refrescante. Amo este tipo de proyectos y también me encantó la forma tan poética que tuvo la narración de este artículo