El libro del período especial: es mejor olvidar

Por Glenda Boza Ibarra  (El Toque)

Foto: Jessica Domínguez

HAVANA TIMES – La pizza con condones en lugar de queso, el picadillo de cáscara de plátano, el fricasé de gato y el bistec de frazada de piso, son algunas de las recetas y engaños que trascendieron en el período especial. Aunque algunas nunca fueron reales y solo se hicieron famosas como bromas de la gente, muchas de esas experiencias estrambóticas sí existieron y están publicadas.

elTOQUE encontró el libro que recoge algunas de las soluciones que permitieron a los cubanos sobreponerse a esa profunda crisis. Unas —vistas hoy— son tan simpáticas que recuerdan aquella canción de Tony Ávila cuyo estribillo reza: “Lo que el cubano inventó en los 90, no lo inventa un japonés ni apura’o”. Sin embargo, también demuestran la desesperación de la gente ante la escasez de casi todo, un trauma que ha sido muy difícil superar para quienes lo vivieron.

El libro del período especial

Con nuestros propios esfuerzos —Editorial Verde Olivo, 1992— es una compilación de inventivas cubanas ante la crisis, tras la disolución de la URSS.

Dividido en varios capítulos y con casi 300 páginas, agrupa las más de mil experiencias que se aplicaron en la agricultura, la cría de animales, los servicios a la población, el sector energético, las viviendas, los materiales de la construcción, la artesanía y juguetería, la educación, la cultura, el deporte y la defensa militar.

“Lamentablemente, no todos los municipios enviaron sus experiencias y no todas las fichas que recibió la Editora describían correctamente el objeto de la experiencia. En otros casos se limitaban a argumentar su importancia, sin ofrecer los datos necesarios para su generalización”, explican en la nota al lector.

De acuerdo con la explicación inicial, la recopilación no profundizó en confirmaciones científicas, sino en el valor de su uso en la práctica. Fue una obra editada con premura para que esas alternativas se extendieran a todas las provincias y constituyeran una solución para múltiples problemas. Pero no es una compilación de soluciones mágicas.

Vivirlo no es igual que hacer el cuento

Según las invenciones seleccionadas en el texto para hacer frente a la crisis de aquel período, 1992 tiene muchas similitudes con 2020. Las recetas de champú, cremas suavizadoras y acondicionadoras, decoloraciones, jabones, etc., son rescatadas por quienes más se ven afectados ante el desabastecimiento de artículos de aseo en la actualidad.

Entre los productos más llamativos sobresale el talco de cáscara de huevo. También, el uso de la penca del maguey para jabones, detergentes y estropajos. Igualmente, la fabricación de quitaesmalte con alcohol y brillo, y la loción anticaspa con hiel de vaca.

También aparecen alternativas ante la falta de medicamentos e insumos médicos, que van desde el uso de la fibra de agave o henequén para suturas quirúrgicas hasta la utilización de la jalea de sábila para los ultrasonidos. Aunque pareciera difícil de creer, estas soluciones existieron y están publicadas.

Se perdió dos tercios de la capacidad importadora

Un dato que ilustra la profunda crisis de aquellos años se refleja en la capacidad importadora de Cuba. Esta se redujo de unos 8 mil 200 millones de pesos en 1989 a 2.700 en 1992 —el primer año duro del período especial, aunque lo peor llegó después—.

Quizás por ello otras innovaciones como los muebles fabricados a base de cajas de televisores desechados, las hornillas con recortería de metales y los fogones economizadores de carbón, demuestran la creatividad de los cubanos… y también su desesperación. Pero, en la mayoría de los casos, estas iniciativas son más paliativos que soluciones.

Aunque han pasado 28 años de aquellas propuestas, muchas trascendieron el tiempo y la escasez, algunas quedaron en el olvido y otras todavía se aplican hoy. Productos retratados en el libro —espumaderas, aparatos para hacer tostones, juntas de olla de presión hechas de suiza, morteros o percheros de alambre— es posible encontrarlos todavía en muchas cocinas cubanas —de personas con bajos ingresos fundamentalmente— o entre las comercializaciones de trabajadores por cuenta propia.

Llama la atención en Con nuestros propios esfuerzos que muchas de las iniciativas son procedentes de zonas rurales del centro-oriente del país.

Quizás por ello es posible encontrar en la compilación fórmulas para construir viviendas rústicas de tabla, bambú, barro y madera o de bloques hechos de la cáscara de arroz. Claro, probablemente ninguna de estas casas sobreviviría un ciclón. Pero siguen siendo las viviendas de mucha gente pobre, especialmente, agrupada en barrios ilegales o asentamientos intrincados.

Dejavu alimenticio

Hace poco en las redes sociales fueron motivo de indignación y burla las declaraciones del ministro de la Agricultura sobre el uso de las tripas para la alimentación, la cría de “gallinas decrépitas”. Igualmente fue rechazada la invitación del periódico Tribuna a “apreciar” las propiedades de la cáscara de plátano.

A estas bromas pueden sumarse las anteriores relacionadas con el consumo de la moringa o la cría de avestruces, cocodrilos y jutías para elaborar platos suculentos. Aunque ninguna de esas sugerencias carece totalmente de sentido, sí rozan la insensibilidad. Sobre todo, en un país donde desde hace más de un año la gente sortea colas y altos precios para poner un plato de comida en sus mesas. La misma nación donde la alimentación es un asunto de Seguridad Nacional.

La crisis alimentaria de los años del período especial tuvo algunas de sus consecuencias en el aumento de los índices de desnutrición y el inicio de la neuropatía epidémica cubana —en su forma óptica—, una condición relacionada con trastornos nutricionales.

Comiendo lo que haya

Los cubanos tuvieron que comer lo que hubiera. En el manual de Verde Olivo, algunas experiencias están relacionadas con el aprovechamiento cárnico de los subproductos —orejas, tráquea, esófago, recortes de tripas, bembos (sí, bembos), tendones y otros que antes eran desechados— y que se pueden usar en la fabricación de croquetas, morcillas caseras y hamburguesas o “conformados” como suelen llamarle algunos cuadros.

Aunque el uso de las vísceras sigue siendo un asunto que —a pesar de los memes— no da gracia, las experiencias recientes relatadas entre madres y grupos de redes sociales denotan que hay mucha gente metiéndole mano a lo que encuentra y retomando algunos de esos preparados para alimentar a su familia.

Sin embargo, ni el uso alimenticio de “los desechos cárnicos” ni las plantas comestibles son soluciones mágicas para enfrentar el complejo escenario de los últimos años.

Las mejoras en la alimentación cubana solo serán posible con un aumento de la producción agrícola e industrial, la diversificación de la economía y la disminución de las importaciones. La liberación de las fuerzas productivas y la eliminación de trabas y trámites burocráticos a quienes quieran producir, también son ineludibles.

Foto: Sadiel Mederos

Período que nadie quiere repetir

Un meme popular en las redes sociales expone la frase: “Queremos que los jóvenes que no lo vivieron también tengan su período especial”. El meme data de hace un año, cuando comenzó la coyuntura por la escasez de combustible.

En aquel momento, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel aclaró que Cuba no estaba en un nuevo período especial. No obstante, en su comparecencia televisiva en septiembre de 2019, el mandatario cubano hizo un llamado a “desempolvar” medidas aplicadas durante la crisis económica de inicios de la década del 90 del siglo pasado y que “en su momento resultaron útiles y también pueden serlo ahora”.

Un año después de las declaraciones del mandatario cubano, la situación de Cuba es aún más difícil. Las causas principales están dadas por la crisis causada por la pandemia de COVID-19. También, el recrudecimiento de las sanciones de EEUU; la caída del turismo, las exportaciones e importaciones, y la ineficiente gestión en varios sectores de la economía nacional.

Aunque el duro recuerdo del período especial continúa recorriendo la Isla como un fantasma, la ausencia de apagones y otras condiciones más complejas de aquellos años todavía no califican a esta etapa con aquel eufemismo de los 90.

Un texto curioso y triste

Sin embargo, la situación crónica de desabastecimiento trae a menudo los recuerdos de aquellos años. Con nuestros propios esfuerzos, más que un manual de autoayuda, es el valor testimonial de cuánto tuvo que hacer la gente para sobrevivir. Es un texto que se lee con curiosidad… y con tristeza.

La solución cubana a evitar un regreso al período especial no es asumir la escasez como una filosofía de vida. Tampoco retomar alternativas para paliar crisis que se nos hacen cíclicas. El país necesita transformaciones que apuesten realmente por la soberanía que tanto se menciona en discursos y arengas.

Es preciso hacer más y decir menos, para que los cambios no ocurran a una velocidad inesperadamente lenta, como ha reconocido recientemente el ministro de Economía Alejandro Gil, al referirse a la flexibilización de la exportación e importación.

Para los lectores más jóvenes muchas de las experiencias de Con nuestros propios esfuerzos pueden resultar graciosas y hasta motivo de burla, pero son el reflejo de la desesperada situación que vivimos en la década del 90 del siglo pasado y la resiliencia de los cubanos. Esos cubanos, que no tuvimos más opción que ingeniárnosla para sobrevivir… y nos las ingeniamos todavía para hacerlo hoy.

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