El juicio de Ktivo Disidente o el peso de la mano represiva

Por Eloy Viera Cañive (El Toque)

HAVANA TIMES – El inicio del juicio contra Carlos Ernesto Díaz González (conocido como Ktivo Disidente) estaba programado para el 29 de noviembre en el juzgado en Cienfuegos. Siete meses atrás (28 de abril), Ktivo había subido a un muro en el céntrico bulevar de San Rafael, La Habana. Desde allí interpeló a la gente, invitó a pensar y a actuar con civismo, pidió el fin de la dictadura y libertad para los presos políticos. En ese lugar, un año antes, detenían a Luis Robles cuando reclamaba de manera pacífica la excarcelación del rapero Denis Solís y el fin de la represión en Cuba.

Ktivo Disidente ha estado preso desde que bajó del muro en el bulevar de San Rafael. Primero, en La Habana, y luego en su ciudad natal y de residencia, Cienfuegos.

La Fiscalía sostiene que subirse en un muro y decir lo que cada cual sienta contra los gobernantes y el modelo político del país puede ser constitutivo de dos delitos: desacato y desobediencia. 

El hecho de que Ktivo sea acusado de desacato y desobediencia complica la denuncia sobre su caso. Las sanciones concebidas para ambos delitos no superan los tres años de privación de libertad. Por ende, en el proceso mediante el cual será juzgado Carlos Ernesto, la Fiscalía no tiene que emitir Conclusiones Provisionales (documento en el que se consignan por escrito los hechos que, en teoría, cometió el acusado y las pruebas con las que cuenta para demostrarlo). 

En Cuba las Conclusiones Provisionales son utilizadas por los defensores de derechos humanos como un instrumento para demostrar la barbarie detrás del razonamiento punitivo y como prueba de la complicidad del funcionariado con las violaciones de derechos humanos. Pero en el caso de Ktivo (como en el de muchos presos políticos que han sido juzgados mediante lo que otrora se conociera como procedimiento sumario) ha primado el secreto. 

Ktivo Disidente será juzgado sin la mirada atenta de la prensa extranjera que tampoco ha llegado a los juicios de los manifestantes del 11J que han sido juzgados en días recientes en La Habana. Será juzgado, además, en una ciudad pequeña, en la cual la capacidad de reprimir en las sombras se multiplica.  

Carlos Ernesto ha enfrentado varios problemas tras su detención. Desde la prisión ha denunciado golpizas, malos tratos y vejaciones. Sus denuncias no han sido ni recepcionadas por las autoridades ni investigadas. Al contrario, la intransigencia de Carlos Ernesto, que se ha reflejado en la negativa de utilizar el uniforme de recluso y en «plantarse», ha provocado que a los cargos de desobediencia y desacato también se le sumara en algún momento el de atentado.

Ktivo estuvo acusado de agredir a una autoridad dentro de la prisión en la que fue golpeado salvajemente. El delito parecía cumplir con el único objetivo de justificar la golpiza; pero, de tan burdo, no pudo ser sostenido. La Fiscalía prefirió utilizar las posibilidades que le confiere la nueva Ley del Proceso Penal y resolver la acusación mediante la aplicación del principio de oportunidad. De esa manera, no tendría que ventilar el hecho en un juicio que siempre puede convertirse en una tribuna pública para la denuncia.

En cualquier caso, no es relevante cómo se nombren los delitos por los que juzguen a Ktivo Disidente. Ktivo no es un criminal, es la víctima de un Estado totalitario que no tolera el disenso y del silencio con el que esa represión se produce. 

Nadie que se suba en un muro para dialogar e incitar a otros a pensar debiera ser criminalizado. Incitar a otros a actuar, a seguir conductas o proyectos es hacer política. Nadie debería ser criminalizado por hacer política. Solo en países en los que la política es patrimonio de una casta y de un Partido, personas como Ktivo sufren prisión.

Muchos se preguntan si Carlos Ernesto está loco. Quienes así piensan lo hacen motivados por la creencia de que solo un demente enfrentaría, como lo hizo Kativo, a un sistema que ha dado muestras de que tiene el poder de barrer con todo y con quienes se le opongan.

Pero Carlos Ernesto es lo más parecido a un ciudadano cuerdo y normal. Un ciudadano que actúa de manera coherente en una sociedad de incoherencias y doble moral. Por ello, termina siendo percibido por muchos como loco. La «locura» de Carlos Ernesto es la manifestación más clara de quien se siente libre aunque viva en totalitarismo.

El juicio que enfrentará Ktivo es un mero trámite para legitimar el sufrimiento que el poder le ha causado por su irreverencia. Ello hace más imprescindible que se atienda lo que sucede con él y con otros centenares de presos políticos, quienes se pierden en la oscuridad de las cárceles cubanas. 

Presos que, para quienes se sientan a negociar salidas políticas para sus agendas personales o partidistas, son solo un número. Uno que se puede colocar o eliminar de la mesa con facilidad, así como el totalitarismo cubano se traga y desaparece a quienes se le oponen.

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