El deporte es política

Yusimi Rodriguez

Ante mi entusiasmo, mi amigo solamente dijo: “Deberían darle una medalla a los dos equipos e incluso pagarles porque lograron quitarle protagonismo hasta a las Damas de Blanco.”

HAVANA TIMES, 16 abril — La semana pasada leí el diario de la colega Irina, “Enajenados por el baseball,” y, a pesar de ser una de las enajenadas (no me perdí un strike), sentí que estaba de acuerdo con lo que ella escribió.

De hecho, hubiera podido agregar algo que me dijo un conocido que visité al día siguiente del último juego.  Yo venía de lo más contenta y con tremendas ganas de hablar de pelota, no solo porque hubiera ganado Industriales, sino porque fue uno de los mejores juegos de pelota que he visto. Ante mi entusiasmo, mi amigo solamente dijo: “Deberían darle una medalla a los dos equipos e incluso pagarles porque lograron quitarle protagonismo hasta a las Damas de Blanco.”

Sí, a nadie le quepa duda de que el deporte es espectáculo, entretenimiento y también política.  Se dice que durante los juegos olímpicos de 1936 en Berlín, Hitler pretendió demostrar la superioridad de la raza aria a través del deporte y que quedó desmoralizado cuando el afro-norteamericano Jesse Owens conquistó cuatro medallas de oro en atletismo y derrotó a los alemanes.  (Otras versiones dicen que Hitler no se sintió humillado por el atleta negro, y que Owens fue tratado con más racismo en su propia tierra que en Alemania).

Cuando los atletas cubanos enfrentan a los de cualquier país capitalista (principalmente Estados Unidos, y más aún si el deporte es baseball) no se trata de un simple evento deportivo.  Es el enfrentamiento del deporte socialista contra el deporte capitalista.  Es el deporte de un país subdesarrollado y bloqueado, de once millones de habitantes, con escasos recursos, dónde el deporte es derecho del pueblo, contra el de países ricos de mayor número de habitantes y superior desarrollo económico y tecnológico.

En el Clásico Mundial de Baseball, se trata del deporte amateur, socialista y revolucionario contra el deporte rentado que genera el doping y la compraventa de atletas.  Cuando un pelotero o boxeador cubano decide pasar al profesionalismo, y por tanto practicar su deporte en otro país ya que en Cuba no existe el deporte profesional, esa persona es alguien que desertó, que traicionó a su patria y a su pueblo.

Del otro lado se convierte también automáticamente en un instrumento con el que atacar al gobierno cubano.

En cuanto al deporte profesional en Cuba, conozco personas que opinan que lo único que diferencia a un deportista de aquí, de los profesionales de otros países, son los ingresos, porque aquí también los deportistas de alto rendimiento viven para y del deporte.  Nuestros deportistas son soldados, se reconocen herederos de la estirpe de Maceo y Camilo, y cuando regresan (si regresan), victoriosos o no, reciben la simbólica medalla de la dignidad.

Sí, el deporte también es político y Nelson Mandela lo sabía bien.  Hace poco vi en el cine la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por ese monstruo de la actuación que es Morgan Freeman, interpretando al presidente sudafricano Nelson Mandela.

La película pudo haber sido sobre su lucha, el encarcelamiento, las penurias de esos veintisiete años en prisión, y terminar con su llegada al poder. Pero el director prefirió arrancar con lo que pudo haber sido el final para centrarse en la lucha del presidente por eliminar el odio entre negros y blancos en su país, y construir una nación.

Porque llegar al poder es difícil, ya sea por la vía de las armas o a través de elecciones, pero más difícil aún es hacer un uso sabio y justo de ese poder.  La línea que separa a un líder de un dictador es muy fina.  En eso pudo haberse convertido Mandela si hubiera arremetido contra las personas blancas de Sudáfrica y los hubiera despojado de sus derechos (como ellos habían hecho con él y toda la población negra).

¿Qué hubiera sucedido en Sudáfrica si Mandela se hubiera dejado llevar por deseos de venganza?  El eligió el camino más difícil: perdonar y buscar la unidad en su país. Para eso recurrió al deporte.

Parafraseando a mi amiga Irina, la película podría haberse llamado Enajenados por el rugby, porque gradualmente los sudafricanos (negros y blancos) se olvidan de todos sus problemas, no solo la violencia y el odio, sino la pobreza, la escasez y los altos precios, para concentrarse en la copa mundial de ese deporte.

Poco a poco lo que parece imposible se vuelve posible: que Sudáfrica llegue a la final y obtenga el título; que blancos y negros dejen a un lado el odio y encuentren un objetivo común que los una; que puedan abrazarse al final.

No soy tan ingenua como para pensar que con el final feliz de la película se acabaron todos los problemas de Sudáfrica, sin embargo salí del cine sintiéndome optimista, como supongo que esperaba el director.  De todas formas sigo pensando que el deporte es política, pero creo que a veces, como en el caso de Sudáfrica, eso puede ser bueno.