El delito de la Navidad en Cuba

Por Leonardo M. Fernández Otaño (El Toque)

HAVANA TIMES – La Navidad fue una de las fiestas religiosas que, durante el clímax del Estado totalitario en Cuba, fue suprimida del espacio público en 1969. La confrontación con la Iglesia Católica se había iniciado a finales de 1959, recrudeciéndose con la expropiación de los colegios católicos, los fusilamientos sin el debido proceso y las suspensiones de las procesiones religiosas.

La Navidad era una de las festividades más arraigadas en el imaginario popular cubano, pero con la estalinización de la sociedad, la migración, la Ofensiva Revolucionaria y la excusa de la zafra de 1970 se pospuso su celebración. Luego, se traspasó la significación de las fiestas religiosas a las conmemoraciones políticas asociadas al ciclo revolucionario, como el 26 de julio y el primero de enero.

La celebración de la Navidad quedó reducida al interior de los templos cristianos y las familias, que a un alto costo social mantuvieron su fe. La situación se agudizó aún más con la proclamación del ateísmo de Estado en la Constitución de 1976, pues se reforzó la criminalización política sobre el hecho religioso. Centenares de hogares católicos mantuvieron la conmemoración sacra, a pesar de ser señalados como reductos del pasado burgués, el cual no tenía cabida en el proyecto del hombre nuevo.

Carlos Amador, laico católico residente en Bayamo, ha accedido a compartir sus vivencias durante las décadas de persecución religiosa. Según Carlos, su padre, un año después de desaparecer los adornos navideños de los comercios, propuso a la familia armar un “arbolito con todas las de la ley”. Carlos cuenta que su experiencia personal se ceñía a confeccionar el árbol y el pesebre de su parroquia. La cuestión se complicaba porque su progenitor aspiraba a decorar con ornamentos que no existían en el país.

Pero la familia Amador demostró la resiliencia y el ingenio que caracterizó a los hogares católicos durante el período. Su padre buscó una planta seca y la pintó de blanco. Después, con listones de latas de leche condensada le dio forma a distintas siluetas que decoraron el arbusto. El ingenio se repitió en numerosas casas cristinas que mantuvieron viva su tradición de celebrar la cena de Nochebuena, asistir a la Misa del Gallo y hacer pequeños regalos a sus hijos el día de los Reyes Magos.

Una nueva época inició con los preparativos de la visita del papa Juan Pablo II a lo largo de 1997. Una de las condiciones que solicitó la Santa Sede al Gobierno cubano fue la de rehabilitar el 25 de diciembre como feriado nacional. La década de los noventa se caracterizó por el aumento y visibilidad de la feligresía católica como producto de la crisis tras la caída de los socialismos en la URSS y Europa del Este. La crisis obligó al régimen isleño a impulsar acciones de apertura política. En la reforma constitucional de 1992 se eliminó el ateísmo y se reconoció la laicidad del Estado.

La apertura religiosa trajo consigo una diversificación de la feligresía católica en el país: laicos alejados por los efectos de la persecución, personas convertidas en el contexto de la crisis y nuevos practicantes nacidos después de 1959. Pero el restablecimiento público de la Navidad trajo consigo un fenómeno desconocido para las nuevas generaciones de cubanos, aparecían en las tiendas recaudadoras de divisas los adornos de navidad: guirnaldas, rabos de gatos, borlas y árboles.

A la vez, numerosos ciudadanos, entre ellos católicos, dieron rienda suelta a su capacidad creativa. Desde el inicio de la década de los noventa se dedicaron a la confección de árboles de Navidad y pesebres con materiales reciclables y artesanales, usando yeso y antiguos moldes. Asela Lemus fue una de las mujeres católicas que se dedicó a confeccionar pequeños arbustos caseros para vender o regalar a sus amigos.

Lemus relata: “en ese tiempo la gente casi no celebraba la Navidad, a mi esposo Jorge y a mí se nos ocurrió que podíamos hacer nuestro arbolito. Entonces hicimos uno pequeñito de modo artesanal (que luego nos sirvió de modelo) y conseguimos también un belén pequeño”. Al año siguiente, a Asela se le ocurrió que podía hacer unos cuantos para regalar a varios amigos. «En esa ocasión pasamos bastante dificultades porque eran totalmente artesanales. En la Navidad posterior perfeccionamos la técnica y llegamos a hacer cien arbolitos cada año. Así estuvimos un quinquenio hasta que en 1998 empezaron a venderlos en el shopping y ahí nos fue imposible competir», agrega.

La experiencia de Asela y su esposo es la evidencia de cómo la Navidad se fue reasentando en un segmento de la ciudadanía, que ante la caída de los metarrelatos o la posibilidad legal de exteriorizar su fe socializaron los signos religiosos que identificaban a la festividad con sus entornos afectivos.

Después de 1998, la Navidad se hizo cada vez más presente en la vida de los hogares cubanos. Si bien no recobró la expansión social de otras épocas, numerosas familias (ya fuera por el consumo de televisoras extranjeras, motivaciones religiosas o por el aumento de la interrelación con la diáspora) hicieron presente la fiesta en sus festejos por el cierre del año.

Se volvía a celebrar así una festividad arrancada por el totalitarismo. El regreso festivo tomó nuevas expresiones y dio rienda suelta a la creatividad de los cubanos.

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