El canal de Paso Malo: la frontera

Fotos: Néster Núñez

Texto y fotos por Néster Núñez

HAVANA TIMES – El canal de Paso Malo siempre fue para mí la frontera entre la vida real y las vacaciones. El viaje comenzaba 32 kilómetros atrás, y las emociones aumentaban según pasábamos los cocoteros y las casuarinas sembrados a la orilla de la carretera. Las lagunas pantanosas del Faro de Maya y el barco encallado en la costa, el Río Damují, le daban a la aventura un cierto tono místico. Después venía el hotel Oasis, el cartel de «Bienvenido a Varadero», la Dársena, el aeropuerto viejo; pero sentíamos que la verdadera diversión comenzaba solo al cruzar el puente levadizo, como le llamábamos.

Una única vez vimos el puente levantado. Por el canal navegaba un velero, cuyo mástil sobrepasaba la altura de la vía. Mientras esperábamos, mi mente infantil mezcló el espectáculo de la ingeniería con ideas catastróficas de accidentes y derrumbes, de piratas caribeños y ciudades fortificadas, de increíbles mundos que debían ser conquistados.

A la par de la imaginación, en aquel entonces todo fluía más fácil: no había que proponerse olvidar la realidad dejada en casa. No éramos conscientes de lo que hacían nuestros padres para poder llevar la olla de arroz amarillo con calamares que comíamos en platos plásticos a la sombra del puente. No había tantos turistas y hoteles. La diferencia entre los cubanos no era tan abismal como ahora.

Varias décadas después, viendo la bandera cubana ondear en un extremo y a los muchachos lanzarse de cabeza al agua, pienso que la responsabilidad de hacerse adulto, duele. De inmediato me obligo a recordar que se trata de mis vacaciones. Que estoy con mi hija. Que ya crucé la frontera. Que puedo darme el lujo de verlo todo color Varadero.

Es cuando descubro a la señora sentada sobre una cubeta, pescando sola, absorta en la pita, esperando la picada del peje. Me atrevo a romper el silencio. Ella permite que le haga unas fotos. También pregunto algo.

“Me llamo Caridad”, responde.  “A veces se coge algo, sí. No lo hago por necesidad, sino para entretenerme. Llego a eso de las cinco y me voy antes de que caiga la noche. Hasta la semana pasada venía con una amiga que sí lleva muchísimos años pescando; pero ahora tiene un brazo fracturado. Son las cosas de la edad, imagínate. Aunque ella es mucho más joven que yo, solo tiene setenta”.

Caridad recoge la pita. El pedazo de calamar que sirve de carnada sigue intacto en el anzuelo. Me pide que me aparte un poco para lanzarlo nuevamente. La bolsa plástica hace ese sonido típico, la parábola, y cae más allá de la mitad del canal.

“¿Qué edad tú me tiras?” pregunta, pero no me da tiempo a responderle. Pues son 82 ya cumplidos.

Siguen minutos de silencio. Veo las arrugas en la piel de su cara, su mano firme, su actitud calmada de señora octogenaria que nos da una lección de vida: todos los días disfruta un pedazo de vacaciones. En la orilla opuesta una familia parece hacer lo mismo, con el agua hasta la cintura. Desde el puente, salta esta vez una muchacha. Un gato sale de la maleza maullando. No tenemos comida que darle, solo afecto. Mi hija lo acaricia primero, su mano sobre el pelo del felino. El sentido del tacto, las sensaciones primarias.

Caridad me dice que ha vivido siempre en la calle 14, que tiene cuatro hijos, diez nietos y cuatro bisnietos. Una de sus hijas vendrá luego a recogerla. La brisa simple que sopla se lleva mis deseos de preguntarle cómo recuerda el Varadero de su infancia. Si el turismo benefició a su familia. Si algunos emigraron.

“Otro día hablaré con ella”, me repito. “Hoy es un día de ocio”.

La bandera ondea de este lado del puente. En el punto de control la policía detiene una guagua de trabajadores, que terminan sus turnos en los hoteles. Habrá revisión de bolsos y mochilas, supongo. No quiero pensar en el estrés de los pasajeros. No quiero pensar por qué tienen que “resolver” cosas y luego sacarlas a escondidas. Me digo que, para ellos, el puente sobre el canal de Paso Malo es también una frontera, pero son más felices según se alejan de Varadero.

Todo es relativo. Todavía hay un gato con hambre maullando a los pies de mi hija.

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