El calvario diario de las niñas en las escuelas cubanas
Ocho horas sin ir al baño
No hay agua, las tazas están repletas, apesta y las puertas están rotas. Las niñas son las que peor lo viven.
Por Natalia López Moya (14ymedio)
HAVANA TIMES – Son tiempos de preparar los útiles escolares, de hacer largas colas para comprar los uniformes con los que los alumnos llegarán a clases en septiembre pero también para empezar a buscar soluciones que alivien uno de los más graves problemas de los centros docentes cubanos: la falta de higiene y de seguridad en sus baños. Las niñas son las que peor lo viven.
«Le preparo dos botellas de agua, una para tomar y otra para lavarse las manos cuando va al baño, pero nunca la usa», cuenta a 14ymedio Dagmara, madre de una adolescente que cursa la secundaria básica en La Habana Vieja. La muchacha, que en pocos días entra en noveno grado, acaba de pasar por una infección en los riñones que, al parecer, está relacionada con el tiempo que pasa sin orinar mientras está en el centro docente.
«Cuando estaba haciendo las pruebas finales de octavo grado comenzó con fiebre alta y escalofríos», detalla la mujer. «El médico nos dijo que iba a necesitar antibióticos y que parecía que se pasaba mucho tiempo sin tomar agua y sin orinar». Más de ocho horas diarias, Diannis, nombre cambiado para esta historia, se mantiene en el aula sin acercarse a los sanitarios. «Tienen mucha peste y las puertas de los cubículos están rotas».
Diannis describe el baño como un lugar del que es mejor mantenerse lejos. «Los lavamanos no tienen agua, las tazas casi siempre están repletas porque no hay cómo descargarlas, a veces la gente hace sus necesidades fuera de los cubículos porque no quiere entrar ahí y, para colmo las puertas están rotas o no existen hace tiempo, así que no hay privacidad»:
«Cuando tengo la menstruación no voy a la escuela, esa semana completa me la paso en la casa porque allí no tengo las condiciones para cambiarme y asearme», reconoce. «Una vez al mes falto y varias de mis amigas hacen lo mismo. Los maestros saben de qué se trata y no nos dicen nada porque tener la regla en la escuela es algo muy duro, ni siquiera puedes lavarte las manos después de cambiarte la íntima«.
Los directivos de la secundaria donde estudia Diannis conocen el problema. En cada reunión de padres, los maestros piden ayuda para limpiar los baños. «Uno o dos damos el paso al frente, vamos, metemos una limpieza profunda y un mes después todo está como siempre: sucio», reconoce Dagmara. «Una vez mi esposo y yo fuimos y hasta arreglamos la puerta de un cubículo y le pusimos un candado con una llave para que lo usaran los muchachos del aula de nuestra hija, poco después nos enteramos que ese baño era ahora para las ‘visitas del municipio’ de Educación y ya no podían usarlo los estudiantes».
La falta de personal de limpieza, debido a los bajos salarios y las duras condiciones laborales, también influye en la catastrófica situación que viven los baños escolares. Encima de eso, los sanitarios no solo están sucios, sino que carecen de papel higiénico, agua y jabón, depósitos para botar las compresas femeninas, están mal iluminados, peor señalizados y, muchas veces, resultan inseguros.
«Tengo una hija más chiquita que ahora está en la primaria y ya ha aprendido, por lo que le dice su hermana, que al baño de la escuela no se va», lamenta Dagmara. «Yo no puedo mandarla con un inodoro portátil pero tampoco puede venir a la casa cada vez que necesite ir al baño porque hay una calle con mucho tráfico de por medio y sería un peligro, no sabemos qué vamos a hacer y a nadie parece importarle esto».
Sin embargo, la cuestión ha tenido una gran trascendencia en campañas de organismos internacionales como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). «La higiene es nuestro derecho» promueve una de sus iniciativas que busca garantizar «la higiene menstrual, el lavado de manos y los hábitos de salud de niñas, niños y adolescentes en la escuela, para incentivar su permanencia en clases y promover su derecho a la salud».
«Nos miden otros parámetros, la asistencia a clases, las notas, la cantidad de aprobados pero, es verdad, que el tema de los baños está en tierra de nadie, no es algo que se supervise mucho», reconoce una profesora de una escuela primaria en la barriada habanera de El Cerro, próxima a la calle Infanta. El local donde imparte clases, un antiguo colegio normalista, tenía originalmente amplias zonas dedicadas a los sanitarios.
«Hay muchos problemas con las tupiciones, así que hemos tenido que clausurar algunos baños, ahora mismo el agua no está llegando todos los días y cuando empiece septiembre y los estudiantes ya estén en las aulas la situación se agrava», advierte la mujer que por estos días se ha incorporado a las brigadas que buscan dejar listas las escuelas ante el inminente comienzo del curso. «No nos han dado ni detergente, ni siquiera tenemos escobas», lamenta.
Para la Unicef «el acceso al agua, saneamiento e higiene es esencial para asegurar la salud de los estudiantes», pero buena parte de las escuelas cubanas tiene problemas con el suministro debido a cuestiones que van desde el deterioro de las conductoras hasta roturas puntuales para las que no hay recursos ni mano de obra que puedan solucionarlas. «Las tazas están tupidas, no tragan bien y a los lavamanos les robaron las pilas» así describe la maestra la situación de su centro docente.
«Tengo niños que pueden traer de sus casas agua para lavarse las manos, toallitas húmedas y otros recursos para mantener su higiene, pero tengo otros que vienen a la escuela a hacer sus necesidades porque en su casa no tienen ni una letrina porque viven en albergues o en solares con un excusado colectivo para muchas personas. ¿Qué le puedo decir a esos niños cuando me piden que los deje ir al baño y yo sé el panorama que se van a encontrar?».
En El Cotorro, Yuri, de 42 años, ha ido en varias ocasiones a hablar con la directora de la secundaria donde estudia su hijo. «El baño no es seguro, las ventanas dan para la calle y ya han sorprendido a algunos hombres mirando a los niños. Mi hijo empezó a rechazar la escuela, no me decía nada pero después de preguntarle mucho me confesó que tiene miedo ir al baño, que ahí entran o merodean adultos que vienen de otros lados».
“Hace un año, dos muchachos que no eran de la escuela se metieron en ese baño y se fajaron con navajas, en medio de los niños. Nadie se metió a separarlos y el hecho ni siquiera lo denunciaron a la policía, pero mi hijo lo vio y después de eso no quiere acercarse a ese lugar, que no tiene ni puertas”, agrega.
«Donde antes había tazas ahora lo que queda es un hueco en el piso, ahí tienen que orinar, pero cada vez que planteo el problema me dice que son varones, que eso no importa», lamenta el padre. «Si un día se siente mal del estómago, ese día no puede ir a clases o tiene que regresar a la casa y perder el resto de los turnos».
En el hogar de las mellizas Paula y Natalia, la abuela, que hace el papel de madre y padre desde que los progenitores de las adolescentes se fueran a México a través de Managua para intentar llegar a Estados Unidos, es clara en sus advertencias: «En la escuela no se va al baño, si tienen una urgencia, le dicen a la maestra que las mande para la casa».
En poco tiempo, es probable que las emergencias de las muchachas se multipliquen cuando empiecen con su período. Para ese momento, tendrán que perder clases, dejarán de escuchar a la profesora de matemáticas explicar algunas fracciones y al maestro de física detallar las fuerzas que influyen sobre ciertos objetos. Todos esos conocimientos perdidos irán a la cuenta de los baños docentes, de esos lugares inseguros y sucios.