El arte de pensar en negativo

Por Irina Echarry

El arte de pensar en negativo.
El arte de pensar en negativo.

HAVANA TIMES, 12 dic. — Antes de llegar al cine creí que sólo seríamos unos pocos en la sala del Riviera.  Había avisado a mis amigos sobre la sinopsis de esta película: una esposa, angustiada por el mal carácter de su marido -desde que este depende de una silla de ruedas para moverse-, trae a casa a un grupo de positivistas.

Antes del anochecer su esposo se las ha arreglado para que el grupo en pleno piense de forma negativa como él.

Algo así leí en la cartelera y pensé que no habrían demasiados interesados en observar cómo un hombre quita a otros la alegría de vivir.  Pero me equivoqué.  Apenas quedaron unas lunetas vacías.  ¿Hay tanta gente en la Habana que se entusiasma por un tema tan, aparentemente, negativo?

No tuve tiempo de hacerme otras preguntas porque en cuanto comenzó el filme noruego de Bard Breien me dejé llevar por su historia.

El grupo de positivistas da pena: un hombre afectado por un accidente cerebro-vascular (arruinado, engañado por la esposa, rechazado por los hijos, inmóvil, mudo); una muchacha que intenta sonreír todo el tiempo (en silla de ruedas con aditamentos especiales, pues no es capaz de sostener su cabeza después del accidente); el esposo de la muchacha (culpable del accidente y mal amante desde siempre); una señora anciana con una minerva en el cuello que se empeña en ser la más desdichada del grupo.  Ellos están dirigidos por una terapeuta que les habla sin paternalismos, pero les indica a cada momento qué es lo que tienen que hacer y decir.

El arte de pensar en negativo.
El arte de pensar en negativo.

Es la que prohibe hablar de temas negativos.  (Para eso existe una bolsita de desechos).  Nada de problemas, nada de dificultades personales.  Solo planes futuros, lo bueno que está por venir.

En el cine muchos nos sentimos identificados, inmediatamente, con este pequeño e infeliz grupo, imposibilitado de hablar cosas que realmente les agobia.

¿Será que, como ellos, somos una sociedad enferma, presos dentro de nuestros impedimentos; imposibilitados de hablar de ellos, comunicarnos entre nosotros mismos; hastiados de que exista siempre un encargado de decir qué es lo bueno o lo malo, lo que podemos o no hacer, decir o no?

Claro que eso lo pensé caundo salí del cine, porque mientras duró la película noruega disfruté el tono de comedia con el que su director presentó la desgracia de sus personajes.  ¿Quiénes estaban en peor condición?

Es un ejercicio que les impone la terapeuta una vez que el personaje principal decide interactuar con el grupo -interactuar, nunca dejarse llevar por el juego de la “guía del grupo”-.  Cada uno intenta demostrar que se siente peor que el otro, como si el estado físico-emocional de otra persona sirviera para aplacar o disminuir el malestar propio.

Son nuestras propias miserias las que más sentimos, las que más nos agobian.  No importa cuan terrible sean las de los demás.

Mientras la terapeuta intenta imponer sus métodos al rebelde inválido, el descontrol comienza a reinar.  Con su agresividad e irreverencia el protagonista ha logrado que el resto del grupo empiece a hablar, a rebelarse, a decir lo que les está prohibido.

La terapeuta no se rinde, como si tratara a seres que -por su enfermedad física- hubieran perdido su personalidad, su capacidad de razonamiento, obliga al rebelde a bailar al campás de su música preferida.  La respuesta no se hace esperar: un golpe contundente y la guía del grupo cae al suelo.  No más psicoanálisis, no más positivismo.

Todos están en éxtasis.  Alguien ha hecho lo que -evidentemente- estaban deseosos de hacer desde el inicio.

Entonces comienzan a ser ellos mismos.

Lejos de sumirnos en la depresión, la película nos lleva por el camino de la risa y los deseos de vivir, sin penetrar por los senderos oscuros del melodrama, la lástima, el edulcoramiento con el que suele tratarse a las personas que pierden alguna de sus facultades (físicas o mentales) o nacen sin ellas.

A la salida del cine los comentarios fluyen a favor de la historia.  Un hombre -en silla de ruedas- muestra una gran sonrisa.  Un grupo de jóvenes, estimulados por la atmósfera irreverente del film, alzan las voces rememorando una de las frases finales del protagonista: ¡Qué se jodan!

Y estuve de acuerdo.  Que se jodan los que quieren encerrar al resto en sus estrechos patrones de vida, de ideología, prejuicios.  Que se jodan todos los que no saben vivir y martirizan por eso a quienes les rodean.  Que se jodan los hipócritas, los cobardes, los dictadores, los positivistas.