El abasto de agua en tiempos de crisis en Mayarí, Holguin

Por Osmel Ramírez Álvarez

La presa gigante de Mayarí. Foto: Elder Leyva / Ahora.cu

HAVANA TIMES – Uno de los problemas crónicos de nuestra sociedad, arrastrado y multiplicado en las últimas décadas, es el abasto de agua a la población. En todo el país es crítico, pero me referiré solo a Mayarí, Holguín, que es mi localidad.

Este valle es rico en agua. Por ello se construyó un gran embalse entre las dos sierras, la de Nipe y la Cristal, para llevar el preciado líquido hasta Camagüey, por el muy propagandeado Trasvase Este-Oeste. Pero se supone que una obra así beneficie primeramente a los que estamos más cerca, más aún si por tener altitud se puede abastecer el valle por gravedad.

Sin embargo, más de una década después de inaugurada la presa, el beneficio es minúsculo. Solo una pequeña fracción de las tierras cultivables están bajo riego, y la población no ha visto ninguna mejoría en el abasto, que sigue proviniendo de los pozos tradicionales y siempre ha sido deficiente por diversas razones: falta de bombas eléctricas, de asignación eléctrica para el bombeo, de conductoras con calidad y de depósitos.

Ahora con la crisis más aguda, la situación ha empeorado debido a mayores restricciones del consumo eléctrico en la Empresa de Acueducto y Alcantarillado (que en Holguín se llama Holagua, pero debería llamarse Adiosalagua). En el pueblo, el servicio es deficitario y por vez primera las personas deambulan por las calles con pomos en las manos. Y en los barrios rurales es mucho peor.

En Guayabo, por ejemplo, una localidad rural donde hay un acueducto donado por una ONG alemana desde hace más de tres lustros, aun existiendo la infraestructura, el líquido no llega a todas las viviendas. Imaginen, si con la anterior asignación eléctrica no llegaba con estabilidad, y era bombeada tres veces por semana durante cinco horas, ahora que solo alcanza para dos veces por semana, menos que menos.

Era una queja perenne de los electores a sus delegados, aplazada por todos estos años. “Ahora es el colmo”, -plantea Yurina-, “ya no nos llega ni una gota. Y estamos usando el agua del arroyo para todo, menos para beber, que tenemos que buscarla lejos. Tenemos miedo, porque han encontrado tres caracoles africanos en el río y dicen que son muy peligrosos”. –comentó preocupada.

Kenia, como muchos más, también vive desde hace meses en la misma situación: “En casa hay una bebé recién nacida y sabiendo que el agua del arroyo es riesgosa, la tenemos que utilizar. Más arriba hay cochiqueras, uno no sabe si hay o no contaminación. La gente baña caballos, dan de beber a los animales y también está el problema con los caracoles esos. ¡Todo por ahorrar unos kilowatts! Si alguien se enferma creo que sería peor, le costaría más al Estado y el sufrimiento sería mayor”.

El programa de ahorro es parte de la estrategia gubernamental para enfrentar la crisis actual, catalogada por la población como “un nuevo Periodo Especial”. Pero más que eso, realmente es un programa de restricción en el gasto y las asignaciones de portadores energéticos. Un ahorro forzoso que no está basado en la conciencia ni en mejores indicadores de eficiencia, sino en dejar de producir y de prestar servicios indispensables.

El déficit energético es provocado por la falta de liquidez crónica de la economía cubana, dependiente de fuentes de ingresos vinculadas a los vaivenes de la politiquería y la ideología, no a nuestras verdaderas fortalezas nacionales, y también al arreciamiento del cerco económico por la actual Administración de Donald Trump, motivada por el vínculo y sostenimiento de La Habana a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.

Nuestro país tenía abastecimientos muy ventajosos que ha perdido y ahora se ve forzada a comprar el crudo a precio de mercado, sin crédito y sorteando las amenazas de Washington a los transportistas.

Sin embargo, cuando se trata del agua, por ser vital, las personas se ven obligadas a buscar alternativas, que a simple vista lucen ser más costosas que los kilowatts que ahorran. En el caso de los barrios rurales, no hay otra alternativa que acudir a los arroyos y ríos, donde el riesgo de las enfermedades se eleva. Y en las ciudades se termina incrementando el acarreo con pipas, lo que es, sin duda, más costoso.

Valdría la pena que los asesores de Díaz-Canel meditasen sobre estos detalles económicos y sobre las vicisitudes que provocan en la población al limitar el agua, otra calamidad agregada al angustioso reto de vivir en un país anómalo, donde casi nada, o nada, funciona bien.

Osmel Ramirez

Soy de Mayarí, un pueblecito de Holguín. Nací el mismo día en que finalizó la guerra de Viet Nam, el 30 de abril de 1975. Un buen augurio, ya que me identifico como pacifista. Soy biólogo pero me apasionan la política, la historia y la filosofía política. Escribiendo sobre estos temas me inicié en las letras y llegué al periodismo, precisamente aquí en Havana Times. Me considero un socialista demócrata y mi única motivación comunicacional es tratar de ser útil al cambio positivo que Cuba necesita.

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