Cuba: Entre la elegancia francesa y la crisis alimentaria
Cena de Blanco en La Habana
Por Eloy Viera Cañive (El Toque)
HAVANA TIMES – El 11 de noviembre de 2023 se celebró en La Habana la Cena de Blanco (Le Dîner en Blanc), un evento parisino que nació en 1988 y cuyo objetivo principal es que un grupo de amigos vestidos de blanco se encuentren en un lugar público para compartir una cena.
La Cena de Blanco se convirtió en una tradición para su fundador, el francés François Pasquier. Tiempo después, su hijo transformó el evento en un negocio rentable a través de una compañía internacional que desde entonces ha exportado la iniciativa a decenas de ciudades del mundo.
Una característica típica de la Cena de Blanco es que sus participantes no saben el lugar en el que se llevará a cabo hasta unas horas antes. Por regla general, el sitio de encuentro es un espacio público y los comensales pueden llevar su comida y compartirla con el resto.
El anuncio de la celebración de la Cena de Blanco en Cuba ha generado un amplio debate y criterios encontrados entre varios cubanos y cubanas. Sin embargo, no es la primera vez que el evento se desarrolla en Cuba. La primera Cena de Blanco tuvo lugar en 2019 en la terraza y los jardines del Hotel Nacional.
La Cena de Blanco de 2019 contó con la presencia de más de 500 personas; en su inmensa mayoría, ciudadanos estadounidenses que vinieron a la isla solo para participar en el evento y con la justificación de que viajaban bajo la licencia especial de “intercambio cultural”. A pesar de que esa fue la justificación legal que emplearon las agencias de viaje para comercializar el evento, solo alrededor de 80 de los 500 comensales eran cubanos. Algunos de los estadounidenses pagaron paquetes de alrededor de 1 000 dólares para pasar una noche en el Hotel Nacional, participar en la cena y regresar a Estados Unidos.
Más allá de los debates, el problema de la Cena de Blanco no es el espectáculo en sí, sino la dicotomía que representa celebrar un evento chic y clasista en un país en el que la gente sufre los efectos de una profunda crisis alimentaria y exige soluciones.
El problema fundamental de la celebración de la Cena de Blanco en La Habana es que se trata de un evento que, lejos de estar planeado para intercambiar con el pueblo cubano, está diseñado para reproducir la segmentación cada vez más creciente entre gente privilegiada y conectada y un pueblo que padece hambre y miseria. El cubano es un pueblo que lucha todos los días para alimentarse, mientras que la Cena de Blanco es símbolo del consumo de lujo. Es la muestra de la existencia en la isla de unas élites que cada vez con menos recelo buscan diferenciarse de la sociedad que padece.
Lo anterior hace que la discusión sobre la Cena de Blanco no sea simplemente moralista o purista. El hambre en Cuba es una realidad palpable e innegable. Una realidad que ha sido reconocida implícitamente incluso por los organizadores de la cena y por quienes favorecen su reproducción en Cuba. Digo que ha sido reconocida implícitamente porque han tomado medidas que implican abandonar la concepción original del evento para evitar enfrentar los efectos que tendría su desarrollo en una plaza o un parque cubanos.
El sitio que promociona la Cena de Blanco en La Habana reconoce que la iniciativa «evoca la elegancia y el glamur de la alta sociedad francesa y asegura que los invitados interactúan entre sí, sabiendo que están participando en un evento verdaderamente mágico donde no hay interrupciones: no hay tráfico de carros ni peatonal». Pero lo más interesante que señala el sitio web oficial del evento es que lo único disruptivo que hay en la Cena de Blanco son las «miradas asombradas y atónitas de los transeúntes que observan la escena ante ellos».
Ese es el principal problema de la celebración de la Cena de Blanco en La Habana. Su materialización en el escenario cubano es tan surrealista que ni siquiera sus organizadores pueden cumplir con uno de sus principios básicos, compartir públicamente en una plaza o un parque el «lujo y la clase francesa». No lo hacen porque sería muy riesgoso restregar en la cara de un pueblo necesitado un espectáculo como ese. Los organizadores de la Cena de Blanco y las autoridades cubanas saben que quizá en Toronto el evento solo genera «miradas asombradas y atónitas», pero en La Habana lo que muy probablemente generaría, si se realiza en un espacio público, serían reacciones de rabia.
Por esa razón, la Cena de Blanco en Cuba se hace en un coto cerrado, en un restaurante, en un hotel, en un espacio protegido por paredes que separen a los privilegiados de quienes no tienen la clase suficiente para disfrutar de esos placeres.
Los cálculos para acomodar la Cena de Blanco en Cuba son terriblemente perversos y, por ende, la discusión al respecto es profundamente política.