Contrastes: ¿Pero sería feliz?

Yusimi Rodriguez

Balcones y Tendederas - foto: Caridad

HAVANA TIMES, 5 mayo — Julia Cabrera es una mujer feliz en esta mañana de lunes. Faltan quince minutos para las ocho de la mañana, pero puede darse el lujo de caminar despacio junto al hombre de su vida, porque sabe que llegará temprano al trabajo. No tiene problemas económicos;  en su país los sueldos de los trabajadores alcanzan para vivir decorosamente; no existe discriminación, todas las ciudadanas y ciudadanos tienen los mismos derechos.

Esta no es una escena tomada de una película o de un sueño. Es la Cuba de los años ochenta; lejana pero real. Los que la vivimos la recordamos con nostalgia. Los que no, también.

Al ver a esta mujer alta, delgada y elegante, de proporciones perfectas, cualquiera podría pensar que es modelo. Y tendría razón. Es modelo la casa de modas más importante de Cuba, La Maisón, pero trabaja también en un taller de confecciones y es allí a dónde la lleva su compañero en su carro. Entonces ven aparecer una camioneta azul por un costado y Julia se agacha rápidamente. Justo a tiempo. En esa camioneta viaja un trabajador de La Maisón, y si llega a verla sería el fin de su carrera.

Con los extranjeros, solo de casada

Julia está consciente de que comete una indisciplina grave: tiene una relación con un extranjero sin estar casada con él. Eso no debería ser un problema en una sociedad dónde todas las uniones entre un hombre y una mujer tienen carácter legítimo, estén o no casados; todos los hijos, nacidos o no dentro del matrimonio, tienen los mismos derechos.

Tampoco debería ser un problema el hecho de que él sea un hombre casado; otra modelo de La Maisón está involucrada con un hombre casado (cubano) que es además una figura pública del país, y no ha sido cuestionada por eso. Pero todas las noches, al final de cada desfile, Julia camina en la oscuridad varias cuadras con miedo, con culpa, mirando por encima del hombro, hasta el carro dónde la espera ese hombre extranjero.
No se les permiten relaciones con extranjeros sin que haya un lazo matrimonial, porque eso podría dar la imagen de prostitución aceptada e incluso promovida por el gobierno. Tampoco se les permite comprar artículos en la tienda de La Maisón, porque estos están destinados a los extranjeros y se venden en dólares. La tenencia de dólares está penalizada. De hecho, cuando viajan a otros países deben gastar todo el dinero que les pagan antes de llegar a Cuba.

Una vez haya cruzado el túnel hacia el Vedado, Julia se sentirá más segura. Pero antes de que esto ocurra ve a su derecha un carro conducido por una mujer que la mira con insistencia. Podría ser una amiga de la esposa de él, o alguien que la ha visto a ella en la televisión o alguna revista. Aún no sabe por qué, pero se molestó y le hizo un gesto que los cubanos entendemos como: “¿Qué coño me miras?”  Dejaron el carro atrás y finalmente cruzaron el túnel; Julia sin embargo no logró sentir la seguridad que esperaba. Tuvo un presentimiento y lo confirmó cuando llegó a su casa por la tarde y sonó el teléfono. Era el Departamento de Recursos Humanos de La Maisón para decirle que prescindían de sus servicios.

A estas alturas, muchas lectoras y lectores pueden estar aburridos de mi interés en el tema de las pasarelas, cuando hay cosas mucho más importantes que el hecho de que a una modelo la sacaran de La Maisón en los años ochenta, por el motivo que fuera; además, como ya dije, ella tenía otros medios de vida, porque entre los derechos que tiene una persona en mi país se incluyen el estudio y el trabajo.

Confieso que tampoco yo entiendo a veces el encanto que ejerce esta profesión sobre las personas, como si no pudieran sustraerse al deseo de lucir perfectas y sentirse admiradas. Tal vez todos tenemos un poquito de esa sed y pocos podrían resistirse a la oportunidad de ser modelos, si pudieran llenar los requerimientos físicos, aunque fuera por corto tiempo. Excepto, tal vez, aquellos que estén muy por encima de la atención y los halagos. Como yo no estaba por encima de ninguna de las dos cosas, intenté ser modelo en la década de los noventa, y fue así como conocí a Julia, cuando ya ella era una modelo retirada. Pero de este incidente me habló hace muy poco tiempo.

Los noventa fue otra película

Ya para los noventa los sueldos de los trabajadores no alcanzaban para vivir decorosamente. El dólar pasó de estar penalizado a estar altamente cotizado. Nuestra constitución seguía prohibiendo cualquier tipo de discriminación, pero las cubanas y los cubanos no podían entrar en las instalaciones turísticas de su propio país.

Hoy las personas se quejan de que ganan entre quince y veinte dólares al mes. Ingratos. En los noventa, los salarios oscilaron entre dos y cuatro dólares al mes, porque el dólar llegó a costar 120 pesos. Un bocadito de jamón y queso, y un refresco enlatado eran un lujo, sin exagerar, y eran un lujo que se daban las modelos, cuando se los proporcionaban como merienda en el lugar donde desfilaban.

Sin embargo, me lo dijo una muchacha, con la que pasé el curso de modelaje de la ACAA (Asociación de Artesanos y Artistas de Cuba), que  “La mejor parte de ser modelo es ir a desfilar en un hotel, que se te “encarne” un yuma (un extranjero) y te saque de aquí.”  Así pensaban muchas modelos una década después de que a Julia Cabrera la expulsaran de La Maisón por su relación amorosa con un extranjero.

Yo aún estaba en las nubes pensando que el encanto de ser modelo era la posibilidad de ponerte ropas lindas, que te admiraran, entrar a lugares que me estaban vedados en otras circunstancias. Tenía 17 años. La muchacha me sacó del error.

El hombre de la historia de Julia estaba muy identificado con la Revolución cubana. Sin embargo, a ella, sus ex compañeras de La Maisón, la miraban como una apestada cuando la encontraban en algún evento de modas. Se le caía la cara de la vergüenza; pero las que trabajaron conmigo cuando fui modelo hablaban de sus aspiraciones con la mayor naturalidad.

Eran jóvenes, no querían pasar el resto de sus vidas enterradas en un país que parecía no tener ningún futuro; tenían padres y madres que se habían matado trabajando para no tener nada, y ellas aspiraban a darles una vida mejor.

Yo simplemente las escuchaba. No me atrevía a criticarlas ni a sentirme por encima de ellas. No sé si les tenía lástima o respeto. No sé si eran peores o mejores que yo. Mis padres también se habían matado trabajando, todavía lo hacían para que mi hermana y yo estudiáramos. Sin embargo, no me pasaba por la cabeza estar con alguien que no me gustara, extranjero o no, para que nos proporcionara una vida mejor. Yo estudiaba una carrera universitaria, así es que mi destino sería otro.

Recuerdo una ocasión en que fui a ver un desfile en Roparrampa y llegué tarde. Estuve afuera conversando con un amigo hasta que se acercó un italiano a intentar conversar conmigo e invitarme a salir. Traté de no ser descortés, pero entré al local de Roparrampa para quitármelo de encima.  Mi amigo no entendía mi reacción. El hombre tampoco. De hecho, nos siguió adentro del local y continuó insistiendo hasta que me fui. Mi amigo me contó una semana después que una de las modelos había visto todo el incidente y le preguntó: “¿Quién se cree tu amiguita que es para rechazar a un extranjero?”  Aquella joven había estudiado una carrera en la universidad.

En los ochenta, Julia no necesitaba que ningún extranjero le comprara ropas, zapatos, maquillaje. Sus dos sueldos le alcanzaban para cubrir cualquier necesidad y cualquier capricho. Una década después, mis padres seguían dándome todo lo que podían, pero lo que ellos podían no era suficiente para ir cada desfile con una ropa diferente, y no con cualquier ropa, sino con una de marca y zapatos que costaran de treinta dólares para arriba (el sueldo de ellos no sé cuantas veces).

Ya para esas alturas, las modelos y todos en el país, podían entrar a la tienda de La Maisón o cualquier otra a comprar lo que quisieran. Los productos no estaban destinados a los extranjeros o a los marineros, si no a todo el que tuviera dólares. Yo no los tenía. El dinero que me pagaban por cada desfile en Puntex era poco y en moneda nacional. Pero era afortunada. En algunos lugares no les pagaban a las modelos.

Ahora, una modelo de La Maisón cobra 10 CUCs por cada desfile de modas. Un sueldo irrisible comparado con lo que le pagan a las modelos en el extranjero, pero con dos desfiles ganan el sueldo de un médico o un ingeniero en el país.  

Búscate un dinerito

En una ocasión coincidí en una esquina del Vedado con una modelo que me simpatizaba mucho. Era el año 1996 y yo había logrado entrar a La Maisón.  Si ibas a ser modelo en Cuba, lo mejor era estar en La Maisón. La muchacha me saludó de lo más contenta y dijo que iba a presentarme a unos amigos suyos extranjeros que querían salir con chicas cubanas.

“A ver si con ellos te buscas un dinerito y puedes comprarte unos pulovitos y unos zapaticos mejores que esos.”  Me las arreglé para decirle que no era necesario, y sonar y lucir bastante digna, pero creo que estaba más avergonzada de lo que había estado Julia Cabrera cuando la botaron de La Maisón por su relación con un extranjero.

Durante los tres meses que fui modelo de La Maisón, conocí a varias muchachas y muchachos que tenían parejas extranjeras. No eran secreto para nadie, ni constituían motivo de crítica o expulsión, o de vergüenza.

Sí, muchas cosas cambiaron desde aquellos idílicos años ochenta; tanto que a veces las cosas que están bien y las que están se desdibujan y se confunden. En 1994 conocí a un hombre que había estado preso por tenencia ilegal de dólares; la divisa había sido despenalizada mientras él estaba en la cárcel, pero tuvo que cumplir su sentencia hasta el final. Solo hemos sido peones de las épocas y  las circunstancias. Lo que está mal hoy, puede estar bien mañana; y viceversa. ¿Quienes somos para juzgar?

¿Debió Julia poner su carrera por encima de aquel hombre que amaba?  ¿Debió tener en cuenta que podía estar poniendo en riesgo la imagen del país?  Nada parece ser eterno, sin embargo. Su expulsión de La Maisón duró solo un año, afortunadamente. Su relación amorosa se extendió un poco más, pero también terminó en algún momento.

De aquellas muchachas que conocí cuando era modelo, no todas estaban interesadas en que un extranjero les mejorara la vida. Muchas viven aquí; casadas o no, algunas tienen hijos. Nos encontramos de vez en cuando y recordamos aquellos tiempos. Y descubrimos que logramos ser felices en aquella época. Aquel fue nuestro momento. Y pasó.

De las que aspiraban a un marido extranjero, muchas lo lograron, y se fueron del país. Fue su vía de escape. De algunas he escuchado que les ha ido muy bien, espero que también a las otras.

¿Debí seguir su ejemplo?  Tal vez a estas alturas tendría una casa propia, un carro, una computadora; habría conocido más de un país, ayudaría a mi familia económicamente. ¿Pero sería feliz?  ¿Me sentiría satisfecha de mí misma?  Para eso no tengo respuesta.

One thought on “Contrastes: ¿Pero sería feliz?

  • bravo
    yo hice lo mismo y no me arrepiento

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