Cómo podría nacer una amistad

Yusimi Rodriguez

Cuban bus stop. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 4 agosto — Otra vez en la guagua.  Son las cinco y media de la tarde y todo lo que la gente quiere es llegar a sus casas.  Yo también.  Las paradas de guagua empiezan a lucir como en los noventa.  Hace dos años, cuando aparecieron las nuevas guaguas y rutas nuevas, pensamos que nuestros problemas con el transporte habían quedado atrás.  Ahora, la realidad nos demuestra que estábamos equivocados.

Hoy, cogí la guagua en la primera parada así es que estoy parada en un espacio casi cómodo, sin molestar a nadie y sin que nadie me moleste.  Sé que no durará, pero durante un rato puedo mirar a mi alrededor y sentirme como una expectadora frente a una película.

Hay una mujer de mediana edad parada cerca de la puerta y un hombre de mediana edad detrás de ella.  Cuando llegamos a la segunda parada, la gente casi asalta la guagua y casi se matan entre ellos para montar.  El hombre de mediana edad está aplastando a la mujer y llenándola de sudor.  Es inevitable y los dos lo saben.

Se han acostumbrado como todos nosotros. A él lo está aplastando alguien que también es aplastado por alguien más y así sucesivamente.  En vez de quejarse, la mujer mira al hombre con solidaridad y resignación.  El hombre se disculpa y le ofrece su toalla de mano para que se limpie el sudor.

Los dos están cansados, han montado guaguas a largo de sus vidas y nada de esto es nuevo para ellos.  La mujer dice que ahora seguirá trabajando en la casa; tiene que cocinar para ella y su hijo que llega a casa más tarde. El también tiene que cocinar, pero para él solo.  Los dos están divorciados. Ella tiene un hijo; él, ninguno.

La mala hora. Foto: Caridad

Cogen la guagua en el mismo lugar todos los días, a la misma hora, pero nunca habían hablado antes.  Y hoy tampoco lo hubieran hecho si la guagua no estuviera tan llena que tienen que ir apretados el uno contra el otro.

Usualmente les toca ir apretados contra personas que se quejan todo el tiempo y no tratan de entender la situación.  Hoy, a pesar del calor insoportable y del codo de él en las costillas de ella, los dos sonríen y hubieran conversado incluso más tiempo si el chofer no estuviera manejando tan rápido que la gente grita porque temen por sus vidas.

La mujer dice que afortunadamente se baja en la próxima parada, pero mañana volverá a coger la guagua a la misma hora.  El chofer no para en la parada oficial sino cinco cuadras después, así es que ella tendrá que caminar esas cinco cuadras de regreso con su jaba.

Pero sonríe, esto es simplemente lo usual.  Se baja y le dice adiós al hombre con la mano; él hace lo mismo.  Sí, esta habría sido una linda historia.  Es una lástima que solo haya ocurrido así en mi mente.

Ahora lo que sucedió realmente:

El hombre de mediana edad quería caminar hasta el fondo de la guagua; la mujer estaba parada en el medio, justo frente a la puerta de salida. El hombre le pidió que se moviera, pero ella dijo que no podía porque se bajaba en la próxima parada.  La guagua paró cinco cuadras antes, pero ella no se movió un centímetro.

Dijo que esa no era la parada oficial, el chofer tenía que parar en la parada oficial.  El hombre le dijo que el chofer no volvería a parar así es que lo mejor era que se bajara para que la gente pudiera caminar.  Ella insistió en que el chofer tenía que parar en la parada.  Y era cierto.

Pero fue el hombre quien tuvo razón al final, porque el chofer paró cinco cuadras después de la parada.  Cuando la mujer pudo bajarse finalmente (ahora tendría que caminar las cinco cuadras de regreso), el hombre le gritó “perra estúpida, ahora tienes que caminar de todas formas, vaca gorda.”

La mujer lo llamó “estúpido, feo, apestoso, ve a bañarte.”  La guagua siguió su camino.  Solo pude sentir tristeza por la mujer, por el hombre, por todos nosotros que nos hemos acostumbrado a esto: la mejor forma de resolver los problemas es insultándonos, y lo disfrutamos incluso.  Fin de la historia.