¿Cómo está hoy el hospital Calixto García de La Habana?

No hay nada, pero todo se resuelve con dinero

“Había de todo esperando en el pasillo del hospital, sin ninguna separación, hasta otra señora llena de bolas, como si tuviera viruela del mono”. (14ymedio)

En medio del pasillo, le lavaron el estómago a una mujer que se envenenó con Diazepam

Por Juan Diego Rodríguez (14ymedio)

HAVANA TIMES – El Hospital General Universitario General Calixto García, de La Habana, dista mucho de ser hoy el centro de prestigio que fue alguna vez. Mucho menos hace honor a la propaganda que, en páginas oficiales, vende sus servicios como de “elevada calidad”.

El sanatorio, uno de los más antiguos de la capital, es más bien epítome de la situación en que se encuentran los hospitales en Cuba. Mientras el Gobierno promociona a su poderosa Comercializadora de Servicios Médicos como una herramienta desesperada para atraer a un turismo que no deja de rehuir la Isla, los centros hospitalarios y consultorios para los cubanos se hunden en la miseria, la corrupción y la insalubridad.

Sandra recuerda la semana que pasó en el Calixto García con su madre, Luisa, como una pesadilla. Ambas se resistieron a acudir al médico, como tantos otros cubanos, hasta que a la mujer, de unos setenta años, comenzó a faltarle el aire y el dolor en el pecho que padecía se le hizo insoportable.

Que tuvieran que trasladarse en taxi, y no en ambulancia, lo dieron por supuesto, dada la escasez de combustible. Lo que indignó a ambas, nada más entrar, fue que no había ni camilleros. “Yo tuve que buscar la camilla y trasladarla por todo el hospital”, cuenta a 14ymedio Sandra. La escasez de personal, precisamente, es algo extendido en los servicios de salud debido, sobre todo, a la migración imparable.

La espera para pasar a consulta no fue en ninguna sala, sino en mitad del pasillo, donde el olor a desinfectante quedaba opacado por el de las miasmas y los orines procedente de los baños. “Yo soy muy de nariz”, dice Sandra, “y aquello era insoportable”.

Ahí mismo, observaron todo un desfile de enfermos, muchos de ellos, pacientes de dengue grave, el que esta temporada ha asolado la Isla. “Había de todo esperando ahí, sin ninguna separación, hasta otra señora llena de bolas, como si tuviera viruela del mono”, continúa narrando la joven. “Sin ninguna intimidad ni nada que se le parezca, en una camilla en el medio del pasillo, le lavaron el estómago a una mujer que se envenenó con Diazepam. La mujer contaba que quería dejar toda esta mierda. Qué te digo, no todo el mundo es fuerte”.

Lo peor, sin embargo, estaba por llegar. Luisa, diagnosticada con neumonía, pasó la noche sola en el hospital. Su hija, cuando fue a visitarla el día siguiente, observó que se le había hecho una bola en el brazo, donde le habían tomado la vía. “Es algo muy común, me dijeron, que la aguja del trocar se salga de la vena y el suero se acumule bajo la piel”, refiere. “El problema es que el enfermero me dijo que no había más trocar por ningún lado y no se lo podían cambiar”.

Pronto supo Sandra que ese “ningún lado” se vencía con un poco de voluntad… y dinero bajo la mesa. La joven, primero, se acercó a la supervisora y al subdirector del hospital. “Me dijeron y me juraron que no había trocar, que tenía que aguantarme”. Al darse la vuelta, ya resignada, un empleado del centro, testigo de la escena, se le acercó y le dijo: “Eso yo te lo puedo resolver, dime cuál es la cama, espérame ahí, que yo te lo voy a llevar”. Sandra le dio 200 pesos, y otros 200 pesos a la enfermera que, en connivencia con el auxiliar, le puso a Luisa el trocar.

“Me ofrecieron también Rocephin –el antibiótico que precisamente recetaron a su madre– a 250 pesos el bulbo, y si necesitaba a una persona que se quedara con mi familiar, también me lo resolvían”, detalla Sandra.

Y denuncia: “Con todo y eso, meten número, mienten constantemente. Un día no le pusieron a mi madre el antibiótico, y le contaron cualquier cosa. En la mañana, en otro turno de enfermeras, reclamé yo, y una me dijo: ‘Sí le pusieron el Rocephin, porque aquí en el libro está consignado”.

Sandra no se explica “cómo un simple empleado del hospital tiene los trocar, medicamentos, todo, y sin embargo, los jefes me aseguraron que en el hospital no había nada. Todo es pura corrupción, un horror en el que se han convertido los hospitales cubanos”.

Por si fuera poco, una madrugada, robaron los móviles de varios pacientes. “En la misma sala, en 24 horas, hubo tres robos similares”, indica Sandra. “Si no fue un empleado, fue alguien disfrazado de empleado”.

En mitad de los padecimientos de sus familiares, la gente se vio obligada a acudir a una oficina de Etecsa, con el carné de identidad de sus enfermos y un certificado médico declarando que estos se encontraban hospitalizados, para que la estatal diera de baja el número y le permitiera sacar una línea nueva.

Todo esto lo cuenta Sandra, asevera , “para que tengan una idea de lo que tiene que pasar una persona que tiene un enfermo en este país. Caer en un hospital se ha convertido en una desgracia”.

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