Bailando nuevamente en La Habana

Ariel Serrano observando una clase.

Por CARRIE SEIDMAN*
carrie.seidman @ heraldtribune.com

Photos: Elaine Litherland/SHT

HAVANA TIMES — Desde las oscuras alas del Teatro Nacional de La Habana, Ariel Serrano mira fijo hacia el escenario brillantemente iluminado, donde los finalistas del XII Concurso Internacional para Jóvenes Estudiantes de Ballet, competición para estudiantes aspirantes a bailarines, esperan el anuncio de los ganadores de medallas.

Sentado entre ellos está su hijo Francisco, de 17 años de edad, el único estadounidense en participar en el evento que se desarrolla en abril. Con cuerpo de bailarín, largo y flexible, una comprensión del lenguaje coloquial del español, el pelo negro rizado y el color café con leche de su herencia, combina a la perfección con el resto de los bailarines, que son todos de Cuba o México.

Oh Panchito, m’ijo, murmura Serrano y piensa en el diminutivo que pusiera su esposa a su hijo mayor cuando era un bebé. ¿Cómo puede ser esto? ¿Estamos realmente aquí -en La Habana? ¿Eres tú en el escenario, o soy yo?

Serrano se frota la cara con las manos como si fuera a lavar el brillo de la incredulidad. Sus gruesos dedos aprietan y sueltan, aprietan y sueltan. Suda en su camisa negra Ralph Lauren, aunque la parte de atrás del escenario es uno de los pocos lugares con aire acondicionado en esta ciudad congestionada y caliente.

Francisco en un ensayo.

En la parte delantera del teatro, suspendida en uno de los cientos de asientos de tela deshilachada, en un teatro que ha visto días mejores, Wilmian Hernández, la esposa de Serrano, entabla una pequeña charla con su hermana Magaley. Una semana de escoltar a media docena de estudiantes de la Escuela de Ballet de Sarasota que ella y su esposo fundaron, esperar en filas interminables para renovar su pasaporte cubano, y de lidiar con el tráfico habanero, la contaminación y el caos han dejado la fatiga dibujada en su rostro eternamente alegre.

Ella está recordando ese día, cuatro años atrás, cuando su hijo le preguntó si podía retomar el ballet, el arte que llevó a sus padres desde esta isla del Caribe hacia Estados Unidos hace más de 20 años. Francisco tenía 13 años; ella había comenzado su propia formación a los ocho. Su marido, viendo que su hijo trataba de tocar en vano los dedos de sus pies, le dijo con firmeza: “No, Wilmian, no es bueno. Él no lo tiene. ”

Ella piensa lo contrario. Ese era su único hijo, al que había puesto el diminutivo de “Panchito”, porque “Pancho” -el apodo cubano para Francisco- parecía demasiado grande para un niño tan pequeño, dulce y suave.

Sentado ahora en una silla plegable en la última fila, detrás de decenas de sus compañeros de baile, Francisco se pregunta por qué está aquí – en este extraño momento, en este escenario extranjero, en este país que es suyo y al mismo tiempo no es de él. ¿Por qué está sentado al lado de estos bailarines que tienen más experiencia, que están más a gusto, más “en eso”, de una forma que no puede decir con palabras?

¿Por qué le pidieron que bailara esta noche, en esta gala final? ¿Podría esto significar que realmente ha ganado algo? No puede ser, se dice, apisonando un poco la expectativa, esperando estar equivocado. Porque por mucho que no le gustan las competiciones, sí ama bailar.

Ariel entrenando a Francisco.

Y tal vez…

Solo tal vez, cuando haga mi variación esta noche, pueda realizar ese paso al final, un paso que nadie, ni siquiera mi padre, espera, piensa él. Tal vez aplaudan mi actuación como lo hicieron anoche –ese ritmo estrepitoso, golpeando al unísono que el público cubano guarda para sus favoritos. Cuando sucedió, sintió deseos de regresar al escenario para realizar una segunda reverencia, deseando poder recoger el peso efímero de los galardones en las palmas de las manos vueltas hacia arriba.

Ramona de Saá, la directora de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba y antigua profesora de Ariel Serrano, se dirige al micrófono en la parte delantera del escenario.
Las luces se apagan.
El trajín de la parte de atrás del escenario cesa.
Las voces quedan mudas.
Ariel Serrano respira profundamente.
Entonces el locutor comienza:
“Buenas noches, señoras y señores…”
—–
(*) Nota del editor: Carrie Seidman, periodista y Elaine Litherland, fotógrafa, ambas colaboradoras del Sarasota Herald-Tribune, acompañaron a Ariel Serrano y Wilmian Hernández, dos antiguos bailarines que desertaron de Cuba en 1993, en su regreso a la tierra que los vio nacer y a la escuela de ballet donde ambos entrenaron cuando niños. Con ellos viajaron estudiantes de la escuela de ballet que fundaron en Sarasota, Florida, e incluido su hijo Francisco de 17 años de edad, quien se decidió tardíamente hacia una carrera profesional prometedora. Este es un extracto de “De casa a La Habana”, una historia de recuerdos, encuentros y esperanzas para construir un puente de ballet para el futuro. Para leer la historia completa en tres partes (en inglés) ver el video documental y una extensa galería de imágenes de Cuba, ir a http://HometoHavana.HeraldTribune.com.

2 thoughts on “Bailando nuevamente en La Habana

  • La historia de los Serranos es las que me gusta oir, digna historia de emigrantes, que a pesar de las vicisitudes, unidos las vencieron. Me hizo llorar el dolor que ha pasado Ariel, pero por ser buen hijo y tronco hombre de familia, ahora recoge las bendiciones.

    Le deseo la mejor suerte a Panchi, Que Orgullo!, que gente tan bella, su familia es un encanto.

  • Este joven acaba de ganar una beca en el Royal Ballet de Londres, una de las más prestigiosas compañías de ballet. Felicidades.

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