Así se vive bajo la dictadura Ortega-Murillo en Nicaragua
“Indignación, desesperanza y temor”
Testimonios de un seminarista, una jubilada, una trabajadora de una oenegé y un periodista recién exiliado: “Olvídate de progresar en Nicaragua”
HAVANA TIMES – En los primeros ocho meses del cuarto mandato ilegítimo de Daniel Ortega, Nicaragua sufre el agudizamiento de la represión que ya acumula más de 1400 organismos no gubernamentales cancelados, presos políticos condenados bajos procesos ilegales y sin derecho a la defensa, detenciones exprés, asedio o casa por cárcel, restricciones migratorias y destierro de nacionales “non gratos”.
Las últimas acciones represivas también incluyen la persecución de periodistas independientes, cierres masivos de canales y radios, arrestos a sacerdotes y acoso a la Iglesia católica. Todos estos hechos, ordenados por Daniel Ortega y Rosario Murillo, han empujado a otros 100 000 nicaragüenses al exilio para proteger su integridad física y libertad o buscar mejores oportunidades económicas ante un desempleo galopante y la incertidumbre jurídica y política.
En CONFIDENCIAL, conversamos con un seminarista que sigue atento los actos contra la Iglesia católica, una joven que aún trabaja en un organismo no gubernamental y teme su cierre como otras oenegés, una jubilada y un periodista que nunca pensó dejar el país y tuvo que exiliarse en el último mes opinan sobre el rumbo que lleva Nicaragua y comparten sus reacciones en primera persona. Todos ellos compartieron su testimonio con la condición de no ser identificados por temor a represalias en su contra o de sus familiares.
Jorge, seminarista: “Nos sentimos atemorizados, indignados, impotentes”
Como ciudadano y miembro de la Iglesia, que hoy es perseguida, lógicamente repudio todos los ataques y violaciones a los derechos humanos. Lamento profundamente que ahora, incluso, se nos quiera quitar nuestro derecho al libre culto y religiosidad.
Pienso que a los nicaragüenses nos han obligado a vivir así, pero ahora hay una nueva generación de pensadores y líderes que nos han despertado la esperanza de construir un país desde la libertad, la democracia, la justicia y la paz. Sin embargo, no podemos llegar a ese nuevo país soñado andando por los viejos caminos que nos llevaron a la pobreza, la injusticia y las crisis en todos los niveles.
Por ahora, pienso que una buena parte de los nicaragüenses nos sentimos atemorizados, pero también indignados. Hay mucha impotencia porque muchos quisiéramos actuar, pero sabemos que una golondrina no hace verano. Por más deseos y valentía que tengamos aquí hay alguien que, tristemente, tiene la sartén por el mango, y ese alguien es el Estado.
Monseñor Rolando Álvarez, es una de las voces que no han podido aplacar, pero vemos que las fuerzas gubernamentales no se quedan quietas y reprimen, intimidan, atacan vilmente y es ahí donde muchos nos replegamos y decimos “mejor no hablo, mejor callo”.
Todo esto nos ha afectado emocionalmente a todos. Solo basta fijarse en la tristeza de los padres de familia que ajustan para los útiles o la comida de sus hijos, los que abandonaron su tierra por la represión, a los que no se les permite rezar libremente. Estamos emocionalmente en crisis.
El abuso de poder y autoridad del Estado se está agudizando cada vez más y siento que esto será una bomba de tiempo que en algún momento va estallar, tal como lo vivimos en 2018. El impacto de todo esto, está grabado en los rostros y miradas que perdieron a sus hijos en abril de 2018, en los sistemas sociales –educación, salud, seguridad– que están viciados y corruptos desde hace tiempo, en la crisis económica y la carencia de oportunidades para quienes no somos adeptos al Gobierno.
Martha, trabajadora de una oenegé: “Olvídate de progresar en este país… hay desesperanza”
Estamos a la deriva. Daniel Ortega va a arruinar por completo el país como venganza por el levantamiento de 2018 y esto lo ha dejado claro en más de una ocasión, sin ningún tipo de vergüenza.
La represión es generalizada, no solo está enfocada hacia un sector de la población; va desde sandinistas hasta opositores, de católicos a evangélicos, de ricos a pobres. Lo que pasa es que la cobertura a veces se parcializa y lo digo como alguien que no pertenece al grupo popular y que ha experimentado esta represión sin luces y en silencio.
A nivel personal esto me ha provocado crisis de ansiedad, esperando cuándo va a ser el día que van a cancelar mi organización y confiscar todo, porque sé que tarde o temprano me van a cerrar.
El cierre de oenegés ha dejado una alta tasa de desempleo y los precios de la canasta básica parecieran hechos en Dubái. Parece mentira que ahora, para poder vivir con lo básico, debas tener hasta dos o tres trabajos.
Si nos vamos a mi ámbito de acción, es imposible hacerse los locos con el tema educativo. La situación es extremadamente preocupante. Los niños y las niñas no están aprendiendo a leer y escribir, y mientras nuestra sociedad se vuelve cada vez más ignorante, la vaca se sigue engordando.
De mi parte, siento que he envejecido 30 años desde 2018. Todos los días es una nueva preocupación: el agua, la luz, la comida, el transporte, que soltaron a “Fulanito”, el que mató a la “Fulana”, que andan robando en moto, que la “Mengana” se fue del país mojada, que esto, que lo otro. ¿Quién puede vivir bien así?
Pienso que en general, el sentir de la población es de resignación. Porque qué puedo hacer yo por mi país si al que se supone que no le podían hacer nada, lleva tres meses preso. ¿Qué puedo hacer yo? Si la vida de sus “salvadores” en los años 80, le vale nada y deja que se mueran en la cárcel. ¿Por mí quién va a salir a pedir justicia? ¿Quién cuidará de mi familia si me meten presa?
Para no sufrir más y para no traer sufrimiento a mi familia, mejor me quedo callada y aguantando hasta ver al siguiente valiente que prenda un fósforo, dizque para encender la mecha del volcán, y en un soplido lo apaguen y lo desaparezcan. Porque ese es nuestro patrón. Entonces podría decir que, aparte de resignación, hay desesperanza. Muchos nos sentimos así.
De manera personal, planeaba estudiar un doctorado en unos años, pero ahora la opción es comer o estudiar. Sobre cualquier otro plan que tengan los nicaragüenses, las opciones son: el plan o comer. No hay de otra. Olvídate de progresar en este país. Eso ya no existe.
Sandra, jubilada: “Ahora es la Iglesia, mañana no sabemos qué pasará”
Nunca he sido partidaria de este Gobierno, pero jamás pensé que llegaríamos a vivir días tan amargos. Prácticamente se han adueñado de todo y nos han quitado hasta la libertad. No podemos opinar porque eso es volvernos sus enemigos y nadie quiere estar preso. Yo que viví la guerra temo por mi hijo y por mis nietos.
La vida en Nicaragua es cada vez más cara y escasa. Lo que nos dan de pensión, en mi caso que soy jubilada, no nos ajusta, pero no podemos decir nada. Todos los días nos acostamos y levantamos con una nueva preocupación, ahora es la Iglesia, mañana no sabemos qué más será.
Yo no temo por mí, porque ya estoy vieja y ya viví lo que tenía que vivir, pero sí por mis hijos que aún están jóvenes y mis nietos que están comenzado una vida en un país así. Por eso entiendo a muchos que buscan un mejor rumbo en otros países. Y es doloroso que la juventud se vaya porque su país no le ofreció un futuro.
Emocionalmente creo que sí nos ha afectado a todos. Sobre todo a quienes han vivido en carne propia los abusos de esta gente (el Gobierno), las madres que perdieron a sus hijos, las que tienen familiares presos, los jóvenes que no ven oportunidades y los viejos que ni en nuestra vejez estamos en paz.
Pienso que el miedo es generalizado. Nos hemos autocensurado. En mi caso no hablo de política ni con los vecinos porque uno nunca sabe qué intenciones pueden tener. A mis hijos y nietos yo les digo que no pongan nada en las redes sociales, porque hasta por eso nos pueden perjudicar. No se puede opinar.
No sé qué va a pasar con este país. No sé si veré el cambio o si me iré de este mundo sin verlo. Pero espero que pronto salgamos de esta situación y que esta gente pague por todo lo que nos han hecho. Después de toda nuestra historia, no nos merecemos vivir así.
Sami, periodista recién exiliado: “Me preguntan cuándo voy a regresar, no tengo la respuesta”
Hace casi un mes tuve que irme de mi país. Lo que más me duele es que no puedo ver a mis hijos. No puedo abrazarlos ni besarlos. Estar junto a ellos si me necesitan. No puedo contarles cuentos cuando se van a dormir. Lo que más me duele es que cuando me preguntan cuándo voy a regresar, no tengo la respuesta. Duele porque no he hecho nada malo por lo que deba huir.
Estoy en un lugar donde ni siquiera puedo hacer una transacción bancaria porque no tengo un pasaporte, ya que el Gobierno decidió que yo no debo tener uno, sin brindar explicaciones del por qué. El cambio, de un día a otro, ha sido tan fuerte y traumático que a veces debo tomar una pastilla para dormir para así ya no pensar en toda la vida que fui obligado a dejar en Nicaragua.
Nicaragua es en estos momentos como una gran propiedad de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en la cual debes vivir según lo que ellos determinen. No valen las leyes, las instituciones, el derecho internacional. Lo único que vale es la voluntad de los Ortega Murillo.
Sencillamente no hay libertad. Nicaragua es un país “fallido”. Hay que construirlo de nuevo porque actualmente no sirve. Incluso, si cae la dictadura Ortega Murillo, vamos a demorar muchos años en reconstruirlo.
Duele cada noticia que aparece sobre represión, persecución y todas las violaciones de derechos humanos que cometen los Ortega Murillo, porque el país se va destruyendo cada vez más, pero, los nicaragüenses, quienes lo notan, no pueden hacer mucho porque serán perseguidos y encarcelados. Es triste.
La dictadura persigue a todo el que ellos consideren que es un peligro para que ellos se mantengan en el poder. La mayoría de las veces ese temor es injustificado. Hay que sacar a nuestros hijos de Nicaragua. Este país no les garantiza futuro.
No puede haber calidad de vida en un país donde hay personas presas por pensar diferente a los gobernantes, donde fueron asesinadas cientos de personas inocentes y no hay justicia para ellos y sus familiares. Tampoco donde cientos de miles de personas tienen que salir del país, por motivos económicos o políticos, y las familias quedan fracturadas. No puede haber calidad de vida en un lugar donde no podés expresar libremente tus ideas porque si lo haces caes preso o te disparan.
Hay temor entre la población, pero pienso que ese temor no es por uno mismo, sino por nuestros familiares. Muchos no actúan para que sus familias no sufran represalias, pero llegará un momento en que el pueblo dirá basta. Eso será triste, por el derramamiento de sangre inocente. Lo que ya ha ocurrido tantas veces en Nicaragua, desde la época de los primeros años de la independencia.
La dictadura no podrá con la necesidad de libertad que ahora mismo hay en el pueblo nicaragüense.