Artistas replantean la crisis del agua en la frontera entre EE.UU. y México

Recuperar el Río Grande/Río Bravo como río, no como puesto de control fronterizo.
Por Caroline Tracey (Border Chronicle)
HAVANA TIMES – Las infraestructuras del agua y los documentos que las regulan cargan con un pesado bagaje conceptual. Los embalses, represas y canales simbolizan el dominio colonial sobre los paisajes. Hacen promesas grandilocuentes de modernidad. Son emblemas de desigualdad y despojo. En su actual estado de deterioro, simbolizan la desinversión; a medida que el cambio climático reduce los mantos de nieve y las lluvias, su vaciedad exhala pérdida.
En las tierras fronterizas, la infraestructura hídrica adquiere otra capa: se convierte en parte de la maquinaria de división e inequidad de la frontera. El 28 de abril, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum y el presidente estadounidense Donald Trump anunciaron que habían llegado a un acuerdo en un conflicto en curso sobre las aguas compartidas del Río Grande/Río Bravo. Según un tratado de 1944, México debe entregar 1.75 millones de acres-pie del agua del río a Estados Unidos cada cinco años. Pero el actual quinquenio, que termina en octubre, ha coincidido con una sequía extrema en gran parte del norte de México. Para el 10 de mayo, México solo había entregado alrededor de 600,000 acres-pie, quedando un volumen imposible de más de un millón por entregar en cinco meses.
En medio de la crisis del agua del Río Grande/Río Bravo, tres artistas contemporáneas —Nicole Antebi, Ingrid Leyva y Star Montana— examinan la infraestructura y gobernanza del río desde perspectivas cotidianas e íntimas. Al hacerlo, critican cómo las estructuras y los documentos imponen restricciones tanto al agua como a las personas, y ofrecen visiones de nuevas posibilidades.

En la performance filmada Tratado de Amistad/Treaty of Friendship de Antebi y Leyva, las artistas se sitúan en la orilla del Río Grande/Río Bravo. El escenario es brillante y deslavado, con nubes delgadas que se extienden por un cielo azul y arbustos verde claro que bordean el río.
Las artistas se enfrentan. En sus manos izquierdas sostienen un documento que dice, en letras grandes y dibujadas a mano, TREATY OF FRIENDSHIP / TRATADO DE AMISTAD. Sus manos derechas, mientras tanto, se dan un apretón de manos que, gracias al bucle del video, se vuelve infinito.
Leyva y Antebi han pasado años viviendo, trabajando y colaborando en El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, Chihuahua, ciudades gemelas atravesadas por el Río Grande/Río Bravo. Su performance llama la atención sobre una ironía en el conflicto entre Estados Unidos y México por las aguas del río: el documento gira en torno a la “amistad”.
Desde el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que puso fin a la guerra entre México y Estados Unidos en 1848, ambos países comenzaron a dotar de sentimentalismo a sus contratos. El nombre oficial del documento es Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo. El tratado de 1944 sobre la Utilización de las Aguas de los Ríos Colorado, Tijuana y Grande, por su parte, inicia afirmando que está “animado por el sincero espíritu de cordialidad y cooperación amistosa que felizmente rige las relaciones” entre ambos países. Ese tratado ordenó la construcción de dos represas sobre el Río Grande/Río Bravo, y las autoridades llegaron a nombrar a una de ellas “Amistad”. En su inauguración, el presidente Richard Nixon declaró: “Al dedicar esta represa hoy, también nos rededicamos al ideal de la amistad”.
Pero esa amistad no siempre parece presente. Recientemente, Estados Unidos ha optado por la hostilidad. El tratado de 1944 permite excepciones en la entrega de agua en situaciones extremas como la actual sequía, si ambos países están de acuerdo. Estados Unidos no ha mostrado tal simpatía. Como reportó The Border Chronicle el 13 de mayo, el año pasado senadores de Texas sugirieron retener fondos del Congreso destinados a México como castigo por los retrasos en la entrega de agua. En abril de 2025, Trump acusó a México de “robar” el agua de los agricultores texanos. Cuando amenazó con imponer aranceles adicionales como consecuencia, Sheinbaum anunció que México transferiría inmediatamente agua de sus reservas, sin importar el impacto en los agricultores mexicanos, a quienes también debe servir el tratado.
Cuanto más se prolonga el vigoroso apretón de manos de Leyva y Antebi —renovando formalmente una y otra vez la amistad— más ridículo parece. La “amistad” formalizada insistentemente por los tratados binacionales se revela como algo claramente absurdo. Ninguna amistad real necesita firmarse como un contrato.
Sin embargo, en el humor de la obra, algo humano comienza a reemplazar la amistad contractual. El vínculo auténtico entre las colaboradoras se hace visible cuando comparten la broma de la performance. Incluso el río que fluye tras ellas parece cómplice: sabe reconocer una amistad verdadera cuando la ve.

En Los Ángeles, los puentes de autopistas e intercambios viales definen el paisaje, emblemas omnipresentes de la ciudad. La fotógrafa Star Montana—nacida y criada en Boyle Heights, un barrio predominantemente mexicano y mexicoamericano de Los Ángeles—dirige su lente, en cambio, hacia la infraestructura hídrica. En Star en los túneles del río Los Ángeles, Montana aparece vestida de negro, con el agua hasta los tobillos, enmarcada por las sombras de un túnel enorme e iluminada por el cielo al otro extremo.
Durante muchos años, el río Los Ángeles fue símbolo de abandono. La mayor parte de sus 82 kilómetros fluye dentro de un canal de concreto, a menudo seco y convertido en sitio de desechos. Aunque el río no cruza la frontera entre EE. UU. y México, sí atraviesa fronteras dentro de la ciudad de Los Ángeles, uniendo algunos de los vecindarios más ricos y predominantemente blancos del mundo con comunidades mucho más pobres, muchas de ellas habitadas por inmigrantes y sus familias. Aunque actualmente está siendo objeto de un proceso de revitalización, sigue abierta la pregunta de quién se beneficiará realmente.
Montana se hace parte del paisaje del río: un paisaje humano compuesto de agua negra y muros de concreto, con apenas un pequeño cuadro de verde al fondo, enmarcando su rostro y sus hombros. Sin embargo, sus retratos no son simplemente un comentario sobre la injusticia ambiental. En otra fotografía de la serie, Star entre las plantas del río de Los Ángeles, el verdor toma el protagonismo. Ella aparece con el mismo vestido negro, ahora sumergida hasta los muslos. A su alrededor hay extensas zonas de vegetación, aparentemente alternanthera philoxeroides (planta invasora conocida como alligator weed) y arundo donax (caña gigante), dos especies invasoras cuya proliferación en el río ha sido motivo de preocupación para los ecologistas. Pero Montana no emite ningún juicio sobre ellas como malezas; en cambio, se deja acoger por ellas, como si fuera una más, en el hogar que han creado en el río encauzado de concreto.

Montana también lleva esta sensibilidad al Río Grande/Río Bravo. En Río Grande en Río Bravo, Nuevo México, aparece nuevamente con el agua hasta los muslos y vestida de negro. La paleta de colores del agua, el suelo y las plantas es la misma que la del bucle del apretón de manos de Leyva y Antebi, pero la orientación ha cambiado: en lugar de extenderse horizontalmente a través de la imagen, el río se estrecha hacia la distancia.
Aunque no se ve ninguna represa ni muro de canal, el río se reconoce como un paisaje manipulado, encauzado para fluir recto y profundo. Montana se sitúa en el centro de este canal, de espaldas a la cámara, mirando aguas arriba. Con el cabello suelto sobre los hombros y los brazos colgando a los lados, adopta nuevamente la postura de una planta—arraigada en el lecho del río, permitiendo que el agua la empuje y la mueva con su pulso.
Aquí, el río no solo observa y ofrece espacio para la amistad humana—recibe a la visitante humana como compañera. Como en el caso del río de Los Ángeles, las aguas del río superan la infraestructura que ha intentado controlarlas, transformando el canal en una base sobre la cual crear un hogar exuberante.

Cristina Rivera Garza escribe en su libro Autobiografía del algodón:
“Parados frente a los canales de riego, los visitantes nos quitamos los zapatos y nos lanzamos de cabeza al agua, sin la menor sospecha de que cada una de nuestras voraces y gozosas brazadas se hundía en las corrientes del Río Bravo… ¿Cómo íbamos a imaginar siquiera que las aguas en las que chapoteábamos habían sido materia de disputas diplomáticas entre México y Estados Unidos?”
La obra de Leyva, Antebi y Montana busca recuperar la inocencia que Rivera Garza evoca del Río Grande/Río Bravo en los años setenta—un río siendo un río en lugar de actuar como frontera. Pero para lograrlo, todas las artistas se fueron río arriba, hacia los tramos del río en Nuevo México. En la frontera entre EE.UU. y México, es evidente que las aguas del río están disputadas a causa de la infraestructura de la militarización: postes de acero, alambre de púas y torres de vigilancia. Para acercarse y entrar al río mientras fluye, hay que ir río arriba.
Tal vez no sea tan descabellado traducir esa libertad al segmento fronterizo del río. En un ensayo publicado en el Texas Observer, Antebi escribió sobre lanzarse al río con Leyva y otras amigas y colaboradoras: “Este río, que ha sido casi completamente transformado en un puesto de control fronterizo, aún puede y sí existe como un lugar de recreación y placer.” La obra de Antebi, Leyva y Montana nos asegura que liberar las aguas del control estricto y coercitivo permite, a su vez, conexiones más profundas entre los seres humanos que dependen de ellas—y entre los humanos y nuestros equivalentes vegetales, minerales y líquidos.