Almorzar o comer, el dilema diario de los cubanos

Las personas recorren las calles de Cienfuegos en busca de algún alimento asequible para sus bolsillos / 14ymedio

Por Julio César Contreras (14ymedio)

HAVANA TIMES – Cuando el sol del mediodía calienta las calles de la ciudad, decenas de cienfuegueros andan en busca de algún alimento ligero, y lo más económico posible, que les permita “aguantar” hasta la comida de la noche. Otros ni siquiera tienen esa posibilidad, pues sus bajos ingresos los obligan a restringirse al máximo. Algunos se ven, incluso, en la necesidad de pedir limosnas para alimentarse. Hay quien pasa el horario del almuerzo tomándose apenas un refresco instantáneo o un poco de agua, para al menos hidratarse ante el intenso calor.

“Hasta el año pasado, con 60 pesos se podía comer una pizza aquí. Pero esto lo cogió una mypime y ahora la más barata cuesta 150 pesos”, dice Arelis, de 54 años, que acaba de pasar por la pizzería de la calle 37, en el céntrico Prado de la ciudad. “¿Cuántas me puedo comer al mes, si yo gano 2.800 pesos? Y en el bar de al lado un pan con croquetas vale 80 pesos y no hay quien se lo coma”, se lamenta.

La mujer dice estar cansada de comer pizzas durante toda su vida. “La dieta de los cubanos de a pie es pésima. Comemos a duras penas lo que se puede conseguir y no lo que requiere el organismo. En las casas, nos pasamos todo el mes estirando el poquito de arroz, de frijoles, de chícharos o de lo que aparezca”, relata. Como ella, la mayor parte de los cienfuegueros consultados por este diario refieren que todo el tiempo deben elegir entre almorzar o comer, ya sea porque sus finanzas son insuficientes o porque los alimentos no aparecen.

La madre de Arelis, hasta hace poco, resolvía su almuerzo en un comedor para asistenciados por la seguridad social. Sin embargo, el establecimiento cerró hace algunos meses por reparación y no tiene fecha de reapertura. “Yo vivo muy cerca de la circunvalación y trabajo en el centro, cerca del Parque Martí. Eso significa que, aunque quisiera, no puedo ir a mi casa a almorzar”, aclara Arelis. “Estoy obligada a comerme lo que encuentre, siempre y cuándo no esté por encima de mis posibilidades”.

Varias personas transitan por el bulevar, calle 54, con la esperanza de encontrar algún alimento asequible para sus bolsillos. “Lo único que tomé esta mañana, antes de salir de casa, fue un buchito de café. Tengo dos niños, y lo poquito que aparece hay que dejárselo a ellos, incluyendo la merienda, ahora que empezó la escuela”, afirma Nora, una reconocida profesora universitaria que, sin embargo, confiesa a 14ymedio que pasa hambre y necesidades de todo tipo. Lo que gana no le alcanza y tampoco le permiten impartir repasos particulares.

En el almuerzo algunos únicamente beben un refresco instantáneo o un poco de agua, para al menos hidratarse ante el intenso calor / 14ymedio

“Yo vengo todos los días desde Lajas a trabajar. Salgo a las 5:00 de la mañana, la mayoría de las veces sin desayunar. En todo el día me como algún pancito con cualquier cosa adentro o un barquillo con helado. A las 7:00 de la noche estoy cayéndome de la fatiga”, refiere Jorge, que está a punto de jubilarse. “Yo nunca pensé que después de sacrificarme tanto, me iba a ver en esta situación. Y lo peor es que me siguen pidiendo sacrificio. ¿Hasta cuándo es esto?”.

“Hasta hace unos años atrás, yo podía ir con mi familia a comer fuera de la casa. De vez en cuando nos íbamos para el restaurante La Covadonga, allá en La Punta, y pasábamos un buen rato. Ya todo eso se acabó”, asegura el hombre. Explica, además, que con un sueldo promedio sólo se alcanza a comprar lo básico para una o dos semanas a lo sumo. “¿Y después, qué? ¿De dónde sacas la carne, las viandas y después productos que requiere el cuerpo? Así no hay quien resista”.

En cualquier cafetería, ya sea en la calle San Carlos, Santa Clara o Industria, un sándwich puede costar 150 pesos como mínimo, no importa el lugar donde se venda ni la calidad del producto. “Me da pena con mis hijos porque salen de la escuela, desesperados por comer algo. Entonces, tengo que echarle mano a la bolita de pan mugrienta que venden por la libreta y añadirle cualquier cosa para que puedan llegar a la hora de la comida con algo en el estómago”, explica Nora.

Ella y su familia se han visto forzados a no consumir leche de vaca porque no pueden pagarla al precio que la venden los particulares. “Es criminal el trabajo que estamos pasando. Siento como si nos estuviéramos muriendo lentamente”, opina la profesora mientras ve a un grupo de turistas extranjeros almorzando en el hotel La Unión, perteneciente a la cadena española Meliá. “A esta hora mis hijos deben estar tomándose un vasito de yogurt, junto con un poquito de arroz amarillo que sobró de anoche. Creo que sobran las palabras”, señala.

La crisis alimentaria en Cienfuegos no discrimina, comenta Arelis: “El hambre en este país no se fija en el color de la piel o en el nivel intelectual de las personas. Hay quien se ve muy bien vestido y no ha probado bocado alguno durante todo el día”. En Cienfuegos es común observar restaurantes particulares abiertos en diferentes horarios, con porteros que esperan inútilmente la entrada de consumidores. Mientras el menú exhibe platos atractivos con precios alucinantes, la gente pasa de largo preguntándose qué podría inventar para comer.

Lea más desde Cuba aquí en Havana Times.