Al fracasar la rebelión de los barberos cubanos, David se fue

Las barberías privadas en La Habana no escapan de la crisis de escasez de insumos y algunas se ven obligadas a recurrir al mercado negro, donde pagan precios de oro. (14ymedio)

El joven cubano relata sus maniobras para conseguir los productos básicos de su negocio en medio del desabastecimiento de la Isla. Eventualmente desistió y migró en marzo pasado a EE.UU.

Por Alejandro Mena Ortiz (14ymedio)   

HAVANA TIMES – David dejó su sueño de ser estomatólogo para abrir una barbería en La Habana en 2016, uno de los mejores años de la historia reciente de Cuba, con la visita de Barack Obama, el turismo tocando el cielo y las esperanzas de cambios más vivas que nunca. Seis años después, y tras un traumático periplo en la «ruta de los volcanes», cuenta a 14ymedio cómo debió abandonar la Isla y su próspero negocio por la persistente negativa del régimen a abrir el mercado interno.

«Empecé de cero como empieza todo el mundo, con las cosas básicas y principales, fui creciendo en el negocio y en 2018 puede ampliar y tener un trabajador. Fui ganando experiencia y clientes, mejorando, porque me tuve que preparar y pasé cursos de estilismo», relata desde su nueva residencia, en Naples, Florida, donde llegó en marzo de 2022.

Hasta ese momento, y como tantos barberos cubanos, David tenía que recurrir al mercado negro para adquirir sus productos. La resistencia del Gobierno a crear mercados mayoristas para los negocios por cuenta propia limitaba (como sigue limitando) la capacidad de los emprendedores para conseguir materiales con los que trabajar y los empujaba a sumergirse en la ilegalidad, exponiéndolos a todo tipo de multas en las inspecciones.

«Los barberos nos comunicábamos en un grupo de WhatsApp en el que nos ayudábamos a encontrar material de trabajo que en Cuba es muy dificil de conseguir, por ejemplo una cuchilla de afeitar de hojas había que comprarla en el mercado negro, porque no hay. No existen. Entonces, ¿cómo justificas para tu trabajo? Y eso es un material básico, porque para cada cliente necesitas una cuchilla», explica. En aquella época, el precio era de 15 pesos cada una y David está convencido de que, actualmente, el precio habrá escalado infinitamente, y todo se traía de otros países.

La resistencia del Gobierno a crear mercados mayoristas para los negocios por cuenta propia limitaba la capacidad de los emprendedores para conseguir materiales con los que trabajar

La única fórmula habilitada por el Gobierno para que los barberos compraran sus materiales de trabajo era adquiriéndolo, esporádicamente, en tiendas en moneda libremente convertible (MLC), pero ellos debían cobrar su trabajo en moneda nacional. Si las cosas eran complicadas antes de la Tarea Ordenamiento, con la unificación monetaria y la inflación galopante, la situación pasó de mal a peor.

«Para comprar al Estado, que hacía la conversión de 24 pesos por un dólar, yo tenía que perder dinero, porque tenía que comprarlo en el mercado negro [donde desde el inicio la moneda estuvo al doble de la tasa oficial]. Además, tengo que justificarlo, poner todo en un papel para declarar mis impuestos. ¿Cómo justificas algo así, si en la calle nadie te va a dar un vale?». David explica que las cosas que necesitaba adquirir en el mercado informal no eran puntuales sino básicas, desde las citadas cuchillas a talco o colonia y hasta frazadas para limpiar el suelo –aunque «bueno, el cubano siempre inventa y se limpia con un pulóver viejo», cuenta.

Como muchos cubanos, David dejó la Isla a través de la ruta de Nicaragua y llegó a Miami en marzo de 2022, donde hoy intenta regular sus documentos como migrante. (14ymedio)

Lo peor, pese a todo, fue el tope a los precios que el Gobierno de La Habana decretó a inicios de 2021. El precio máximo por un corte era de 25 pesos, como contó la prensa local en un artículo en el que mencionaba las multas impuestas por violar la normativa. «En la Barbería Los Amigos, una unidad arrendada, en 17 y H, se notificó al cuentapropista con una multa de 8.000 pesos a tono con lo establecido en el Decreto Ley 30, por cobrar a 50 pesos el pelado, cuando su precio establecido es de 25», rezaba el texto.

David recuerda aquel caso a la perfección. «Hacia una semana que había llegado una ley de que el corte no podía exceder los 25 pesos y los barberos empezaron a protestar. Se pasaron tres meses acosando a los barberos, sonó mucho ese muchachito que trabaja frente a 17 y H. El local de él era del Estado, pero es que tú le estás pagando. Yo no puedo permitir que alguien me diga cuánto es lo que tengo que cobrar por mi servicio. Yo puedo tener competencia y que eso me obligue a emparejar mi precio, porque si yo cobro 100 aquí y aquel cobra 80 y tiene las mismas cosas que yo, es obvio que lo bajo. Pero no que venga alguien y me diga que tengo que cobrar tanto por eso», lamenta el barbero.

«Yo prefería cobrar menos y cuidarme antes que me pusieran una multa de 8.000 pesos y me retiraran la licencia, porque eso son cuatro salarios mínimos, así que para pagarlo era bastante trabajo», cuenta David, que rememora la fallida rebelión de los barberos. «Los que trabajaban en los locales del Estado tienen una empresa contra la que ellos sí llegaron a manifestarse, pero no resolvieron nada».

«Es duro, porque pierdes muchas cosas, amistades, familia, pierdes algo que es parte de ti, pero no hay nada más bonito que vivir en libertad»

Aquella combinación -la imposibilidad de comprar productos para mantener su negocio de manera legal, el tope a los precios y el riesgo a ser multado- le quitó la ilusión por su trabajo y lo incentivó a abandonar la Isla a través de Nicaragua.

El trayecto no fue fácil. David sufrió el miedo a ser descubierto por las autoridades de los países que debió atravesar y vio morir a una persona a pocos metros de él en el cruce del Río Bravo que, a sus 29 años, lo marcó de forma muy dura. Pero irse era una necesidad, sobre todo desde que el 11 de julio vio cómo muchos jóvenes eran detenidos y encarcelados por decenas de años sencillamente por protestar por lo que consideraban justo.

Ahora, desde la tranquila Naples, lidia con la burocracia estadounidense para regularizar su situación, pero las cosas van mejorando. «En marzo cumplí años. Mi familia se había juntado toda y me llevaron a una feria grandísima, donde había aparatos y juegos. Me fui a comer una pizza con mi prima y miro para atrás y veo un policía detrás de mí. Claro, yo vengo con la idea de que un tipo así, en tu país, te reprime», reflexiona.

A los cubanos les invita a reflexionar antes de seguir el camino que él tomó porque considera que la emigración es una decisión muy personal, a la vez que arriesgada. Les dice: «Abran los ojos, vean su propia realidad y hagan lo que tengan que hacer para escapar, que no se van a arrepentir. Es duro, porque pierdes muchas cosas, amistades, familia, pierdes algo que es parte de ti, pero no hay nada más bonito que vivir en libertad».

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