Acordes que asustan

Dixie Edith

Telmarys:  “How wrong you are about life my love, how wrong.”
Telmarys: "que equivoca'o tú estás de la vida mi amor, que equivoca'o."

HAVANA TIMES, Sept. 15 (IPS) – La música, como sucede con casi todas las manifestaciones culturales, puede convertirse en vehículo de legitimación de la violencia, en particular la de género, a juicio de no pocos especialistas.

“Estamos experimentando una suerte de asimilación cultural de la violencia, que se traslada a otros escenarios,” asegura el doctor en Ciencias Psicológicas Manuel Calviño, profesor de la Universidad de La Habana.

Comunicador con amplia experiencia en los medios audiovisuales, Calviño sostiene que “los modos de cantar, de bailar, la gestualidad, el modelo de las relaciones interpersonales están cada vez más matizados por una sobredosis de agresividad.”

Ya en la década de los noventa del siglo XX, medios cubanos de prensa, como el diario Juventud Rebelde y la revista Bohemia, habían promovido debates públicos, no acerca de la violencia en la música, pero sí sobre la “vulgaridad” de algunas canciones del repertorio popular cubano.

Entonces, el llamado Caballero del Son, el músico Adalberto Álvarez, aseguraba al diario que en aquellos momentos había, entre compositores y músicos, un nivel de creación muy bajo y formulaba varias interrogantes: “¿Alguien se ha puesto a pensar por qué músicos se va a reconocer a Cuba, dentro de 30 ó 40 años? Ahora todavía se habla de Bola de Nieve, Rita Montaner, el Benny… Salvando las excepciones honrosas, nosotros, ¿qué vamos a dejar al futuro?”

Según el sonero, había mucho facilismo: “El 90 por ciento de todo, de la mediocridad y los textos vulgares, está en el facilismo,” afirmaba. Una certeza compartida entonces por otros músicos como Pachito Alonso, director de una orquesta de música bailable.

“El auge de la timba y el reguetón trajo consigo letras semántica y simbólicamente agresivas para quienes escuchan, tanto para hombres como para mujeres,” sostuvo en 2007, una década después, Teresa Montoya, quien estudió el discurso de cantantes cubanos de timba y reguetón para su trabajo de diploma en la Facultad de Humanidades del Instituto Superior Minero-Metalúrgico de Moa, en la oriental provincia de Holguín.

Pero, aunque ritmos como el reguetón y la timba han sido llevados al banquillo de los acusados en años recientes -junto al hip-hop, el rap y hasta la salsa-, por letras y gestualidades vulgares y agresivas, el asunto de la violencia en la música trasciende a los géneros e, incluso, a quienes la producen.

“Recuerdo que, cuando era una niña, en la década de los ochenta, mi tía escuchaba una y otra vez las canciones del dúo Pimpinela, de Argentina, que narraban casi siempre batallas campales dentro de una pareja, con muchos insultos y poca comunicación,” contó Adria Ramos, abogada de 36 años.

“Antes no se reparaba mucho en la violencia, pero si hoy hacemos un análisis de aquellos textos y de otros de la música pop, o incluso de boleros tradicionales, descubriremos agresiones de todo tipo,” aseveró Ramos.

La psicóloga Sandra Álvarez, máster en Estudios de Género y creadora del blog Negra cubana tenía que ser, donde ha escrito más de una vez sobre el tema, coincide con Ramos. “Hay gente que hace música e imprime sus valores, prejuicios, creencias, etcétera, a lo que escribe. Tan solo eso. Hay letras de boleros tan violentas y agresivas como el peor de los reguetones, o la canción más famosa de las salsas,” dijo.

Más que efecto de la poca preparación o profesionalidad a la hora de componer, Álvarez ve la reproducción de patrones y hábitos sociales heredados, que mucho cuesta transformar. Para ilustrar, la psicóloga citó algunos versos de canciones de géneros diversos.

Así, “tú eres una bruja, una bruja sin sentimiento” o “las mujeres son malas, las mujeres son zorras,” vienen de la música popular bailable; mientras “en la cárcel de tu piel, estoy preso a voluntad” es apenas una muestra de una tradicional balada romántica.

En similares líneas han reflexionado, más de una vez, el conocido musicólogo cubano Leonardo Acosta y la investigadora Teresa Montoya. Para el primero, el centro de la cuestión tiene que ver con que la música, necesariamente, deviene crónica de la vida cotidiana: “¡Cuánta gente se queja, por ejemplo, del machismo en las canciones de salsa! El problema no son los compositores, sino una herencia de años. Los cubanos somos machistas,” afirmó años atrás en entrevista al diario cubano Juventud Rebelde.

Montoya, en tanto, sostiene que “el texto escrito constituye, junto con su soporte musical, una representación estética, sensible, concreta, de la realidad en que surge.  A través de su prisma, el autor nos transmite vivencias ricas en percepciones, ideas, emociones y vivencias, todo en dependencia del contexto social en que este se desarrolla,” precisó en su ponencia sobre la violencia en la timba y el reguetón, presentada en el Coloquio internacional violencia/contraviolencia en la cultura de mujeres latinoamericanas y caribeñas, organizado por el Programa de Estudios de la Mujer, de la Casa de las Américas, en 2008.

Dentro de la violencia, la ejercida contra las mujeres es la más frecuente, coinciden especialistas. La agresividad contra las mujeres resultó “el tema más repetido” al estudiar la violencia en el video clip cubano, según Karen Rodríguez López-Nussa, investigadora del Centro para el Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello.” En dichos videos, “las marcas más o menos solapadas de violencia contra mujeres se repiten sin descanso, lo cual evidencia que, en nuestra sociedad, son vistas como algo natural o, simplemente, no se ven ni se sienten como violencia.”

Para la colega Aloyma Ravelo, periodista especializada de la Editorial de la Mujer, el peligro está en que “tal como la ternura se aprende en el curso cotidiano de la vida, también se asimila la humillación. ¿Cómo aprender que el sexo es delicadeza, entrega y respeto mutuo, si las canciones que zumban en sus oídos están diciendo exactamente lo contrario?

¿De qué manera comprenderán que el encuentro amoroso entre dos cuerpos no puede ser “dar palanca, hierro, man,” sino entregar alma y piel en un abrazo?,” advierte Ravelo.

El temor de esta experta se sostiene en una realidad argumentada por no pocos estudiosos: lo que se repite y repite, termina por instalarse como verdad y norma. Así, Ravelo recomienda no seguirle la rima a la vulgaridad.

“No hay que cantar lo que sea, por muy pegajoso que resulte, ni dejarse llevar o hacerse eco de esas letras que sitúan a hombres y mujeres en sitios denigrantes. Hoy es un estribillo, pero mañana puede convertirse en cruda realidad, de la que somos cómplices por asentir rítmicamente con las caderas,” reflexiona.

Por suerte, según la psicóloga Sandra Álvarez, hay canciones para repetir, como aquella de Telmarys, una joven cantante vinculada al interesante proyecto Interactivo, que dice, como respondiendo a tanta humillación a la mujer en las canciones: “que equivoca’o tú estás de la vida mi amor, que equivoca’o.”

(Tomado del Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe/SEMlac)