¿A dónde vas, Marta?

Tomada de Facebook

La historia de mi amiga es similar al camino transitado por muchas madres, parejas, abuelas y padres que han sido separados de sus hijos…

Por Leonardo M. Fernández Otaño (El Toque)

HAVANA TIMES – Conocí a Marta Perdomo en 2021, cuando con varios amigos realizaba el acompañamiento a los familiares de los presos políticos del estallido social del 11J. Esta mujer a quien conocí a través de una conversación telefónica me sigue sorprendiendo cada día por su capacidad de resiliencia y su profunda vocación cristiana, que le impide injuriar a sus represores. Con el pasar del tiempo, las soledades, la represión y mi salida del país, el apoyo y la comprensión mutuos convirtieron nuestra relación en una sólida amistad.

Este texto es para Marta. Quiero desterrar los academicismos, pues en estos días he contemplado la postura indolente de varios intelectuales que se vuelven cómplices de la represión y de la ausencia de derechos de la ciudadanía violentada. Opto por contar la historia de una mujer que se ha tenido que reinventar y que ha experimentado un proceso de concientización política desde que comenzó a exigir la libertad de sus hijos.

La historia de mi amiga es similar al camino transitado por muchas madres, parejas, abuelas y padres que han sido separados de sus hijos después de las manifestaciones populares en las que se exigió un mejor país, los días 11 y 12 de julio de 2021. 

Marta es, primero, la madre de Jorge y Nadir Martín Perdomo, dos jóvenes que fueron detenidos la tarde del 17 de julio de 2021, después de haber participado en las protestas en su natal San José de las Lajas. Antes del 11 de julio de 2021, la familia Martín Perdomo habitaba un hogar alegre, aunque atravesado por las dificultades de una Cuba en constante crisis.

Cada tarde la familia se reunía para tomar café en la casa paterna y charlar un rato. A la vez, Marta y su esposo Jorge se percataban de que sus hijos iban tomando conciencia política, movidos por los sucesos cívicos que ocurrieron en la isla a partir de noviembre de 2020. Después de la detención del 17 de julio de 2021, todo cambió para los Martín Perdomo. Se iniciaba el vía crucis de Marta quien, siendo una costurera de barrio, ha demostrado un proceso de maduración cívica que nace del sentimiento central de su vida, la maternidad.

Varios sucesos han marcado los últimos años de su vida. Meses sin poder ver a sus hijos. Sentir la impotencia que genera saber que sus descendientes fueron torturados en la Prisión del SIDA en Mayabeque. El proceso penal politizado de Jorge y Nadir, de los continuos chantajes de la Seguridad del Estado y de la separación de los hermanos en diferentes unidades penales. 

Marta, en compañía de su esposo y su nuera Greicys, ha mantenido su exigencia cívica; la cual comienza con gestos concretos como poner un cartel en la fachada de su hogar. 

La libertad de «sus muchachos» la ha obligado a sobreponerse a las barreras del miedo y el dolor: los interrogatorios, las detenciones, las amenazas, el rechazo social, el abandono de sus vecinos y la muerte de su anciana madre sin la presencia de sus hijos. Marta, sin ser activista y ganándose la vida al pie de una máquina de coser, demuestra a activistas, artistas y académicos que la libertad y el espíritu cívico nacen en el gesto concreto, alejado de las estridencias y de los protagonismos. Marta, en compañía de su amiga de lucha Lissette Fonseca, inició una marcha cada domingo por las calles de la ciudad para exigir la libertad de sus hijos y la de todos los presos políticos. Han caminado sin punto de llegada, han ido a la Iglesia del pueblo o al cementerio en el que descansa su madre. 

Marta no se ha rendido. Ha cargado con el peso de la educación y la manutención de tres nietos y con las fracturas de sus familiares, porque el dolor por la injusticia deteriora y fractura. Ella se vistió de negro en signo de luto y ha sido secundada por decenas de madres y padres. Esta costurera de San José ha demostrado la importancia de la concordia y el consenso. Con su instinto maternal apuesta por la cultura del encuentro y por ello la Seguridad del Estado la ha sometido a tantos tratos denigrantes. 

En medio del clima de desolación e impotencia, decenas de madres también se han visto obligadas a preparar un saco de alimentos y a pagar taxis a precios exorbitantes para llegar a las instituciones penales. La trama familiar se agudiza por la peor crisis económica de los últimos 30 años. Ante la ausencia de derechos fundamentales, los disimulos intelectuales y los lavados de rostros al poder constituyen un delito contra la dignidad humana. 

Apoyar la lucha de tantas madres cubanas —como Marta— constituye hoy un deber humano. La exigencia cívica de libertad para sus hijos, que traspasa cualquier matiz político, demuestra que Marta sabe muy bien a dónde va.

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