A 30 años de Fresa y Chocolate el abrazo más icónico del cine cubano

Fotograma de Fresa y Chocolate

Por Persona Protegida (El Toque)

HAVANA TIMES – Este 2023, el culmen de la historia cinematográfica cubana cumple treinta años de su estreno. Muy cerca de la reciente entrega 95 de los Premios Óscar, Fresa y chocolate cobra la eternidad y el frescor que hacen de un largometraje el símbolo de una nación. La película estrenada en 1993, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, se basa en el cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo” del escritor Senel Paz. Narra la amistad entre David (Vladimir Cruz), un joven comunista, idealista y heterosexual, y Diego (Jorge Perugorría), un hombre homosexual culto y crítico con el régimen en la década de 1970. 

Fresa y chocolate fue el primer largometraje de ficción en abordar abiertamente el tema de la homofobia en Cuba; así como otros temas tabúes del momento: la religión, el arte, la libertad de expresión y artística. Hasta la fecha, es también la única película cubana nominada al Óscar como mejor película extranjera.

Mérito cinematográfico de Fresa y chocolate 

Fresa y chocolate destaca por su calidad artística, un guion inteligente y emotivo que cautiva al público. Presenta una dirección que de forma precisa y sensible mezcla una fotografía cuidada y colorida, una música envolvente y un montaje dinámico. La película combina humor e ironía con drama e intensidad para retratar una realidad compleja y contradictoria, la Cuba de finales de los años setenta.

El contraste entre los dos personajes principales para mostrar las diferentes formas de ver el mundo es un acierto de los directores. David representa al joven revolucionario fiel al sistema, pero ingenuo e intolerante; Diego muestra al hombre que se rebela contra la opresión, pero que también busca comprensión y afecto. El largometraje utiliza símbolos visuales para reforzar sus mensajes. Por ejemplo, el apartamento decorado con obras de arte muestra la cultura de Diego; el balcón desde donde observa la ciudad simboliza su distancia. 

La película tiene un mérito cinematográfico indudable: es una obra maestra creada con escasos recursos económicos, pero con mucha creatividad e ingenio. Además, tiene un mérito histórico, ser pionera en abordar temas delicados en una época difícil para Cuba como fue el Período Especial —como se nombró a la profunda crisis socioeconómica que atravesó la isla desde inicios de la década de 1990—. Su nominación al galardón más codiciado del mundo cinematográfico, en la categoría Mejor Película Internacional, tuvo todo el sentido del mundo. Junto a la nominación de Mejor Canción Original de Ernesto Lecuona en 1942 por la canción “Always in my heart” en la cinta homónima, y la reciente candidata a Mejor Actriz Ana de Armas, por su rol principal en Blonde, son las tres nominaciones cubanas a los premios de la Academia hasta la fecha.

Vladimir Cruz en el papel de David

Temas tabúes en la Cuba de los setenta

Los espectadores cubanos asimilaron los temas que se tratan en el filme con sorpresa y mediados por un fuerte debate. Fue prácticamente un fenómeno masivo en la isla; se proyectó en la mayoría de salas del país, incluso en los cines de barrio, con todas las butacas llenas. Provocó en las personas desde una gran reflexión y apertura hasta el rechazo. Pero lo cierto es que alcanzó a un alto porcentaje de la ciudadanía cubana. La homosexualidad era uno de los temas más polémicos en la isla porque había sido perseguida durante mucho tiempo por el Estado cubano bajo acusaciones de desviación ideológica, sobre todo porque afectaba la imagen que quería dar la Revolución.

Muchas personas LGBTIQ habían sido enviadas a campos de trabajo forzado o habían tenido que exiliarse o esconder su orientación sexual para evitar el estigma social. En el propio filme se menciona a las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) y el caso particular del cantautor Pablo Milanés. A estos campos de trabajo enviaban a todo aquel que no coincidiera con los estándares del hombre nuevo, ya fuera por su pensamiento, su orientación sexual o por profesar una religión. Si bien un segmento de los espectadores entendió que el filme era una forma de lavado de cara de las UMAP, la película mostró una imagen diferente de las personas LGBTIQ, distinta a la patologización que muchas veces dibujó la propaganda del Gobierno cubano.

Fresa y chocolate abrió el debate sobre otros temas tabúes como la religión, el arte y la libertad de expresión. La religión había sido marginada por el Estado al considerarla un mecanismo de alienación o simple superstición. En el filme, sin embargo, se muestra como una fuente de consuelo y esperanza.

Por otra parte, la década de 1970, en la que se desenvuelve la historia, estuvo marcada por una fuerte censura y persecución a los creadores. Desde casi los inicios del proceso revolucionario, un sector del panorama artístico había sido rechazado por el sistema bajo acusaciones de elitismo o subversión. El largometraje también mostró una imagen diferente del arte: no como un lujo o un peligro, sino como una forma de expresión y belleza. El conflicto se muestra a través de la censura de la exposición de piezas folclóricas y la respuesta de Diego desde sus principios intachables. 

La libertad de expresión siempre ha sido un tema espinoso en Cuba. La persecución y el señalamiento si decías lo que pensabas, si pensabas distinto a lo establecido como «correcto», ha sido un problema de la Revolución cubana y una violación de los derechos humanos desde sus albores. Un problema que marcó y modificó el comportamiento de las personas. Cuando Diego habla mal del Gobierno, pone música alta, para evitar que algún vecino escuche su discernimiento. Hablar mal del Gobierno se puede entender en esta película como decir una simple verdad discrepante con las políticas del Estado. 

Opinión internacional

La crítica internacional sobre la película fue mayoritariamente positiva y elogiosa: fue aclamada por la prensa especializada y el público general en los festivales y salas donde se proyectó; recibió numerosos premios y reconocimientos tanto en América Latina como en Europa y Estados Unidos. Fue considerada una obra maestra del cine cubano y latinoamericano, así como un ejemplo de cine comprometido con la realidad social y política. También fue vista como un signo de apertura y cambio en Cuba, así como una invitación al diálogo y a la tolerancia. La tolerancia que propone la cinta es, de cierta manera, uno de sus límites. Hoy debemos hablar de respeto a la diversidad y reconocimiento de derechos.

Sin embargo, también tuvo algunas críticas negativas y fue vista con reserva en ciertos círculos. Algunos sectores conservadores o anticastristas cuestionaron la veracidad o la intención de la película, señalándola de propaganda comunista o gay. Asimismo, sectores revolucionarios la consideraron oportunista y una traición, al acusarla de ser una concesión al imperialismo o al mercado. Medios académicos o artísticos cuestionaron su originalidad o calidad, al valorarla como un melodrama convencional o una copia de otras películas. 

A pesar de ello, sus galardones fueron diversos: varios Premios Coral en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el Premio Goya en la categoría de Mejor Filme Extranjero de Habla Hispana, el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

La opinión internacional fue en general más favorable que desfavorable. La mayoría de las personas coinciden en que el filme contribuyó a difundir y a prestigiar el cine cubano y latinoamericano en el mundo.

Mensaje político del filme 

La película hace varias críticas al Estado cubano desde una perspectiva constructiva pero no radical. Cuestiona el dogmatismo, el autoritarismo, el burocratismo, el sectarismo, el machismo, el fanatismo y el oportunismo que caracterizan al Estado cubano. También denuncia la carencia en la isla de democracia, de participación, de transparencia. Muestra la falta de eficiencia de los sectores estatales, de solidaridad, de equidad y de justicia. Propone una visión más humana, más diversa, más crítica y creativa de lo que debería ser una Revolución.

Fresa y chocolate no es una obra artística contra la Revolución cubana, sino a favor de una mejor Revolución cubana. El largometraje nunca renegó de los logros y los valores del proceso revolucionario: reconoce sus errores y sus desafíos. Busca el diálogo y la reconciliación entre los cubanos. 

El abrazo final es la metáfora más bella y exacta posible de la fusión de dos elementos que se complementan. El joven comunista que vive en un mundo blanco y negro donde todo está definido por la ideología oficial, y el artista que vive en un mundo más fresco y real, donde todo está impregnado de belleza. Al abrazarse, los dos personajes han creado una mixtura más compleja, un símbolo de la diversidad y el respeto.

Fresa y chocolate merece ser vista y analizada por todos sus méritos cinematográficos, su impacto social y por la realidad palpable y descarnada que refleja, la complejidad de la Cuba de aquellos años. Es una celebración a la amistad y al amor entre dos personas tan diferentes y tan iguales. Es el abrazo que se necesita, y muchos no quieren dar. Otros tantos no desean que se les abrace. La “cena lezamiana” siempre ha estado en la mesa para todos los comensales que sean capaces de degustarla.

Vea Fresa y Chocolate completo aquí: https://youtu.be/g5PCk4eG9J4

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