Si te disparan sangras

Leonid Lopez

El barrio donde yo creci.
El barrio donde yo creci.

Yo crecí en un barrio de Ciudad Habana, Cuba, bien alejado del centro de la ciudad.  Fue uno de los barrios formado por decenas de edificios rústicos que resolverían vivienda a miles de gentes pobre en los años 70 del pasado siglo.

Estos edificios fueron ocupados en un principio por militares de bajo rango y luego por personas que tras 5 años trabajando en brigadas de la construcción les otorgaron su apartamento.  Entre los primeros bendecidos de apartamentos y los segundos hay cierta diferencia.

Los primeros fueron premiados por su labor en las Fuerzas Armadas a favor de la revolución triunfante de 1959 y los segundos tuvieron que ganarse a fuerza de duro trabajo su vivienda. Sin embargo dos cosas igualaban entrañablemente a los dos grupos.

Ambos deberían recibir aquellas viviendas como un regalo bondadoso de la revolución y además debían tener un expediente laboral y moral que hablara a favor de su entrega a la revolución.

Así los fundadores de mi barrio eran gente humilde y entregado a las ideas gobernantes.  Crecí y viví siempre allí y en mi niñez fue muy fácil creer en la idea de la igualdad con la que se nos educó en la casa y la escuela gracias a que todos vivamos de idénticos básicos sustentos y crecíamos lejos del centro de la capital donde se daba toda la vida social y cultural y desde donde se dictaba el límite de nuestras mentes.

En eso no pensaba en esos tiempos de homogeneidad.  El problema vino al pasar los años y viajar a otros barrios de la ciudad como El Vedado o Miramar.  Siempre se me dijo que Cuba era de los revolucionarios y nunca hasta mi temprana juventud me enteré de que alguien estuviera en contra de la revolución.  Así que en aquellos barrios de lujosas casas debieron vivir otro tipo de revolucionarios, mas bendecidos, sin dudas, que mis vecinos.

Aunque eso hizo un poco de ruido en mis primeros pasos formándome una propia conciencia política el muro de Berlín en mi cabeza no se vino abajo aún.  Fue luego de descubrir la lógica heterogeneidad social que me empecé a llenar de dudas.

Fue difícil encontrar fuentes de información para llenar mis inquietudes de saber, pues las oficiales eran muy pocas e idénticas y estaban en manos de los mejores bendecidos de hogar, que al ser beneficioso el orden de las cosas que habían logrado perpetuar no querían intervención de otras ideas que destruyeran el muro de sus casas.

Encontrarlas me hizo ver que por mucho tiempo me había conformado con darle rumbo a mi vida guiado por una sola voz.  Esa voz era como la de un padre severo que me había dado todo y que en pago debía darle toda mi energía y confiar ciegamente en que el sabe que es lo mejor para mí en todo aspecto del pensamiento y el actuar.

Agradezco mucho haber crecido entre palabras y llamados de igualdad, pero eso te llega a calar tanto que un día quiere uno seguir haciendo ese llamado con propia voz.  Dos razones básicas amparan este deseo, las voces que gritan a mi alrededor en Cuba repiten palabras que solo vienen de sus gargantas, sin mediar pensamiento o respeto profundos y el terreno donde la igualdad se da ha cambiado suficiente ya en mi país, de manera que hay otros poderosos gestores de desigualdad que renuevan las injusticias.

Tuve que estar un poco lejos de Cuba para darme cuenta de que lo natural de querer cambiar la realidad, desear escuchar voces nuevas más justas.  En Cuba me daba miedo pensar siquiera en esto.  Hasta tal punto es visto y castigado este hecho a la altura de un pecado mortal.

Últimamente se oyen otras voces en mi país, eso aunque disguste a los aplasta gargantas, que siguen alzando sus botas como en todos lados y todo tiempo, hace mas respirable el ambiente. ¿Cómo pudieron callarlas por tanto tiempo?  Difícil explicarlo.

Hace poco leí una frase en una novela japonesa: Si te disparan sangras. La lógica de esta afirmación no se por qué sigue dando vueltas en mi cabeza y de ella por ahora solo saco en claro una cosa: quiero escoger yo ante que balas pongo mi pecho.