Probablemente muera sin verla pasar

Erasmo Calzadilla

Playa del Este, La Habana. Foto: Caridad

Probablemente muera antes de haberme acostado con un hombre.  Tengo amigos que me cuentan maravillas y se apiadan de mi por lo mucho que me estoy perdiendo, pero hoy por hoy no me atrevo a dar el paso.

Antes fui más valiente, rondaba los 4 años cuando mi familia me atajó un día desnudo en un closet con otro amiguito.  Tuve que esperar a la adolescencia para comprender, leyendo un libro de psicología, de lo frecuentes y normales que eran tales iniciaciones a la vida sexual, pero en aquel entonces mis parientes se lo tomaron a la tremenda y comenzaron un arduo trabajo de persuasión para evitar mi “desviación al otro bando.”

Y fue tan efectivo su proceder que, luego, cuando crecí y mentalmente me  abrí a esa posibilidad, entonces ya no podía siquiera resistir la cercanía de hombres intentando seducirme sin que me brotara de lo más profundo un miedo paralizante.

Supongo que en pos de convencerme de lo terrible que puede resultar la mariconería, un adulto de mi familia me narraba orgulloso sus hazañas en una escuela militar cazando gays.

Tenían allí un animado club de aficionados al espionaje que logró limpiar la zona de plumas, creyó eso él; el climax del cuento llegaba al caer en el jamo el mismísimo director de la institución, el más codiciado “culo-roto” de cuantos abundaban en aquel recinto militar.

Pero en realidad no me hacía falta escuchar historias tan lejanas para comprobar que la “blandenguería” se pagaba caro: en mi escuela primaria y durante la secundaria era común presenciar un cruel asedio homofóbico protagonizado por los propios niños contra aquellos de sus compañeros más “flojitos,” y todo ante la presencia de cómplices educadores.

Cuando llegué a la mayoría de edad ingresé a los CDR, una organización encargada de agrupar a los vecinos para la defensa de la revolución a nivel de barrio.

Me encontraba una noche de guardia en la oficina de dicha organización en mi localidad cuando curioseando en gavetas y papeles di con una lista de nombres y direcciones de lesbianas y gay que vivían en la zona.

Insultado fui con el dichoso papel hasta donde se hallaba el coordinador de los CDR a cuestionarle el por qué de aquella lista, y él, convencido y paciente, me explicó que las personas con tales desviaciones se habían caracterizado históricamente por ser desafectos a la Revolución, “por eso hay que tenerlos bajo control.”

La rabia me salía por los poros cuando le espeté que tal actitud destinada a controlar enemigos, lo que hacía en verdad era crearlos.  Luego él comentó a otras personas que algo de maricón debía yo tener cuando reaccionaba de aquella forma.

Muchos fueron los que perdieron su trabajo, su carrera o simplemente vivieron arrinconados desde que se desató esa especie de guerra fría contra lesbianas y gays hasta los comienzos de este siglo en que esta comenzó a debilitarse.

Algo se ha hecho desde entonces para proteger a los homosexuales y promover una mentalidad sexual más sana, y ello es muy loable.

Por eso, para continuar y afianzar dicha labor, propongo que se realice un Programa Social que tenga por fin desagraviar y ayudar económicamente y con oportunidades a las víctimas del Terror Homofóbico de antaño.

Así tal vez las nuevas generaciones puedan “verla pasar” sin tanto trauma.

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